Los personajes del drama de Bankia
La solvencia moral del Banco de España quedó definitivamente amortizada cuando, en el momento de la intervención de Bankia, mayo del 2012, sus socios europeos exigieron al Gobierno español, a través del ministro de Economía, Luis de Guindos, un auditoría de la situación de los créditos de la banca española.
Que fue mandato europeo lo explica el ministro en su reciente libro
España amenazada. La demanda, en nombre de José Manuel Durao Barroso, entonces presidente de la Comisión Europea y Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, le llegó al ministro a través de Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo. Era “para pedirnos una evaluación independiente del sector financiero español. Decidimos que, en lugar de un evaluador, fueran dos, tal era la situación de desconfianza a la que nos enfrentábamos”.
Tanto si Luis de Guindos, y con él el conjunto del Gobierno, aceptaron encantados o a regañadientes el diktat de Bruselas, las auditorías implicaban por sí mismas poner en duda el rigor y la información facilitada por el Banco de España de Miguel Ángel Fernández Ordóñez. Bankia fue el detonante, pero era el conjunto de su labor lo que estaba en entredicho.
Las peripecias posteriores de Rodrigo Rato, el presidente de Bankia durante esa época crítica –con Hacienda, las tarjetas black, sus sospechosos cobros de bancos de negocios como Lazard, etcétera– que le han laureado con la vitola de ser uno de los más conspicuos presuntos delincuentes de la densamente poblada galaxia penal española, oscurecen aún más el perfil del exgobernador Fernández Ordóñez, su principal compañero de viaje en el aventurero proyecto bancario que acabó generando el mayor desembolso público de la historia. Más de 22.000 millones en el rescate y otros tantos en avales y otras garantías aún pendientes de liquidar.
La instrucción judicial sobre la salida a Bolsa de Bankia está ayudando a conocer los detalles de una operación que, primero, levantó la camisa a los pequeños ahorradores a los que les colocaron productos financieros tóxicos y después acciones sin valor, y después acabó costando un dineral a las arcas públicas.
Pero no se sabe si con corporativo ánimo de salvar el supuesto buen nombre de la institución o con idéntico propósito pero referido a personas concretas, el Banco de España tampoco ha quedado bien lucido en el último episodio de los correos electrónicos del jefe del equipo de seguimiento de BFA-Bankia entre noviembre del 2009 y julio del 2013, José Antonio Casaus.
La entidad que preside Luis Linde no atendió del todo la primera demanda de documentación del juez de la Audiencia Nacional que instruye el caso, Fernando Andreu, y omitió la entrega de los cuatro emails clave para conocer la posición del equipo inspector en los momentos de la gestación y puesta en marcha de la colocación en bolsa de Bankia, por cierto, extremadamente crítica y premonitoria a la vista de lo sucedido después.
Esa certera visión previa de las amenazas para el contribuyente y para los inversores que suponía Bankia es la que obliga a considerar relevante la opinión de Casaus, por encima de lo afirmado por otros directivos del Banco de España, Pedro Comín (director general adjunto de supervisión) y Pedro González, que han declarado que con una inyección de 9.000 millones, justo lo que pidió Rato, habría sido suficiente. Una curiosa coincidencia en las perspectivas del Banco de España y las defensas de los principales implicados.
En cualquier caso, conviene no olvidar que la instrucción judicial sobre la salida a bolsa de Bankia, que ya tan sólo con las revelaciones que ha aportado hasta ahora queda más que justificada, no significa ajustar las cuentas con quienes acabaron provocando el enorme quebranto económico de las cuentas del Estado.
De momento parece haber acreditado que en la huida hacia adelante que supuso en primera instancia la creación de Bankia, convirtiéndola en un gigantesco zombi financiero con efectos desestabilizadores para el conjunto de la economía española, y después en una máquina de esquilmar los ahorros de modestos ciudadanos, la cúpula del Banco de España jugó un papel no despreciable.
Para que el cuadro quede completo, falta hacer desfilar junto a los Rato y Ordóñez, a otros que también jugaron papeles nada despreciables. En primer lugar, a la expresidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que convirtió en una cacería entre amigos el nombramiento de un presidente afín en Caja Madrid y también a Mariano Rajoy, gracioso elector que colocó a Rato en la principesca posición desde la que lo organizó todo con Ordóñez y los camaradas del PP, especialmente los valencianos de Bancaja.
Pero nada habría sido posible sin la intervención del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, encantando con los zapatos nuevos que le regaló Ordóñez, marca el mejor sistema financiero
del mundo, y su ministra de Economía, Elena Salgado. Papeles secundarios pero destacados también para una larga lista de hombres de la economía, la empresa y los medios de comunicación, que con tanta fruición se aplicaron en aquellos meses de tormenta a bendecir las glorias y ocultar los pecados de Bankia.
La credibilidad del Banco de España ya quedó laminada cuando los socios europeos pidieron auditorías externas