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Las optimistas a la par que cautelosas previsiones de crecimiento del FMI, y el comienzo del juicio a la trama Gürtel de corrupción del PP.
LAS previsiones anuales del Fondo Monetario Internacional, pese a que no son infalibles, constituyen la mejor referencia para seguir la evolución de la economía mundial. En esta ocasión, en su informe hecho público ayer, no percibe ninguna grave amenaza en el horizonte inmediato, mantiene intactas las perspectivas de crecimiento de la economía para este año y el próximo, que seguirán siendo frágiles, aunque con una ligera mejora en la Unión Europea, y lanza una seria advertencia sobre los riesgos futuros que puede provocar la actual tendencia al proteccionismo.
La economía mundial crecerá este año el 3,1% y mejorará hasta el 3,4% en el 2017. Pero el FMI considera que este es un crecimiento débil y que la expansión debería ser mayor, al menos con tasas superiores al 5%. Lo preocupante es que este crecimiento frágil se acompaña de un nivel de paro persistente, de salarios estancados y de desigualdades económicas crecientes que, en conjunto, configuran un escenario que sirve de base para culpar a la globalización de todos los males y alentar discursos proteccionistas, tanto en Estados Unidos como en Europa. Pero estas presiones hacia el repliegue comercial de los países en sí mismos, advierte el FMI, no sólo no aportan ninguna solución, sino que constituyen un grave riesgo añadido que puede empeorar el crecimiento global en el futuro. Históricamente, los grandes avances en el progreso económico han ido siempre asociados a un impulso del comercio y no al revés.
El FMI, en este sentido, se muestra preocupado por las propuestas de Donald Trump para restablecer los derechos de aduana en Estados Unidos. De entrada, la postura del candidato republicano a la Casa Blanca ya ha tenido el efecto indirecto de que Hillary Clinton se haya pronunciado también contra el tratado de libre comercio firmado entre Estados Unidos y once países del área Asia-Pacífico. En Europa crecen las reservas a la firma de un tratado similar, mientras que el Brexit frena el proyecto de integración europeo.
La receta del FMI es que los dirigentes políticos de todos los países, tanto los ricos como los emergentes, cambien de actitud y defiendan el refuerzo de la cooperación y de la liberalización para lograr un mayor crecimiento. Pero este mensaje, en estos momentos, difícilmente tendrá eco y habrá que insistir en él porque es la única alternativa para un futuro mejor.
Especial mención del informe del FMI merece España, ya que ha elevado espectacularmente sus previsiones de crecimiento en medio punto, hasta el 3,1%, de acuerdo con lo estimado por el Gobierno, y se consolida como el país de la zona euro que más crecerá este año. Pese a ello pronostica un paulatino descenso del ritmo de crecimiento en el futuro, que será del 2,2% en el 2017 y el 1,5% en adelante. Este escenario de menor dinamismo coincidirá con un elevado nivel de paro, el más alto de Europa, y con la necesidad de afrontar ajustes en el gasto público para cumplir con los objetivos de déficit.
La progresiva reducción del ritmo de crecimiento que prevé el FMI para España se refleja ya en la debilidad que empiezan a mostrar algunos indicadores, como es la confianza de consumidores y empresarios, que se traduce en la menor demanda de crédito, como advirtió ayer el ministro de Economía en funciones, Luis de Guindos. Ello hace más imperiosa si cabe la necesidad de un gobierno estable capaz de infundir confianza y de articular las medidas económicas que el país necesita.