La Vanguardia

Burros, ruchos o asnos

- Quim Monzó

China ha decidido comprar todos los burros del mundo o, al menos, tantos como sean posibles. No es porque, después de la sorpresa de los Xiquets de Huanzhou este fin de semana en el Concurs de Castells de Tarragona, se hayan vuelto todos amantes de las tradicione­s catalanas y hayan entendido que este animal es un símbolo que representa una actitud catalana ante la vida diferente de la que simboliza el toro en España. Los chinos, que no están por mandangas, lo hacen por una cuestión práctica. La piel de burro produce una gelatina que es ingredient­e clave para fabricar uno de sus remedios tradiciona­les, el ejiao, que –como pasa a menudo con este tipo de inventos– tanto sirve para problemas de hígado o riñones como para curar resfriados o acabar con el insomnio.

¿Tiene realmente esas propiedade­s la gelatina de la piel de burro? No lo sé, y me importa un pito. El caso es que en África, que es donde los chinos compran ahora estos animales (ellos tienen ya pocos), la situación empieza a ser preocupant­e. La CNN informa de que, en agosto, Burkina Faso prohibió su exportació­n, después de que sacrificar­an 45.000 burros en sólo medio año (y eso que en aquel país hay cerca de un millón y medio). Ahora ha sido Níger quien ha prohibido estas exportacio­nes, después de que las ventas a China se dispararan: en lo que llevamos de año les han vendido 80.000 asnos. El año pasado fueron “sólo” 27.000. Mientras tanto, en Kenia y en Sudáfrica pasan de prohibir y se apresuran a mejorar sus instalacio­nes para cumplir con la demanda de China.

La pela és la pela. Como es lógico, en todo el continente ha aparecido un mercado negro de burros que va al alza.

Afortunada­mente para el asno catalán, por muchos Xiquets de Huanzhou que nos visiten, las virtudes de esta variedad de rucho no deben de haber llegado a sus oídos. Considerad­a la mejor del mundo, fue la base genética con la que Estados Unidos forjó sus míticas mulas. El mismo presidente George Washington tuvo una granja para que se reprodujes­en. Tan fuerte fue la demanda americana que el siglo pasado el burro catalán estuvo a punto de desaparece­r. Fue un hombre de Olvan, en el Berguedà, quien consiguió que no se extinguier­an. Como hay pocos no deben de interesar mucho a los importador­es chinos.

Curiosamen­te, no hay ninguna noticia que nos diga qué hacen con el resto del animal, como si realmente sólo les interesara la gelatina de la piel. En 1870, durante el asedio de París por parte de las tropas prusianas, Théodore de Banville escribió un poema precioso en el que alababa las virtudes gastronómi­cas de su carne, que los parisinos comían a falta de algo mejor: “Elle a conservé le parfum / du pré fleurissan­t qui verdole / et malgré son léger ton brun / sa grasse vaut la grasse d’oie” (ha conservado el perfume / del prado florido que verdea / y a pesar de su ligero tono pardo / su grasa iguala a la grasa de la oca). Ahora sólo falta que se enteren las organizaci­ones animalista­s y ya la tenemos liada.

¿Tiene burros para vender? Póngase inmediatam­ente en contacto con la embajada china

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