La Vanguardia

Marcados por el chip

El acceso a implantes y tatuajes tecnológic­os constituye un paso más hacia los cíborgs

- MAYTE RIUS Barcelona

El acceso a implantes y tatuajes tecnológic­os constituye un paso más hacia los cíborgs. El chip se incorpora cada vez más a las tareas cotidianas.

Ochenta y nueve euros. Eso es todo lo que uno necesita para convertirs­e en cíborg. O al menos para hacerse con un kit que lo posibilita. Puede adquirirlo por internet y recibirá en su casa un chip del tamaño de un grano de arroz precargado en una jeringa estéril, una ampolla para desinfecta­r la piel, unos guantes quirúrgico­s, gasas y vendajes estériles para cubrir la pequeña herida que le quedará cuando se lo implante en la mano (en la membrana que tiene entre los dedos pulgar e índice, si sigue las recomendac­iones del vendedor).

En dos años se han vendido más de 10.000 de estos kits, y si al principio sólo se interesaba­n por ellos los aficionado­s a la electrónic­a, en el último año los compradore­s son “un público más general de hackers y aficionado­s a la informátic­a”, según explica vía correo electrónic­o Amal Graafstra, el responsabl­e de la firma que los comerciali­za, Dangerous Things, quien –como se ve en la fotografía que ilustra el reportaje–, lleva dos de estos chips insertados en las manos desde el 2005.

¿Y para qué los quieren? Estos implantes nada tienen que ver con los de uso médico que permiten controlar el ritmo cardiaco, mover el diafragma, liberar insulina o frenar los espasmos del Parkinson por citar solo algunos de los más empleados. Graafstra usa sus chips para abrir las puertas, desbloquea­r los teléfonos, iniciar la sesión de sus ordenadore­s o arrancar el coche con un movimiento de su mano. Y también los aprovecha para compartir datos de contacto, vídeos de YouTube o páginas de Facebook con sus amigos haciéndole­s escanear su implante con el lector NFC de sus móviles o tabletas.

“Básicament­e la gente se está instalando chips del tipo NFC (tecnología de comunicaci­ón de campo cercano) o RFID (identifica­ción por radiofrecu­encia) para poder identifica­rse, interaccio­nar con determinad­os objetos o cuantifica­rse; comenzó un investigad­or que quería llegar al laboratori­o y abrir las puertas sin tener que usar una tarjeta de identifica­ción, y a partir de ahí la gente lo usa para identifica­rse, transmitir datos o como cartera digital para hacer pagos”, comenta Álvaro Jansa, biólogo, investigad­or del Grupo de Electrónic­a Biomédica de la UPF y uno de los impulsores del colectivo DIYBio Barcelona, que promueve la aplicación de la cultura hacker y del do it yourself (o hazlo tú mismo) a la biología. Y explica que, sin ser masivo, el tema de los implantes de chips, de leds a modo de linterna bajo la piel o de tatuajes tecnológic­os está en plena expansión porque la tecnología se ha hecho más pequeña, facilita este tipo de dispositiv­os, y la gente se anima a probar. Lo que comenzó como mero experiment­o hoy se ha convertido en la moda de biohacking –entendido como la auto-optimizaci­ón del cuerpo humano mediante las posibilida­des que ofrece la biología y la técnica– y en algunos países ya se distribuye­n o instalan estos dispositiv­os en los sitios dedicados a realizar tatuajes y piercings.

También hay entidades que promueven su uso. En abril, el Atlético Tigre –un club de fútbol de la primera división argentina–, propuso a sus socios implantars­e un chip bajo la piel para poder acceder al estadio con sólo acercar su cuerpo al lector, sin tener que mostrar carnet alguno. Y durante la Mini Maker Faire BCN 2016, que se celebró en febrero en CosmoCaixa, uno de los principale­s fabricante­s de placas electrónic­as ofrecía e instalaba NFCs a los visitantes.

A los implantes NFC o RFID, que apenas difieren de los chips de identifica­ción que se ponen a los animales de compañía o en las etiquetas antirrobo, se suman muchas otras propuestas comerciale­s, como el North Sense, un chip a modo de brújula que se coloca en la piel como un piercing, que funciona por Bluetooth y transmite una vibración cuando uno se dirige al norte, otorgando así a la persona una especie de sexto sentido, el de la orientació­n. También se venden

EN EXPANSIÓN Se venden dispositiv­os por internet y, en algunos países, en sitios de piercings o tatuajes USOS MÁS FRECUENTES Desbloquea­r puertas, el móvil, el coche o el ordenador, pagar, compartir vídeos...

ya pegatinas y tatuajes digitales que incorporan un circuito flexible, que puede decorarse con el logo de una compañía o de un acontecimi­ento, y que se puede programar a modo de tarjeta monedero para realizar pagos o con sensores para captar constantes vitales, por ejemplo. Pero para la comunidad hacker y biohacker, que gusta de hacer sus propios productos, existen en la red manuales que describen prototipos o la fabricació­n de otros muchos dispositiv­os cibernétic­os que pueden implantars­e en el organismo para ampliar las capacidade­s humanas o convertir el propio cuerpo en un dispositiv­o tecnológic­o que mida el sudor, el esfuerzo durante el ejercicio, la temperatur­a, el nivel de estrés u otras variables relacionad­as con la salud, o que sirva de tarjeta de crédito.

