La Vanguardia

Luis Enrique y Pep Guardiola: un duelo en el banquillo

El técnico intensific­a su intervenci­onismo para no dejar de sorprender

- JUAN BAUTISTA MARTÍNEZ CONOCIMIEN­TO MUTUO

En un vestuario un entrenador suele pasar por distintas estaciones. El primer rubicón que superar es el de la aceptación y el conocimien­to por parte de los jugadores. El segundo se define como el de la consolidac­ión y el dominio de la situación. Y el tercero, el que muy pocos técnicos pueden combatir, es el del desgaste o el del hastío mutuo, cuando la relación llega a un punto de difícil retorno en el que tratar con las mismas caras se convierte en insoportab­le. Pues a Luis Enrique el partido de mañana ante el City de Guardiola le pilla de lleno en la segunda etapa, transporta­ndo las virtudes que le han acompañado siempre y tratando de limitar sus defectos porque él ya no puede engañar a sus jugadores ni sus futbolista­s le pueden engañar a él. Luis Enrique se ha planteado el primer trimestre de la temporada convencido de que no le puede suceder lo mismo que en el último tercio de la pasada campaña. Si algo le obsesionó desde el principio, es que su equipo estuviera bien preparado para la lucha y que el combate se planificar­a como una carrera de fondo, en que suele funcionar mejor ir de menos a más que a la inversa. El asturiano tiene la sensación de que esa fórmula le funcionó de maravilla en su primera campaña y no pudo aplicarla en la segunda.

Por eso ha extremado las rotaciones, aun a riesgo de que se le fuera la mano, como pudo ocurrir ante el Alavés o el Celta. No se sabe qué habría pasado si Messi no hubiera estado tres semanas lesionado y habrá que ver si Neymar baja o no su volumen de minutos en las próximas semanas, pero sólo el hecho de que Suárez haya sido sustituido en tres ocasiones y de que el brasileño aplauda públicamen­te las rotaciones ya es un paso adelante. Nada que ver con el motín de Anoeta de 2015 o con las malas caras de Neymar en el Sánchez Pizjuán en su momento. Esos roces provocaron que Luis Enrique diera manga ancha a los astros y luego esa falta de descanso les hizo ir con la lengua fuera un año después. Ahora parecen haber alcanzado un pacto por el interés general que vendría a demostrar una mayor ascendenci­a del asturiano. Al técnico también se le ha achacado una cierta falta de intervenci­onismo táctico cuando los partidos se complican. Pero esta campaña si de algo se le podría acusar, es de lo contrario. Porque las sacudidas al dibujo son continuas. No siempre le ha salido como quería o como se reflejaba en la pizarra, pero se está convirtien­do en un entrenador más particular. Siempre le acompañará la etiqueta de vertical, para lo que solía ser el Barça de Guardiola, y que se resume en el axioma de que este es el equipo de los delanteros y no el de los centrocamp­istas. Pero más allá de ese rasgo permanente, ha experiment­ado con una línea de tres defensas y con una vanguardia con dos delanteros centros. Señal de que se siente con el poso suficiente como para no anquilosar­se y para atreverse a probar nuevas pócimas.

Puro reflejo de su pasado y de su personalid­ad, pues fue un todoterren­o en el fútbol y lo es cuando practica deporte en su vida privada, Luis Enrique va construyen­do futbolista­s polifacéti­cos. Si por él fuera, todos menos los porteros se desempeñar­ían en más de una posición, convencido como está de que eso supone ampliar la baraja para coger despreveni­do al adversario. Que el rival se duerma y se levante sin saber qué se puede encontrar. Eso es lo que le encantaría mañana: sorprender a su amigo Guardiola. Comunicati­vamente son muy distintos, pero les unen algunos factores y no sólo por el hecho de haber compartido horas de vuelo en el Camp Nou. Ambos no soportan que un jugador les defraude. Cuando lo sienten así, como ocurre ahora con Aleix Vidal, les ponen la cruz y esa pieza pasa a ser la última de la fila. Luis Enrique ya sabe lo que es ganar y eliminar a un equipo de Pep, al que jamás le ha regateado un elogio.

El asturiano y su plantilla se encuentran en una etapa en la que ya no se pueden engañar

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