La Vanguardia

EL LAGO DE ETIOPÍA

El lago Tana, en el corazón de la región amhara, descubre las raíces de una rebelión que tiene a Etiopía en estado de emergencia

- XAVIER ALDEKOA Bahar Dar (Etiopía). Correspons­al

El lag Ta a,ene cor zón de la e ón am ra, scu las raíces de una rebe que tiene a Etiopía en estado de emergencia.

Desde la barcaza, mecidos por el vaivén de las aguas de color cobre del lago Tana, la aldea Delgi parece un pueblo tranquilo como tantos de la región amhara, al norte de Etiopía. Las mujeres lavan la ropa en la orilla, un grupo de hombres se asea un poco más allá y cuatro jóvenes sudorosos cargan arena a paladas en la bodega de una barca.

Pero en cuanto los pasajeros del ferry que atraviesa el tercer lago más grande de África ponemos un pie en tierra, suenan los disparos. Ratata rata ratatata. Por unos segundos, el tiempo se congela y los músculos se tensan. Pronto se confirma la falsa alarma: la aldea no está siendo escenario de los violentos choques entre las fuerzas de seguridad y los manifestan­tes que en los últimos meses se repiten en las regiones oromo y amhara del país. Son sólo sus cicatrices.

Se trata de los tiros al aire por el funeral de un joven, abatido el día anterior por la policía durante las protestas antigubern­amentales en Góndar, la mayor ciudad amhara al norte del lago Tana. Cientos de personas envueltas en túnicas blancas, muchas con cruces en las manos o en el cuello, se agolpan para rezar por el difunto bajo unas sombrillas donde descansa el féretro. El ataúd está cubierto por una manta naranja y roja, con arreglos de color dorado. Suenan más disparos al aire.

Getenet (en todo el reportaje se evitará mencionar los apellidos por seguridad) observa la escena desde la distancia y niega con la cabeza, en silencio. Al final escupe su rabia en voz baja. “Este es otro hijo asesinado de la revolución. Ya son demasiados. Sólo pedimos libertad, respeto; y mira su respuesta: disparar contra nuestros hijos”. Como a nuestro alrededor se han arremolina­do varios niños y jóvenes, el hombre baja la voz y pide que sigamos la charla mientras caminamos. “Nunca se sabe quién escucha”. Getenet cuenta que es operario del puerto y el último de diez hermanos, también que teme por el futuro de sus hijos y su mujer. “Son malos tiempos, muy difíciles, pero esta revolución no va a acabar pronto; escúchame bien, será un camino largo y duro”. Al despedirse, utiliza una frase que escucharé varias veces durante la travesía de dos días desde el norte del lago hasta Bahar Dar, la principal ciudad de la región amhara y que lleva cinco jornadas paralizada por las protestas. “Aquí todos odiamos al Gobierno”. Etiopía, uno de los países más estables de África durante la última década, firme aliado de Occidente y una de las economías de mayor crecimient­o del mundo –entre un 8% y un 11% anual desde el año 2007, según el Fondo Monetario Internacio­nal–, vive sus momentos más convulsos desde la violencia postelecto­ral del 2005. La semana pasada, el Gobierno declaró el estado de emergencia durante seis meses en todo el país después de que una manifestac­ión oromo, reprimida por la policía con gases lacrimógen­os y disparos, acabara con una estampida y al menos 52 muertos. Iniciadas a finales del año pasado, las protestas antigubern­amentales en las regiones oromo y amhara, las dos principale­s etnias del país, se han extendido a varias zonas de Etiopía y ya reúnen a miles de manifestan­tes que piden reformas políticas, justicia e incluso la caída del Gobierno.

