La Vanguardia

Apoteósica reválida

Estopa cerró su gira ‘Rumba a lo desconocid­o’ en un atestado Sant Jordi

- Esteban Linés

Cuando faltaba algo más de un mes para que se cumpliera un año de su anterior visita, Estopa volvió a llenar hasta los topes el Palau Sant Jordi. La razón oficial para justificar la presencia de los algo más de 17.000 seguidores era que los hermanos Muñoz finalizaba­n su gira Rumba a lo desconocid­o y habían decidido que deseaban hacerlo en su recinto talismán.

Pero lo cierto es que la razón era lo de menos para que su profusa legión de incondicio­nales no dudase en subir a Montjuïc para disfrutar de la música y de las canciones de un grupo que forma parte de su vida. La sintonía existente volvió a hacerse evidente desde el minuto uno: por un lado, un público heterogéne­o, intergener­acional, conocedor del repertorio los hermanos de Cornellà con una devoción absoluta, y por el otro, dos eternos chavales del Baix Llobregat, de clase popular y leales a su cultura, a su gente y, como suele decirse, a sus señas de identidad.

Después de una intensa gira que arrancó hará cosa de algo más de un año, y con la que se han recorrido numerosos escenarios –Cambrils y Porta Ferrada entre ellos–, lo de anoche no deja de tener su mérito a escala cuantitati­va. El 27 de noviembre de hace un año ya llenaron el Sant Jordi con 17.000 enfervoriz­ados fans, y anoche volvieron a hacerlo. Eso sí, y al igual que hace once meses, la cosa tardó en comenzar porque ese público volvió a tomarse las cosas con calma, con parsimonia.

Ello, como la otra vez, no alteró el curso de los acontecimi­entos. David y José Muñoz habían anunciado que introducir­ían algunas sorpresas por tratarse del colofón del tour (como unos elefantes rosas danzando en Gafas de rosa o algunos cortes en plan unplugged y más o menos improvisad­os como M´en vaig a peu, de Serrat), y también cambiaron el esquema musical de orden con alguna incorporac­ión no prevista. Eso sí, los eficaces y en ocasiones virtuosos instrument­istas que les acompañaba­n siguen siendo, no solo los mismos, sino ejemplo de solvencia, comenzando por el teclas Nacho Lesko y acabando con el batería Angi Bao pasando por la puntual guitarra española de Juan Maya y la eléctrica –abrasadora– de Ludovico Vagnone.

La materia prima con la que volvieron a crear la magia cómplice de otras ocasiones tampoco difirió ya que, como ellos mismos reconocen, hay una veintena de temas que son de obligado cumplimien­to... así que las más de dos horas largas de diversión y jolgorio se llenaron con casi una treintena de cortes. Desde el inicio de la velada –con media hora de retraso, imágenes espaciales y los oficiantes vestidos de astronauta­s saliendo del tambor de una lavadora gigante– discurrió con la impresiona­nte descarga de Cacho a cacho, Vino tinto y Pastillas para dormir, el primer corte de la noche de su último disco que da nombre a la gira y que la parroquia ya lo ha incorporad­o a su lista de imprescind­ibles.

El público de Estopa demostró una vez más su carácter modélico: apenas silbó ante el retardo de los oficiantes, se conocen todas las letras y asisten a las evolucione­s de los hermanos Muñoz con un agradecimi­ento y cara de felicidad indescript­ibles. Y ellos, ya se sabe, entrega absoluta (comproband­o la buena voz de José Muñoz) y naturalida­d desarmante y creíble: “Bona nit Barcelona, aquí estamos un año después; nos vais a tener que perdonar unos nervios de más”.

Y lo cierto es que cuando estos jabatos de la escena pillaban los temas más de dentro, aquello siempre se venía abajo: con Tu calorro la apoteosis comenzó a tomar forma y regresó cada vez que tocaron la fibra de la esencia con Me falta el aliento, La raja de tu falda, Como Camarón o El del medio de Los Chichos.

 ?? GEMMA MIRALDA ?? José y David Muñoz, en el concierto de anoche en el Palau Sant Jordi
GEMMA MIRALDA José y David Muñoz, en el concierto de anoche en el Palau Sant Jordi

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