Bill Viola en la catedral de Londres
En la catedral anglicana de San Pablo de Londres puede admirarse desde hace unos días la videoinstalación Mary, del artista norteamericano Bill Viola y Kira Perov, su mujer. Esta pieza es un tríptico formado por tres pantallas de plasma que narran en un video de 13,13 minutos el ciclo de la vida de María. Representa los valores de la creatividad, la procreación, la fuerza interior, el amor y la compasión. Se proyecta en una cruz que recuerda las formas hipercúbicas de Dalí, aunque la estructura es del arquitecto Norman Foster. Acompaña a Martyrs, otra videoinstalación de siete minutos en cuatro pantallas, que Viola creó en el 2014 y que alude a la muerte, el sufrimiento y el sacrificio. Dos obras que simbolizan, según su autor, “algunos de los misterios profundos de la existencia humana”.
No es la primera vez que Viola se acerca a un recinto sagrado. En 1996 hizo un encargo para la catedral de Durham, en el 2007 presentó una obra en la iglesia de San Gallo de Venecia y en el 2008 donó un triptico a la basílica de San Marcos de Milán. Viola pretende que estas obras sean a la vez objetos estéticos y de arte y objetos prácticos para la contemplación y devoción.
No es habitual ver obra de artistas contemporáneos en los templos religiosos y menos cuando se salen del marco de la pintura o la escultura. En general nuestras iglesias y catedrales se quedaron en materia de arte ancladas en el barroco y como mucho en el siglo XIX. Los tres grandes artistas catalanes del siglo XX, Dalí, Miró y Tàpies, no están presentes en ninguna iglesia. Se podrá argumentar que no eran practicantes, pero todos tenían obra que invitaba a algo más que a la contemplación. La sala para la reflexión de Antoni Tàpies en la Universitat Pompeu Fabra –fruto del empecinamiento del rector Argullol– ha sido bautizada en la práctica como “la capilla laica”. Se sabe que Dalí intentó decorar la iglesia de Sant Pere de Figueres en los años sesenta, donde había sido bautizado, pero el párroco se asustó.
En los años cincuenta y sesenta hubo exposiciones de arte sacro en Girona y Barcelona y tímidos intentos de invitar a los artistas a entrar en las capillas, pero no hubo la valentía suficiente para hacer encargos importantes. Hubo alguna salvedad, como la iglesia de las Llars Mundet con un altar decorado por Tharrats y unas vidrieras de Will Faber. Y entre las excepciones actuales habría que citar a Miquel Barceló, que realizó un retablo en cerámica para la capilla del Santísimo de la catedral de Palma. Se inspiró en el milagro evangélico de los panes y los peces, aunque él no es creyente. Hace un año se reabrió la iglesia románica de santa Cecilia de Montserrat decorada exclusivamente con pinturas abstractas del irlandés Sean Scully, gracias al empeño del director del museo de Montserrat, el padre Josep de C. Laplana.
Sin acudir a los grandes nombres, también es escasa la presencia de artistas más jóvenes, emergentes o menos reconocidos. Y eso que cuando se ha hecho el resultado ha sido valorado positivamente. Podemos citar el encargo a Josep Maria Riera i Aragó del retablo para el centro ecuménico Abraham de la Vila Olímpica, creado en 1992, en cuya elección tuvo un peso determinante Mn. Salvador Pié. Un caso más reciente son los dos cuadros de Perico Pastor para la basílica de los Santos Justo y Pastor de Barcelona, a petición del párroco Armand Puig, con el que ya había trabajado para ilustrar una versión de la Biblia.
Ahora que tanto se habla de la obra de Jaume Plensa situada frente al Palau de la Música habría que recordar que uno de sus rostros gigantes lo presentó en la Bienal de Venecia en la basílica de San Giorgio Maggiore. En medio de la nave central del conjunto monástico diseñado por Andrea Palladio, creyentes y no creyentes convivieron durante meses con la cabeza de malla metálica de Plensa. Una pieza que, junto con la gran mano suspendida bajo la cúpula, creando el gesto de la bendición, formaba la instalación Together. “Lo que une la gente no es la religión sino una idea de espiritualidad”, dijo el artista.
Las iglesias y catedrales no pueden ser sólo un espacio para unas horas a la semana donde se celebra la eucaristía. Deben abrirse más al arte, a la música..., a la contemplación y al silencio.