La Vanguardia

Un hogar para el arroz

MAGDA BALLARÍN Y DAVID FRANCÉS, PROPIETARI­OS DEL GRUPO RAMONET

- BLANCA GISPERT Barcelona

Can Ramonet, uno de los cuatro locales que la familia tiene en la Barcelonet­a, está en el edificio más antiguo del barrio

Qué sería la Barcelonet­a sin us calles con la ropa tendida en los balcones, el paseo frente al Mediterrán­eo y los arroces que barcelones­es y visitantes degustan los fines de semana soleados. A pesar de la llegada masiva del turismo, este barrio de Barcelona todavía conserva espacios emblemátic­os. En el centro neurálgico, en la esquina de la calle Maquinista con la calle la Sal, la familia Ballarín hace gala de lo que dice ser el edificio más antiguo de la zona. Data de 1763, y hace sesenta años, Ramon Ballarín y Ramona Vallllaura abrieron en él Can Ramonet, una bodega de vinos que con el tiempo convirtier­on en restaurant­e de tapas y arroces.

La hija de los fundadores, Magda Ballarín, explica que durante los primeros años la familia servía vino y algunos platillos de pie. “Venían marineros y vecinos del barrio. Ellos vivían en el primer piso y trabajaban en los bajos de la casa. Haciendo caso al consejo de lo clientes, decidieron ampliar el espa io con algunas mesas al fondo del local y si pensarlo dos veces, empezaron a servir los primeros arroces, zarzuelas y otros platos e aborados. Los dos se encargaban codo con codo de los fogones y de la gestión del negocio y yo, con 17 años ya los ayudaba a llevar la sala”.

Ballarín explica que en su casa, la implicació­n en el negocio siempre ha sido elevada y más todavía, teniendo en cuenta que el hogar siempre ha estado encima del restaurant­e. Magda Ballarín nació en 1956 y recuerda su infancia subiendo y bajando la escalera de caracol que conectaba el local con las habitacion­es. De joven, estudió magisterio y después interioris­mo, pero trabajar fuera del restaurant­e implicaba dejar el negocio y a la vez, la familia. El afecto a ambos pudo más que los estudios, y tan pronto como se graduó, volvió al restaurant­e. Ayudaba en lo que fuera necesario y hacia los años noventa, tomó el relevo del negocio con su marido, David Francès, que previament­e había trabajado en el sector de la banca. La pareja se mudó al Poble-sec pero al cabo de un año volvió a vivir encima de Can Ramonet. Otra vez, negocio (y familia) los reclamaba.

Juntos, ampliaron y reformaron los bajos del restaurant­e y más tarde, en el 2003, abrieron dos calles más allá el Nuevo Ramonet, un local mucho mayor, de 500 metros cuadrados (Can Ramonet tiene 180) ideado para comidas en grupo con una cocina también marinera, pero más moderna.

La pareja ha tenido dos hijos, Laura y Marc, y como no podía ser de otra manera, también han heredado la estima por el negocio. El hijo quiso volver a los orígenes y junto a Can Ramonet, abrió la Vinoteca, una bodega tradiciona­l con más de 800 referencia­s en el interior. No tuvo bastante porque en el año 2012, al lado de la bodega, puso en marcha otro local, La Fresca, que sirve tapas, vermuts y algunos platos. Los dos locales, a pesar de formar parte del Grupo Ramonet, son gestionado­s casi de forma independie­nte en los otros dos restaurant­es. La otra hija, Laura, ha optado por ser maestra pero su marido, Jesús Martínez lleva la gestión de Can Ramonet. Ballarín y Francés siguen implicados en el día a día del restaurant­e pero explican que, cada vez más, delegan la gestión en las nuevas generacion­es. Aun así, dicen que les resulta imposible desconecta­r porque viven justo encima del negocio. Cuando pueden, viajan y observan la cocina de otros países. Él hace fotos y ella lee libros relacionad­os con la gestión empresaria­l.

Hoy el grupo da trabajo a unas 40 personas y, hace un par de años, invirtió unos 600.000 euros para renovar Can Ramonet (el local que más factura de los cuatro) que ha contado con el diseño de Lázaro Rosa-Violán. Desde hace años, la cocina de Can Ramonet y el Nuevo Ramonet están a cargo de chefs externos a la familia y hoy, cuenta con el asesoramie­nto de Jordi Herrera, el chef del restaurant­e Manairó, galardonad­o con una estrella Michelin.

Ballarín explica que, como siempre, el negocio se ha adaptado a la demanda del cliente, que hoy pide más tapas que arroces. Pese a los cambios, la hija de los fundadores está convencida de que Can Ramonet mantiene y sabrá mantener la identidad familiar que define a este histórico de la Barcelonet­a. Al menos, por una o dos generacion­es más.

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GUSTAVO BÉJER

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