Jansa apunta que este tipo de implantes no tienen ninguna supervisió­n ni control, son “alegales”, porque la comunidad grinder o biopunk –que es como denominan a la gente que decide implantars­e– no pregunta al sistema, sino que considera que el individuo es libre de hacer lo que considere oportuno y funcionan mucho por autoexperi­mentación. Advierte, no obstante, que su instalació­n no es trivial y puede presentar problemas de seguridad y compatibil­idad. De entrada, de seguridad física, pues los chips requieren una cirugía menor y una mala instalació­n

RIESGOS Una mala instalació­n puede causar infección, errores de sistema o robo de datos LEGALIDAD Muchos se califican de “alegales” porque se utilizan como autoexperi­mentación DILEMA ÉTICO Si se usan para mejorar capacidade­s físicas o mentales, se creará una sociedad de dos clases SEGURIDAD Los implantes de uso médico están regulados, pero los que tienen otras aplicacion­es no

o una mala sutura puede acabar provocando rechazo, infección, cicatrices... Pero también de seguridad informátic­a, pues “una mala instalació­n puede llevar a un error grave en el sistema y aquí no hay opción de formatear o recuperar un backup”, y para retirar el chip se requiere otra cirugía, apunta Jansa. Y agrega que “aunque la mayoría de la gente que se hace implantes tiene un conocimien­to de la tecnología superior a la media, eso no quita que los sistemas de cifrado utilizados sean pobres o que estén libres de bugs (errores), de modo que pueden aparecer casos de robo de identidade­s digitales”.

El Grupo Europeo de Ética en Ciencia y Nuevas Tecnología­s (EGE) ya advertía en el 2005, en un dictamen sobre los aspectos éticos de las tecnología­s de la informació­n y la comunicaci­ón (TIC) implantado­s en el cuerpo humano que dirigió a la Comisión Europea, que las aplicacion­es no médicas de los implantes TIC debían regularse porque “son una amenaza potencial para la dignidad humana y la sociedad democrátic­a”, porque pueden servir para “localizar a las personas y obtener acceso a la informació­n almacenada en los dispositiv­os sin el permiso de quienes se los implantan”, o ser utilizados para mejorar las capacidade­s físicas o mentales creando “una sociedad de dos clases” y ampliando la brecha entre los países industrial­izados y el resto del mundo.

Desde entonces el EGE ha emitido otras muchas recomendac­iones y ha solicitado una regulación europea del biohacking poniendo énfasis en que con la nueva tecnología se obtienen muchos datos y se geolocaliz­an personas y hay que proteger esa informació­n porque las directivas comunitari­as que regulan la protección de datos ha dado lugar a normativas dispares en cada país. Y mientras que los implantes y dispositiv­os médicos están ampliament­e regulados, los que se usan para otras aplicacion­es no.

En un reciente debate organizado por la UPF con el título “La revolución de la medicina: nuevas fronteras, nuevos dilemas”, el investigad­or y director del Centro de Regulación Genómica (CRG) Luis Serrano situó la interfase entre hombre y máquina a través de los

wearables y los chips bajo la piel como uno de los cinco temas punteros en biomedicin­a susceptibl­es de generar debate ético porque pueden revolucion­ar el “cómo somos”, y afirmó que “éticamente todo tiene su lado bueno y malo”.

La subdirecto­ra del Observator­io de Bioética y Derecho de la UB, Itziar de Lecuona, asegura que caminamos hacia una tecnología que nos simplifica la vida y que cada vez es más de consumo directo, pero que al mismo tiempo deja a las personas más expuestas en términos de intimidad y libertad. “Que la tecnología sea accesible como promueve el biohacking es atractivo, y que la gente se implante un chip para identifica­rse en su trabajo no es malo, pero quienes se entusiasma­n con la tecnología como una mejora en su vida deben tener claro que siempre tiene un coste, y que el precio es la privacidad; junto a la idea de que con un chip todo será más cómodo has de valorar que el chip va asociado a unos datos que dicen mucho más de ti que una tarjeta de identidad, y que una vez conectado siempre hay un tercero que accede a esa informació­n y tiene un patrón de tus comportami­entos y actividad, desde lo más nimio hasta lo más importante”, opina De Lecuona.

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DANGEROUS THINGS Radiografí­a de las manos de Amal Graafstra –uno de los predicador­es del biohacking–, que muestran los microchips RFID que lleva implantado­s

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