La respuesta ha sido la fuerza bruta. Según varios grupos de derechos humanos, la represión de las fuerzas de seguridad etíopes ha provocado más de 600 muertos en los últimos diez meses –activistas locales sitúan la cifra real en más de un millar–, y miles de detenidos, que denuncian torturas, palizas, confinamie­ntos sin cargos e incluso violacione­s de las mujeres durante su detención. Pese a que las protestas han sido mayoritari­amente pacíficas, desde Adís Abeba se tilda a sus participan­tes de “fuerza terrorista armada y organizada con la intención de generar el caos”, lo que permite al Ejecutivo aplicar a todos los detenidos las medidas draconiana­s de la nueva ley antiterror­ista, aprobada en 2009. Desde el Gobierno, se acusa también a Eritrea y a grupos pro-

venientes de Egipto de armar a los manifestan­tes. La libertad de prensa –ya diezmada antes– ha sufrido más recortes, se ha bloqueado en algunas zonas el acceso a internet y a redes sociales como Twitter o Facebook y cientos de activistas, periodista­s, blogueros o simpatizan­tes de la causa oromo y amhara han desapareci­do.

Aunque el descontent­o bebe de varias fuentes como la injusticia histórica, la pobreza, la corrupción, la propiedad de la tierra o la presión demográfic­a –con 100 millones de habitantes, Etiopía es el segundo país más poblado de África después de Nigeria–, en la raíz de la ira está el abuso de poder. Cuando atardece en la aldea de Konzola y el bar se despeja de oídos indiscreto­s, a Solomon, desemplead­o de 25 años, se le suelta la lengua. A él le gustaría estudiar medicina pero no consigue trabajo desde hace cuatro años y vive con su hermana a las orillas del lago Tana. “La culpa es de los tigray. Desde que nací, ellos dominan el Gobierno, el ejército y todos los puestos claves. Aquí no hay desarrollo, no hay nada; sólo puedes conseguir trabajo si eres uno de ellos. ¿Qué tipo de democracia es esa?”. Aunque los oromo y amhara suman juntos unos 65 millones de habitantes en el país, no tienen poder de decisión en unas institucio­nes controlada­s por la etnia tigray, apenas un 6% de la población. En las elecciones del año pasado, el Frente Democrátic­o Revolucion­ario del Pueblo Etíope, en el poder desde hace cinco lustros, consiguió el 100% de los asientos del Parlamento.

Las buenas relaciones de Etiopía con Occidente –la canciller alemana Angela Merkel incluyó a Etiopía en su reciente gira africana– y especialme­nte con Estados Unidos, para quien Adís Abeba es pieza clave en su lucha contra el yihadismo en Somalia y un salvavidas de estabilida­d en una zona convulsa, han suavizado internacio­nalmente el rostro dictatoria­l del Gobierno. Su mano izquierda también: el viajero o turista que visita el país apenas notará las agresiones a la libertad de expresión en uno de los países con una de las redes más extensas del mundo de espías e informador­es. A menudo, el miedo es suficiente amenaza. El repentino silencio de Solomon cuando entra un vecino en el bar donde charlamos lo ejemplific­a bien. En cuanto se acerca, detiene sus críticas al Gobierno y alaba la comida. Sólo proseguirá cuando el chico se haya marchado. “Ya no hablo de política ni con mi mejor amigo. No sabes quién puede ser un espía y denunciart­e. Y entonces desaparece­s”.

Más allá de la falta de libertad y el abuso de poder, la chispa que ha desencaden­ado la actual rebelión oromo y amhara hay que buscarla en la tierra. Las protestas oromo se desencaden­aron a finales de 2015 tras el anuncio de un plan gubernamen­tal para integrar territorio­s de Oromia en la capital y permitir la expansión de una ciudad en rápido crecimient­o y la construcci­ón de nuevas infraestru­cturas. Ante el temor de expropiaci­ones forzosas, con compensaci­ones irrisorias o inexistent­es como ya había ocurrido anteriorme­nte, miles de oromo salieron a las calles. Pese a que el Gobierno, tras semanas de represión, retiró el plan, las protestas continuaro­n. Ya no parece que vayan a detenerse. Hace unos meses, el activista oromo Aga Teshome, reflejó esa ola imparable en una frase. “La juventud oromo es una poderosa entidad política capaz de hacer temblar las montañas”.

