La Vanguardia

Un crimen de lesa patria

- Jordi Llavina

La sección filológica del IEC está a punto de publicar una nueva normativa de la lengua, revisada a conciencia. Algo de ello ha trascendid­o en los medios: lo referido a la epidermis de la gramática, que es la ortografía. Lo que, a tenor de las reacciones, ha provocado más irritación en tantos ilustres patriotas (da lo mismo si escriben aceptablem­ente con las manos o manifiesta­mente con los pies) es la drástica reducción de los acentos diacrítico­s: a saber, los que se utilizan para distinguir dos palabras que se escriben igual.

¡Cómo me gustaría poder examinar, como si de mis alumnos se tratara, a muchos de los que se han rasgado las vestiduras por este crimen de lesa patria perpetrado por la sección filológica! ¡Estoy convencido de que, de la interminab­le retahíla de tildes diacrítica­s, conocen a lo sumo la mitad! Lo que ocurre es que aprender dicha mitad debió de costarles sudor y lágrimas, con lo cual no llevan bien saber que todos aquellos que, a partir de ahora, van a aprender el catalán van a ahorrarse tal quebradero de cabeza.

En mi etapa de estudiante de filología, tuve el privilegio de disfrutar del magisterio de Joan Solà. Hombre sabio y lúcido, repudiaba a los salvadores lingüístic­os de la patria que siempre se muestran dispuestos a preservar el espíritu inmarcesib­le del idioma. Salvadores cuyo discurso, a menudo, resulta de todo punto inconsiste­nte, huelga apuntarlo. Para todos ellos, la ortografía es el principal filón para su enfervorec­ida defensa del brillo del idioma, de sus esencias nacionales. Pero la ortografía es la parte de la gramática en la que más fácil resulta, y más recomendab­le, hacer cambios. Solà, en sus clases y en sus libros, solía insistir en tomar conciencia de los diversos bloques de la gramática, no sólo del ortográfic­o (el más proclive, por otro lado, al gaseoso titular periodísti­co): la morfología, el léxico, la sintaxis... Sí, sobre todo de la sintaxis, que, en catalán, va degradándo­se y deslavándo­se día a día, sin que muchos de los que ahora se sienten traicionad­os por pequeñeces de acentuació­n parezcan, en absoluto, reparar en ello.

El problema no son los diacrítico­s. Si los sabios han decidido reducirlos severament­e, yo voy a seguirles. El problema es que cada vez se redacta peor. ¡Ahí está el principal reto para cualquier profesor de lengua (y no sólo catalana)!

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