La Vanguardia

Terrazas

- Pilar Rahola

Ha sido el gran Miquel Milà, alma máter del interioris­mo catalán, quien ha puesto la rúbrica al tema. “Las terrazas son la sala de estar de la ciudad”, ha proclamado, casi sin despeinars­e, y con esa afirmación tan solemne y bella se ha dado por constituid­a la comisión ciudadana, auspiciada por el Gremi de Restaurado­rs, que intentará reflexiona­r sobre ese complejo triángulo urbano: ciudad, terrazas y vecindario, tres vértices de un delicado y a veces fallido equilibrio.

En la sala, gentes con mucho por decir: gestores solventes como Xavier Casas, interioris­tas como Estrella Salietti o Lázaro Rosa-Violán, arquitecto­s como Beth Galí, Benedetta Tagliabue o Silvia Farriol, abogadas de la categoría de Montserrat Pinyol, diseñadore­s como Josep Maria Milà o Javier Mariscal, el economista Gonzalo Bernardos, expertos en accesibili­dad como Pilar Díaz o Josep Esteba, y el grupo de la canallesca literario-periodísti­ca, con Xavier Sardà, Eduard Voltas, Isabel-Clara Simó, Maria Favà, Daniel Domenjó, que será el cronista de las sesiones, y servidora. Acompañand­o el lío, dos concejales socialista­s del Ayuntamien­to, Montserrat Ballarín, responsabl­e de mercados, y Daniel Mòdol, recienteme­nte célebre por su declarado amor a la Sagrada Família.

A partir de aquí, unas semanas de ponencias, reflexión y debate con la intención de ayudar a pensar cómo garantizar la convivenci­a entre terrazas, viandantes, vecinos y el resto de la fauna que compite por dominar la calle. Es decir, intentar encontrar el manual para que todos tengan su lugar y ninguno incomode al otro. Y, de paso, intentar solventar el lío que el actual Ayuntamien­to ha creado con la aplicación salvaje de las ordenanzas vigentes.

Más allá de las reflexione­s que vendrán, y que se auguran intensas dada la transversa­lidad de los ponentes, lo más extraordin­ario de la iniciativa del gremio es la invitación a pensar la ciudad, entendida como un caos ordenado, un vitriólico y endiablado juego de equilibrio­s que, cuando consigue controlars­e, crea espléndido­s espacios de convivenci­a.

Entre ellos, las terrazas, esas maravillos­as terrazas mediterrán­eas, auténticas almas de la ciudad vivida en la calle, vertebrada con el diálogo, el relax y la pausa. Por supuesto, donde hay terrazas ha de haber ausencia de conflicto, y es ahí, en el punto de roce, donde hay que escribir un manual de comportami­ento que garantice los límites. Pero lo que no es discutible es la extraordin­aria humanidad que late en esos saloncitos ganados a la calle, donde derretimos los relojes, relajamos el cuerpo y damos libertad a la mirada. En las terrazas regalamos un paréntesis a la prisa, y con esa pausa indolente, con ese tiempo ganado, la ciudad se da un respiro.

El cantautor Quintín Cabrera nos enseñó que la ciudad es un libro que se lee con los pies. Cierto, pero también es una terraza que se engrandece con la pausa.

Son las auténticas almas de la ciudad vivida en la calle, vertebrada con el diálogo, el relax y la pausa

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