Sin soberanía, no hay papel mundial
Francia ha perdido con Sarkozy y Hollande el capital de su tradición gaullista en política exterior
Desde De Gaulle acá, todo ha sido bajada para Francia. Partiendo de su gran debilidad de posguerra, el general logró que su país contara en el mundo con una voz y una posición propias. Hoy no queda nada de ello. El presidente, François Hollande, ha seguido la senda de total conformidad con Estados Unidos abierta por su predecesor, Nicolas Sarkozy.
Hoy casi hay que hacer un esfuerzo para recordar que desde la época gaullista, Francia fue diferente a las otras potencias de Europa Occidental –si se exceptúa la digna Suecia de Olof Palme, hoy por completo desaparecida–, en el sentido de que su tradición la hacía más refractaria al general vasallaje hacia Washington.
Con Chirac hubo algún coletazo gaullista, cuando París se opuso a los bombardeos de Reagan en Libia y cuando Dominique de Villepin objetó en el Consejo de Seguridad de la ONU las mentiras de la Administración Bush sobre Irak y defendió la no participación de Francia en aquello. Fue una gesticulación sin consecuencias, pero lo que Nicolas Sarkozy inauguró más tarde fue algo radicalmente diferente: el nuevo atlantismo de Francia.
Con Sarkozy, Francia se integró plenamente en la OTAN bajo mando estadounidense. Hubo un total alineamiento con Washington en todas las grandes cuestiones de la
guerra contra el terrorismo; aumentó su contingente militar en Afganistán, amenazó a Irán con ataques aéreos, fue activo promotor de la operación de cambio de régimen de la Libia de Gadafi, sospechosa de haber financiado su propia campaña electoral, y efectuó visitas a Israel sin mencionar siquiera a Palestina.
François Hollande ha mantenido esa línea por completo, sin que ni él ni Sarkozy hayan pagado ningún precio electoral por tal fundamental abandono de soberanía.
En política exterior, Sarkozy y Hollande han sido lo mismo, pero con una importante diferencia a favor de Sarkozy.
En el desaforado atlantismo de Sarkozy había cierto cálculo. En el de Hollande, simple conformidad inercial. La presidencia de Sarkozy coincidió con la Administración
neocon en Washington. Con Sarkozy había una aspiración a ser un aliado aún más fiel que el Reino Unido de aquella Administración que sembró el caos allí donde intervino, servicio por el que se esperaba recibir ciertas compensaciones. Salvando las diferencias de talla, ese fue también el mismo cálculo plebeyo de José María Aznar.
Hollande llegó al poder ya con la Administración Obama. Es verdad que hubo, y hay, una gran continuidad de neocons en esa Administración pero, especialmente en Oriente Medio, los nuevos acentos eran evidentes.
Por las obvias razones del caos heredado de Bush, Obama fue menos proclive al intervencionismo militar. En su discurso de El Cairo se atrevió a pedir la “congelación”, no el fin, de las colonias israelíes y estropeó su relación con Netanyahu. Inició un deshielo con Irán que concluyó en el acuerdo nuclear y se negó a bombardear Siria. Pero en París seguían actuando como si en la Casa Blanca continuara Bush. El resultado para Francia ha sido una sucesión de fiascos casi grotescos.
Con Hollande, París ha tenido su Administración más prosionista. “Siempre encontraré una canción de amor para Israel y sus dirigentes”, dijo el presidente en su cena privada con Netanyahu, el 17 de noviembre del 2013 en Jerusalén (escena inmortalizada en YouTube). El ministro de Exteriores Laurent Fabius llegó a filtrar a Israel documentos sobre las negociaciones occidentales con Irán, hasta el punto de que terminó siendo excluido de aquel foro.
Francia intentó romper las negociaciones entre John Kerry y Sergei Lavrov sobre el arsenal químico sirio. Hollande sólo renunció a bombardear Siria porque Estados Unidos no estaba por ello. París perdió credibilidad ante Rusia por Ucrania al ceder a las presiones de polacos y americanos para que no vendiera los Mistral, y también por Siria. El resultado de su iniciativa de paz para Palestina ha sido igual a cero.
¿Dónde está Francia hoy en el mundo? Al perder su soberanía, ha perdido peso y credibilidad.
Hollande no se dio cuenta de que en la Casa Blanca ya no estaba Bush, sino Obama Francia ha cosechado bofetadas con Irán, Siria, Rusia y en el conflicto israelo-palestino