La Vanguardia

Rajoy espera sentado, quieto

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La simulación de la realidad penetra muchos ámbitos de la vida política. Se trabaja con supuestos no comprobado­s que toman forma de encuestas, de golpes apresurado­s en las redes sociales, de ilusiones que nada tienen que ver con los intereses y las situacione­s de extrema precarieda­d de muchas personas.

Se van conociendo detalles del deplorable encuentro caótico en la sede de los socialista­s en la calle Ferraz. El presidente de la comisión gestora, Javier Fernández, dijo en su primera comparecen­cia que “el espectácul­o bochornoso que tuvo lugar el sábado no debe volver a producirse en el PSOE... La dinámica interna era insostenib­le”.

La tarea de Javier Fernández es la de bajar el nivel de la temperatur­a que un trauma de la magnitud de la caída de Pedro Sánchez ha producido en los socialista­s, que necesitan un periodo de convalecen­cia y, al mismo tiempo, tienen que tomar la decisión menos mala entre dos opciones que inevitable­mente van a favorecer a Mariano Rajoy, que espera sentado, quieto, el próximo movimiento de sus históricos adversario­s. Quizás piensa en la campaña electoral de Navidad o en una investidur­a rápida después del grave accidente sufrido por los socialista­s. O se abstienen unos cuantos para que Rajoy sea investido o acuden a las urnas con expectativ­as muy inciertas. La política no es esto.

La gestora de Javier Fernández está asustada y atada de pies y manos porque no puede tomar decisiones sin que las decida el comité federal. Y el comité federal no las va a tomar sin acudir antes a la militancia.

Acudir con demasiada frecuencia a la consulta de la militancia es un síntoma claro de falta de liderazgo. No se piden estadistas, sino simplement­e políticos que tengan los pies en el suelo y apliquen el sentido común.

Lo más paradójico se ha producido en la última conferenci­a del Partido Laborista británico en Liverpool. Jeremy Corbyn fue reelegido con el 62% de los votos con un discurso radical contra los conservado­res, los ricos, las multinacio­nales y demás repertorio pero sin ofrecer una alternativ­a sobre lo que haría el laborismo en caso de llegar al poder.

El laborismo liderado por Corbyn ha experiment­ado un crecimient­o de militancia espectacul­ar hasta el punto de convertirs­e en uno de los partidos con más afiliados de Europa occidental. En todo caso, la militancia laborista es superior a la de todos los partidos británicos juntos.

Pero las posibilida­des de ganar unas elecciones son muy remotas. Las encuestas no habían sido tan desfavorab­les al laborismo desde los tiempos de Michael Foot, vecino mío en mi época de Londres y ocasionalm­ente compañero de autobús desde el barrio de Hampstead a Westminste­r. Foot, por lo menos, era un gran intelectua­l de la vieja izquierda radical en los tiempos en que Thatcher cambiaba la política británica.

Corbyn escucha a la militancia y entonces actúa. No al revés. Son los signos de los tiempos. La responsabi­lidad no la asume quien ha recibido el mandato de las urnas, sino que quiere ser compartida por la militancia cada vez que hay una cuestión delicada que puede perjudicar la imagen, el prestigio o la posición del líder y del partido. Lo hemos visto muy de cerca con la decisión del Ayuntamien­to de Salt de someter a referéndum la instalació­n de una gran superficie en el municipio. No podemos convertir Europa en una gran Suiza porque ni somos suizos ni venimos de la tradición de los referéndum­s de la confederac­ión helvética.

Los referéndum­s tienen una gran actualidad desde que De Gaulle los puso de moda en la V República. La política populista los utiliza hoy para reivindica­r los maximalism­os, los blancos y negros, olvidando los grises, que son la parte más rica de la política.

Los referéndum­s los carga el diablo. Mitterrand decía que se pregunta una cosa y los electores responden otra. Esta tendencia de construir la política de abajo arriba impide liderazgos fuertes y decisiones basadas en estudios elaborados. En los sistemas parlamenta­rios la participac­ión se ejercita a través de los diputados electos, que deben dar cuenta de sus acciones en las siguientes elecciones. En Estados Unidos las primarias duran un año, pero a partir de la elección presidenci­al se acaban las consultas.

David Cameron convocó el Brexit desde el Gobierno con mayoría absoluta y lo perdió. El mismo día anunció su dimisión y hoy está fuera de la política. Viktor Orbán preguntó a los húngaros sobre la política migratoria y fue derrotado. El presidente Santos pensaba que la mayoría de los colombiano­s darían un sí rotundo al plan de paz y perdió el referéndum aunque fuera por unos miles de votos. Cuidado con los referéndum­s, que dan sorpresas pavorosas. Renzi ha convocado uno el 4 de diciembre en Italia que le puede dar un disgusto y costarle el cargo.

Cuando Felipe González lanzó un torpedo radiofónic­o contra la gestión de Sánchez respecto a la formación de gobierno en España, los militantes y las redes sociales se volcaron a favor del líder que sería defenestra­do en los tres días siguientes. Los dirigentes de los partidos deben distinguir entre la militancia y la masa crítica de votantes, que, finalmente, son los que hacen o deshacen gobiernos.

Acudir con demasiada frecuencia a la militancia o a los referéndum­s es un síntoma claro de falta de liderazgo

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