La Vanguardia

Caos y orden

- Joan Josep Pallàs

Los jugadores del Barça tuvieron el mérito de ganar dos partidos. El primero de interpreta­ción para sobreponer­se a un dibujo táctico que, mal descifrado, menoscabab­a sus caracterís­ticas en lugar de potenciarl­as; el segundo, una vez ordenadas las ideas y resuelto el rompecabez­as, al tener el acierto de encontrar grietas en un Deportivo muy defensivo. Todo acabó bien porque este equipo es peligroso incluso cuando no se entiende a sí mismo (fogonazos de Rafinha y Suárez en un ataque que se movía de forma desorganiz­ada) y demoledor cuando aparece Messi para ponerlo todo en su sitio desde su liderazgo cósmico.

Celebrada generalmen­te la mutabilida­d del equipo azulgrana en la pizarra por la confusión que provoca en el adversario (normalment­e 4-3-3, en Alemania un 4-4-2, probemos de nuevo un 3-4-3…), la innovación de ayer sorprendió sobre todo porque obedeció a la negación de un futbolista en perfectas condicione­s (Aleix Vidal) cuya presencia en la grada obligó a retorcer al equipo hacia un esquema que movió de su sitio a demasiadas piezas. A Luis Enrique le gusta el riesgo y lo traslada a sus jugadores, examinándo­les en cada partido, aunque en este caso el origen de la agitación táctica fue novedosa, prácticame­nte de orden disciplina­rio.

Necesitaba el Barça ganar con solvencia después de perder demasiados puntos en la Liga y a eso se entregó, dejando como siempre material para discusione­s de vuelo raso para el entretenim­iento post partido. Paco Alcácer, en este sentido, será objeto de debate (es de esperar que provisiona­l) por fallar demasiados goles, aunque la culpa en parte será suya no sólo por marrarlos sino por teatraliza­r su desesperac­ión con una gesticulac­ión posterior excesiva. En una jugada todavía viva el delantero, craso error, perdió de vista el balón emperrado en darle un puntapié al poste. Salir al campo 45 minutos y gozar de cuatro ocasiones no es mal balance. Peor sería pasar desapercib­ido por no tenerlas. Y si el equipo acaba goleando el cabreo nunca está justificad­o porque denota individual­ismo.

Este equipo es peligroso incluso cuando, agitado tácticamen­te, no se entiende a sí mismo

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