La cocina de las torturas
Sadam Husein, otro elogiado por Trump, dispuso de una sala de castigo a desafectos en su embajada neoyorquina
El opúsculo se titula “un regalo de la felicidad”. Dentro se lee que “el objetivo de la filosofía es liberar a la gente, liberarla de la presión y de las preocupaciones”.
Suena prometedor, aunque en este rincón de Manhattan adquiera un eco sarcástico. El prospecto se halla en un receptáculo instalado en la valla de acceso al número 12 de la calle 79 –junto a la Quinta Avenida, casi enfrente del Metropolitan Museum, una magna enciclopedia del saber–, que es la sede de la The School of Practical Philosophy. Es la propietaria de esta casa desde principios de los años setenta y de una reputación poco clara, oscura.
En la mansión contigua, la del número 14, donde se ha hecho la luz, la historia tiene poco que ver
LA PRIMICIA El ‘New York Post’ descubrió el sótano de detenciones de iraquíes huidos LA UBICACIÓN La legación ante la ONU de Irak está al lado de una escuela que promete felicidad
con la liberación intelectual de la angustia y más con la confesión con el castigo corporal y el chantaje. En esta otra propiedad se halla la residencia de la misión de Irak ante la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Según ha desvelado esta semana el New York Post, Sadam Husein ordenó construir en su sótano una sala de detenciones y torturas cuando llegó al poder, en 1979. Los servicios secretos del régimen, los denominados Mujabarat, practicaban el arresto de iraquíes huidos, atraídos en munique chas ocasiones por el gancho de que se trataba de una legación gubernamental.
Los mantenían encerrados y sometidos a vejaciones de cara a conseguir que los familiares regresaran a su país, se entregaran y se sometieran a la tiranía.
Los que acudían al edificio filosófico, en busca de “la sabiduría que no tiene precio”, no se enteraban de nada, pese a estar puerta con puerta. “Era imposible oír los lamentos de los que se encontraban abajo”, explicaron fuentes oficiales –sin identificar– al tabloide propiedad del conservador Rupert Murdoch.
Al apretar el timbre de su puerta, un hombre de traje marrón y barba acicalada, como mucho en los cuarenta, recibe al curioso. “He oído eso, pero no le puedo informar”, responde al plantearle la cuestión de la cámara secreta. “Llevo poco tiempo en la ciudad”, prosigue. Y solicita algún dato de contacto “para que se lo comu- la persona adecuada”.
Siempre con una actitud muy amable, cierra la cancela.
Nadie ha desmentido la información. Así que la larga mano de Sadam alcanzó hasta Nueva York. Su influencia personal incluso parece vigente.
El candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, ha utilizado al dictador iraquí como referencia de su política internacional. Le jaleó porque “mataba terroristas”, entre otros muchos ciudadanos. Trump también sostiene que condenó la guerra de Irak. Como ha quedado demostrado –las hemerotecas y las videotecas conservan las pruebas–, él fue uno de los que se felicitó por la invasión a partir de la mentira de la existencia de armas de destrucción masiva. Sólo un par de años después viró en su postura bélica, que es la que recuerda ahora de forma parcial.
“Era un recinto oscuro. Las puertas se reforzaron para que nadie pudiera escapar o acceder sin autorización”, destacaron esas fuentes. En sus declaraciones describen una especie de manual de torturas (arrancar las uñas o azotar con alambre de cobre o mangueras de goma hasta dejar a la víctima en carne viva).
Si en ocasiones se iban de la mano y alguien se les moría, los cadáveres se enviaban a Bagdad metidos en un paquete con el sello diplomático, lo que permitía esquivar los controles aduaneros.
Sadam cayó en el 2003 y lo ejecutaron en el 2006. Su legado secreto entre los rascacielos perduró hasta el 2014. Hicieron reformas en la misión y la sala de torturas se convirtió en cocina.