Apoteósica reválida
Estopa cerró su gira ‘Rumba a lo desconocido’ en un atestado Sant Jordi
Cuando faltaba algo más de un mes para que se cumpliera un año de su anterior visita, Estopa volvió a llenar hasta los topes el Palau Sant Jordi. La razón oficial para justificar la presencia de los algo más de 17.000 seguidores era que los hermanos Muñoz finalizaban su gira Rumba a lo desconocido y habían decidido que deseaban hacerlo en su recinto talismán.
Pero lo cierto es que la razón era lo de menos para que su profusa legión de incondicionales no dudase en subir a Montjuïc para disfrutar de la música y de las canciones de un grupo que forma parte de su vida. La sintonía existente volvió a hacerse evidente desde el minuto uno: por un lado, un público heterogéneo, intergeneracional, conocedor del repertorio los hermanos de Cornellà con una devoción absoluta, y por el otro, dos eternos chavales del Baix Llobregat, de clase popular y leales a su cultura, a su gente y, como suele decirse, a sus señas de identidad.
Después de una intensa gira que arrancó hará cosa de algo más de un año, y con la que se han recorrido numerosos escenarios –Cambrils y Porta Ferrada entre ellos–, lo de anoche no deja de tener su mérito a escala cuantitativa. El 27 de noviembre de hace un año ya llenaron el Sant Jordi con 17.000 enfervorizados fans, y anoche volvieron a hacerlo. Eso sí, y al igual que hace once meses, la cosa tardó en comenzar porque ese público volvió a tomarse las cosas con calma, con parsimonia.
Ello, como la otra vez, no alteró el curso de los acontecimientos. David y José Muñoz habían anunciado que introducirían algunas sorpresas por tratarse del colofón del tour (como unos elefantes rosas danzando en Gafas de rosa o algunos cortes en plan unplugged y más o menos improvisados como M´en vaig a peu, de Serrat), y también cambiaron el esquema musical de orden con alguna incorporación no prevista. Eso sí, los eficaces y en ocasiones virtuosos instrumentistas que les acompañaban siguen siendo, no solo los mismos, sino ejemplo de solvencia, comenzando por el teclas Nacho Lesko y acabando con el batería Angi Bao pasando por la puntual guitarra española de Juan Maya y la eléctrica –abrasadora– de Ludovico Vagnone.
La materia prima con la que volvieron a crear la magia cómplice de otras ocasiones tampoco difirió ya que, como ellos mismos reconocen, hay una veintena de temas que son de obligado cumplimiento... así que las más de dos horas largas de diversión y jolgorio se llenaron con casi una treintena de cortes. Desde el inicio de la velada –con media hora de retraso, imágenes espaciales y los oficiantes vestidos de astronautas saliendo del tambor de una lavadora gigante– discurrió con la impresionante descarga de Cacho a cacho, Vino tinto y Pastillas para dormir, el primer corte de la noche de su último disco que da nombre a la gira y que la parroquia ya lo ha incorporado a su lista de imprescindibles.
El público de Estopa demostró una vez más su carácter modélico: apenas silbó ante el retardo de los oficiantes, se conocen todas las letras y asisten a las evoluciones de los hermanos Muñoz con un agradecimiento y cara de felicidad indescriptibles. Y ellos, ya se sabe, entrega absoluta (comprobando la buena voz de José Muñoz) y naturalidad desarmante y creíble: “Bona nit Barcelona, aquí estamos un año después; nos vais a tener que perdonar unos nervios de más”.
Y lo cierto es que cuando estos jabatos de la escena pillaban los temas más de dentro, aquello siempre se venía abajo: con Tu calorro la apoteosis comenzó a tomar forma y regresó cada vez que tocaron la fibra de la esencia con Me falta el aliento, La raja de tu falda, Como Camarón o El del medio de Los Chichos.