El ‘cura gaucho’ reconcilia al Papa con Macri
La canonización de un sacerdote argentino hoy en el Vaticano pone fin a diez meses de tensiones entre Francisco y el presidente
MACRI, ACERCA DEL PAPA “Para mí siempre ha sido un líder moral; me ayudó a reflexionar sobre el futuro” LA ESTRATEGIA DE FRANCISCO Bergoglio quiere ser un contrapeso para que Argentina no vuelva al neoliberalismo
Alos dos milagros que la Iglesia atribuye al sacerdote argentino José Gabriel Brochero, el cura gaucho, que hoy será canonizado, hay que añadir un tercero: reconciliar al Papa con el presidente Mauricio Macri. Francisco recibió ayer al mandatario durante una hora, en un ambiente jovial, muy diferente al tenso y breve encuentro del 22 de febrero.
La audiencia se celebró en el aula Pablo VI de la Santa Sede y Macri fue con su familia. “Tener la guía de Dios siempre hace las cosas más fáciles”, declaró el mandatario en rueda de prensa, entregándose al Pontífice. “Para mí siempre ha sido un líder moral”, dijo, reconociendo que viajó a Roma buscando el aval del Papa a las políticas de sus diez meses de gobierno. “Quería saber sus opiniones” y “me ayudó a reflexionar acerca del futuro”, agregó.
Aunque formalmente Francisco mantiene distancia con su país y no se entromete en asuntos internos, es evidente que el Papa juega un papel relevante en la política argentina, como ha demostrado con gestos y mensajes indirectos .
¿Pero por qué Francisco, demonizado y tachado de ultraconservador por el kirchnerismo siendo arzobispo de Buenos Aires, y que mantuvo una relación cordial con Macri como alcalde de la capital argentina, aparenta ahora ser opositor del Gobierno? La explicación más plausible responde a un objetivo de largo alcance, según los movimientos y declaraciones, en público y en privado, de un puñado de personas de máxima confianza que el Papa tiene en Argentina.
Influenciado por la ideología peronista –de joven estuvo cerca de una agrupación juvenil justicialista–, Francisco quiere ser un contrapeso para que Argentina no caiga nuevamente en el neoliberalismo.
“Hablamos de los indicadores de pobreza”, dijo Macri ayer. La pobreza es la obsesión del Papa, como ya lo fue siendo cardenal. Bajo el kirchnerismo, ante la ausencia de estadísticas oficiales fiables, la Universidad Católica Argentina evidenciaba la miseria en el país difundiendo una encuesta, la última de las cuales arrojó que desde la llegada de Macri al poder hay 1,3 millones de pobres más. Hace unos días el Gobierno publicó por primera vez su indicador y resultó que ahora, ya oficialmente, uno de cada tres argentinos es pobre.
Francisco no quiere que Macri se relaje en el combate a la pobreza y que se desboquen sus políticas liberales. Por ello el pontífice también ejerce influencia sobre el sindicalismo peronista, que de momento da aire al Gobierno mientras todos esperan una recuperación económica, la llegada de inversiones extranjeras y el crecimiento del empleo.
El desencuentro entre el Papa y Macri fue acentuándose en forma inversamente proporcional al acercamiento entre el Pontífice y dirigentes peronistas, incluidos kirchneristas que en otra época lo criticaron. El momento más bochornoso para el presidente tuvo lugar en febrero, al acudir al Vaticano.
La reunión había sido diseñada por la Casa Rosada para exhibir una relación preferencial del mandatario argentino con un Papa de su mismo país. Nada más alejado: el obispo de Roma lo recibió aplicando todo el peso del protocolo, rígido y con semblante muy serio, durante apenas 22 minutos y en la biblioteca del Palacio Apostólico, lejos de la calidez de la residencia de Santa Marta donde tres meses más tarde recibiría por espacio de dos horas a la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini.
Emulando el giro copernicano de la expresidenta Cristina Fernández, De Bonafini pasó de insultar a Bergoglio como cardenal o menospreciar su nombramiento como Papa, a pedirle perdón. La propia Fernández, enemiga declarada del entonces arzobispo porteño, se reunió con Francisco en siete ocasiones en los menos de tres años que coincidió en el poder con el Pontífice. Tres de esos encuentros se dieron en el Vaticano, con comitivas amplias, sin prisas y entre risas.
Tras el polémico encuentro con De Bonafini se filtró un correo electrónico que el Papa escribió a un amigo argentino y que llegó a la agencia Télam, probablemente por voluntad de Francisco. “Esta señora, desde la plaza (de Mayo), me insultó varias veces con artillería pesada, pero a una mujer a quien le secuestraron los hijos y no sabe cómo y cuánto tiempo los torturaron, cuándo los mataron y dónde los enterraron, no le cierro la puerta. Lo que veo allí es el dolor de una madre. Si me usa o no me usa no es mi problema”, escribió.
“Dolió no ver al Papa con una sonrisa”, dijo la vicepresidenta argentina, Gabriela Michetti –muy cercana a Francisco–, tras la primera reunión con Macri. Luego ven- drían muchos otros gestos del Pontífice en el mismo sentido, como cuando pidió a una asociación cercana rechazar una subvención del Gobierno o al enviar un rosario a una dirigente social kirchnerista encarcelada por corrupción.
“No hay ninguna explicación en la historia para que se diga que yo tengo un conflicto con Macri”, declaró el propio Francisco en julio en una entrevista a La Nación. Una de cal y otra de arena. Hace unos días confirmó en un mensaje de vídeo, esgrimiendo problemas de agenda, que tampoco viajará en el 2017 a Argentina, visita que ha ido postergando desde que asumió el papado.
Una de las periodistas que mejor conoce a Francisco, Francesca Ambrogetti, habla de “coherencia” para justificar el acercamiento al peronismo y a kirchneristas que lo vapulearon. “Es coherente con su mensaje de misericordia y compasión”, dice. Por su parte un alto cargo argentino define a La Vanguardia la relación entre Macri y el Papa como una “lucha de egos”.