Al rincón de pensar
No hay nada mejor que los pequeños desastres para evitar males de mayor calado. Esa máxima se cumple en el mundo del fútbol porque no hay nada más aleccionador que un tortazo en condiciones cuando se está a tiempo de rectificar. Quizás suene a optimismo desmesurado, pero la realidad es que para lograr los objetivos es bueno conocer de pleno las flaquezas para adaptarse mejor. El Barça todavía está digiriendo el desconcierto letal que tuvo en Balaídos y la toma de decisiones equivocadas que concatenó el equipo. El primero que debe reflexionar es Luis Enrique.
Dando por sentado que el técnico asturiano cuenta con todo el crédito del mundo, la realidad es que él mismo habrá comprobado que su fondo de armario –aunque mejor que el de la temporada pasad– no suple con todas las garantías a las vacas sagradas del once azulgrana. Es comprensible la preocupación del asturiano por evitar que a sus estrellas se les acabe la gasolina en el momento crucial de la temporada, pero rotar mecánicamente, incluso ante un rival que acostumbra a dañar el dispositivo barcelonista, se antoja igualmente arriesgado. Si tus mejores jugadores llegan fundidos al mes de mayo, puedes tirar por la borda toda la temporada. Cierto. Pero si las rotaciones te provocan caídas como la de Vigo, desaprovechando ventajas que te ofrecen tus principales adversarios, quizás entonces dará igual que el equipo llegue a mayo en condiciones físicas correctas porque quizás tenga que luchar por retos menores. Difícil equilibrio para Luis Enrique.
Al pasmo de Galicia se le suma también un aviso a navegantes: Busquets
Luis Enrique tiene una papeleta difícil: rotar o no rotar, esa es la cuestión, y mentalizar a Ter Stegen
está fallón y cuando eso ocurre el equipo se constipa o directamente contrae una gripe catedralicia. Hay que recuperar al mediocentro y tratar de construir un centro del campo en el que él pueda estar más cómodo para que su juego permita hacer brillar a los demás.
Tercer apunte que debe corregir Luis Enrique: Ter Stegen. Las condiciones del alemán bajo palos son enormes y su capacidad de juego con los pies casi inaudita para un guardameta, pero alguien tiene que hablar con el chaval. Su juego de pies tiene que ser una ventaja y no un lastre. Ni debe apostar por la exhibición constante, ni debe sentirse obligado a ser tan bueno con las manos como con el borceguí. El error del domingo supera lo admisible. El guardameta alemán tiene que saber medir con sensatez. Es difícil. Cierto. Pero es lo que exige la portería del Barça. Cuando uno echa un pulso y lo gana, luego tiene que responder a las expectativas. El talento en el césped tiene un enemigo: la soberbia.