La Vanguardia

Dieciséis jueces

- Antoni Puigverd

Decíamos el otro día que con la implosión del PSOE ha caído una nueva pilastra del edificio de 1978. Otras dos comenzaron a resquebraj­arse entre junio del 2010 y mayo del 2011: primera gran manifestac­ión catalana por la sentencia del TC; indignados de puerta del Sol. Ninguna de estas grietas fue bien leída por las élites, que reaccionar­on como es habitual en la cultura española cuando algo desagrada: con sátiras denigrator­ias y complejo de superiorid­ad.

La pilastra de los indignados es más importante de lo que parece. Lo relevante no es el éxito o el fracaso de Pablo Iglesias, sino el rechazo de la transición por parte de las generacion­es de menos de 35 o 40 años. No creen en su relato, no comparten sus valores y asocian transición con neofranqui­smo. La disidencia ideológica de los jóvenes españoles va más allá del deseo de toda generación de reescribir la historia a su manera: impugnan el sistema del 78 y reclaman un nuevo proceso constituye­nte. El presidente de la gestora del PSOE acierta sin querer cuando dice que el PSOE “se ha podemizado”: Sánchez y los perdedores de la batalla socialista están influidos por los valores que encarna Podemos. Ello significa que la impugnació­n del 78 avanza como mancha de aceite.

Desde el 2010, el malestar catalán también fue tratado con denigració­n de argumentos y protagonis­tas. El gobierno de Rajoy, con el aval de los principale­s grupos de comunicaci­ón y con la aceptación tácita del PSOE, sostiene que nada importante está ocurriendo. Al gobierno de España y a todas las fuerzas vivas les ha parecido suficiente recurrir a lo que Enric Juliana ha populariza­do como Brigada Aranzadi, es decir, a la división legal. Abogacía del Estado, Fiscalía, Consejo General del Poder Judicial y tribunales de la más alta instancia. La división legal (junto con otra más eficaz y discreta: la fiscal) es la pared maestra más elegante del estado, puesto que el aparato policial, cuando es instrument­alizado políticame­nte corre el riesgo de dispararse en el pie más de una vez (como ha descubiert­o, estupefact­o, el ministro Fernández Díaz).

El TC de Pérez de los Cobos ha intentado no convertirs­e en una delegación jurídica del gobierno. Procura aprobar las resolucion­es por consenso y ha quedado incomodado por la reforma exprés de la institució­n impuesta por el PP. Pero no podrá evitar convertirs­e en el martillo de herejes dirigido desde el Gobierno. Ayer mismo, José M.ª Brunet explicaba las dificultad­es que tendrá el TC para sentenciar contra la prohibició­n de los toros en Catalunya. Es una anécdota, pero la categoría de la ruptura se profundiza. Lo mismo ocurre con las peticiones contra Mas, Rigau y Ortega: la pared maestra del Estado se está erosionand­o para gestionar lo que la política podría resolver y no quiere.

La fuerza del Estado es enorme y es verdad que el independen­tismo se refiere a ella con frivolidad. Pero es evidente que también la Brigada Aranzadi frivoliza con el impacto de la erosión. Si flaqueara en un momento dado la pared maestra judicial, ¿qué o quién aguantaría el edificio del 78?

El TC no podrá evitar convertirs­e en martillo de herejes dirigido por el Gobierno

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