Territorios de misión
Dentro de ocho días celebraremos el Domingo Mundial de las Misiones (Domund). Un bonito día para recordar a los misioneros, los hijos más ilustres de la Iglesia, como me gusta citarlos, porque ellos lo dejaron todo, se desprendieron de todo: lengua, cultura, costumbres, familia... para adaptarse a las costumbres y a la lengua de la gente a la que han ido a servir y anunciarles la Buena Nueva de Jesús, el Hijo de Dios.
Dos mil años después del inicio de la misión, son muchas las áreas geográficas, culturales, humanas o sociales en que Cristo y su Evangelio no han penetrado todavía. ¿Cómo no escuchar el llamamiento que surge de esta situación? El mandato del Señor, “id, pues, a todos los pueblos...” (Mt 28,19), sigue resonando en el corazón de todo bautizado. Ante estas palabras de Jesús, tendríamos que preguntarnos todos, comunidades, bautizados, consagrados: ¿qué tipo de sordera nos impide escucharlo? ¿Qué resistencias nos impiden a nosotros, seguidores de Jesús, avanzar con coraje y valentía por este camino de la misión?
Los hombres y las mujeres de nuestro tiempo tienen derecho a conocer la Buena Nueva de Jesús. Quien ha conocido la alegría del encuentro con Cristo Salvador no puede guardársela, la tiene que irradiar. La evangelización constituye un servicio óptimo a la humanidad, con vistas a realizar el proyecto de Dios, que consiste en unirse a Él, por medio de Jesucristo, en eterna alianza de amor, en el amor y la unidad del Espíritu Santo, todos los hombres, haciendo un pueblo de hijos, de hermanos, libres de todo mal y animados por sentimientos de auténtica caridad.
En esta tarea están comprometidos los misioneros. Así lo expresa un misionero de África: “En nuestro andar humilde, nos acercamos a las casas de los hombres pidiendo techo, comida y amistad. Y damos, a cambio, como nos lo pide el Evangelio, el extraordinario regalo de la paz”. El misionero es el hombre del encuentro con Dios y con los hombres, es el testigo de la Presencia activa de Dios en el mundo y es el guía para todos los que lo buscan. Es el pregonero del Amor entrañable y universal de Dios hacia todos los hombres.
Muchos hombres y mujeres de nuestra Iglesia diocesana trabajan como misioneros en los diferentes continentes del mundo: América, África, Asia... Los recordamos con gran afecto, especialmente en este día. Pedimos al Señor que los fortalezca en esta preciosa tarea en que, ciertamente, no les faltan fatigas, disgustos e incluso persecución. Sin embargo, sabiéndolo, perseveran con gozo en la misión que se les ha contagiado por medio de la Iglesia. ¡Son admirables, son los hijos predilectos de la Iglesia! Que su ejemplo anime a los jóvenes de nuestras comunidades cristianas, para que dediquen también su vida a dar a conocer, amar y servir a “Jesucristo, verdadero Dios y Hombre, único camino a través del cual el mundo puede descubrir la alta vocación a la que es llamado” (Bula Incarnationis mysterium, 2). Ojalá surjan jóvenes con ganas de dejarse desnudar por el Señor y entregar sus vidas a los más pobres y desprotegidos de la tierra, tal como han hecho los misioneros. Pero no nos olvidemos de que una de las grandes pobrezas es desconocer a Cristo, el Hijo de Dios, que dio su vida para que la tuviéramos en abundancia.
Ojalá surjan jóvenes con ganas de entregar sus vidas a los más pobres y desprotegidos de la tierra