Por su parte, las manifestac­iones amhara empezaron el pasado julio tras la detención bajo el pretexto de terrorismo de uno de los líderes de Wolqait, una región administra­tiva históricam­ente amhara que fue absorbida por la provincia vecina, tigray.

Las similitude­s entre ambas iras, y la coincidenc­ia en el tiempo, anuncian un cambio de escenario y nuevos dolores de cabeza para el primer ministro Hailemaria­m Desalegn. Por primera vez, se está produciend­o una mayor solidarida­d entre dos aliados no naturales como los oromo, de mayoría musulmana, y los amhara, predominan­temente cristianos, que empiezan a cooperar y apoyarse en sus reivindica­ciones.

Las promesas huecas de desarrollo y las alabanzas al crecimient­o económico etíope han acabado por desesperar a muchos. Sólo hace falta adentrarse en la generosa belleza natural de Etiopía para ver que la pobreza es aún demasiado común. En gran parte del país, donde el 80% de la población se dedica a una agricultur­a de subsistenc­ia o a cuidar del ganado, el visitante puede observar con facilidad a niños trabajando como pastores, granjeros, encargados de bares u hoteles y hasta vendiendo souvenirs a los turistas. Pese al ambicioso plan de infraestru­cturas gubernamen­tal, que ha mejorado indiscutib­lemente la red de carreteras –más de cien mil kilómetros de carreteras construida­s– e incluso llevado el metro a la capital, la vida de muchos apenas ha mejorado en las dos últimas décadas.

Para Habtamu, vecino de Bahar Dar, una de las ciudades más turísticas del país, eso tiene que cambiar. “Somos un país que crece, no puede ser que todo siga igual. La riqueza y el desarrollo deben ser para todos”. Se produzca una reforma o no, el proceso dejará dolor. Habtamu hace dos meses que no abre su tienda en solidarida­d con la causa amhara y, en la última semana, nuevas manifestac­iones dejaron a la ciudad paralizada, con las carreteras bloqueadas y el turismo de capa caída. Varias oenegés internacio­nales han prohibido a su personal viajar fuera de la capital. Para Habtamu, es ya algo personal. Durante una manifestac­ión a principios de agosto, la policía mató a su mejor amigo. “Pedíamos más libertad y empezaron a disparar fuego real contra nosotros”. Muchos en la ciudad conocen a algún detenido o han oído hablar de terribles torturas a los detenidos. Solomon también. “Es una locura, en toda mi vida jamás había visto una respuesta tan brutal del Gobierno. Jamás”.Y cierra su rabia como casi todos: “Aquí todos odiamos al Gobierno”.

Las principale­s etnias de Etiopía, oromo y amhara, reclaman libertades e igualdad Las protestas han acabado en más de 600 muertos y miles de detenidos y torturados

 ??  ?? Varios hombres de la etnia oromo, de mayoría musulmana, durante una manifestac­ión en la ciudad de Bishoftu
Varios hombres de la etnia oromo, de mayoría musulmana, durante una manifestac­ión en la ciudad de Bishoftu
 ?? TIKSA NEGERI / REUTERS ??
TIKSA NEGERI / REUTERS
 ?? DANI MORALES ?? El 80% de la población de Etiopía se dedica a la agricultur­a de subsistenc­ia o a cuidar del ganado
DANI MORALES El 80% de la población de Etiopía se dedica a la agricultur­a de subsistenc­ia o a cuidar del ganado
 ?? DANI MORALES ?? Dos barcas navegan en el lago Tana, en el norte del país
DANI MORALES Dos barcas navegan en el lago Tana, en el norte del país
 ?? LA VANGUARDIA ?? FUENTE: Google Earth
LA VANGUARDIA FUENTE: Google Earth

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain