Bruce Springsteen
En su autobiografía Bruce Springsteen no pasa cuentas, más bien tiende puentes
CANTAUTOR
Bruce Springsteen (67) ha presentado en Londres su autobiografía Born to run advirtiendo que le queda cuerda para rato. “Físicamente me siento mejor ahora que a los cuarenta, conozco mejor mi cuerpo y sus limitaciones, sé cómo cuidarlo”.
La autobiografía de Bruce Springsteen no es ningún ajuste de cuentas. Ni con sí mismo ni con nadie. Como buen chico criado en la religión católica, con familia irlandesa e italiana, no cree en la venganza. Más bien es una reconciliación, una mano tendida al pasado y al futuro, a los personajes que han sido importantes en su vida, la puesta en solfa de toda una colección de recuerdos.
“Me queda cuerda para rato –dice en la presentación en Londres de su libro
Born to run, publicado por Literatura Random House en castellano y por Malpaso en catalán–. Físicamente me siento mejor ahora (67 años) que a los 40, conozco mejor mi cuerpo y sus limitaciones, se cómo cuidarlo, y los largos conciertos a los que tengo acostumbrados a los fans me salen de forma espontánea. No tengo ningún otro don ni sé hacer otra cosa especialmente bien, así que se trata de la manera que he encontrado de dar sentido a mi existencia”.
“Toda mi vida ha sido una larga conversación con la audiencia, y por el mo- mento no tengo la inclinación de ponerle fin –afirma–. Una charla un poco abstracta si se quiere, que me ha ayudado a entender cómo mi música toca emocionalmente a los demás y me afecta a mí mismo, cómo inspira tristeza y alegría, la búsqueda de un mundo lleno de posibilidades. El libro es una continuación de ese proceso”.
The Boss, en su encuentro con la prensa internacional en el Instituto de Arte Contemporáneo (ICA) de la capital inglesa, asegura que no se siente un poeta como Bob Dylan (“en todo caso sólo un poco”) sino “un tipo que hace su trabajo lo mejor que puede”, con el espíritu de clase obrera del condado de Freehold, donde nació. “He vuelto a mis orígenes, al lugar donde crecí, tengo familia y conozco a los vecinos –dice–. He conocido el mundo, he viajado, he vivido en California y he regresado a New Jersey, donde están mis raíces”.
Quienes piensan que la mayoría de sus canciones son autobiográficas se equivocan. “Por supuesto que tienen algunos elementos, pero en la inmensa mayoría de casos se trata de situaciones y emociones extrapolados o inventados directamente, fruto de la imaginación, de cosas que he visto o leído, e imagino
cómo me habrían afectado a mí”. Aunque ha perdido la religiosidad, habla de la importancia de la estricta educación católica que recibió, y de la influencia que ha tenido en sus letras. Conceptos como el cielo o el infierno, la redención y la condena, la salvación y el pecado, formaban parte del lenguaje cotidiano en su casa y en su colegio. “Mi lenguaje –señala– procede de la Biblia”.
Promete que no habrá ningún libro más. “Me lo he pasado bien escribiendo, aunque es una experiencia muy distinta que actuar en un escenario, uno echa de menos el aplauso del público al final de cada capítulo. He repasado mi vida, y a veces he reído y llorado al hacerlo. Pero después de treinta años de analizarme, ya no me quedan secretos. Los que no están en el libro es porque no los quiero contar, y no lo haré”, explica el rockero, que pidió permiso a sus hijos y su mujer para profundizar en los entresijos de la vida familiar.
Cuenta con candor su tendencia depresiva desde que tenía treinta años, y la difícil relación con su padre, que nunca tuvo un trabajo propiamente dicho y se pasaba la vida en el bar. Se refiere con adoración a su madre, y con profundo desprecio a Donald Trump (“es un esperpento, un personaje trágico que está minando los cimientos de la democracia estadounidense”). Expresa su admiración por los escritores Herman Melville y Philip Roth, y por Tolstoi y los románticos rusos.
“De muchacho tenía muy clara la diferencia entre los sueños y la realidad. Mi sueño era que un día se ponía enfermo Mick Jagger, me llamaban para ocupar su lugar en los Rolling, y lo hacía tan bien que me fichaban para reemplazarlo. La realidad era tocar la guitarra rítmica en un pequeño grupo local. Nunca hay que poner muy altas las expectativas”. Un buen consejo viniendo de alguien que forma parte integral de la cultura norteamericana y ha vendido casi 200 millones de discos. “He procurado que mi libro sea honesto, y en muchos sentidos más profundo que las canciones. Ha sido una manera de pasar revista a mi historia, y estoy satisfecho –dice–. Pero mi vida es la música, y sobre todo los conciertos. Me hacen ver lo que soy y de dónde vengo, destruyen las dudas. Cuando subo al escenario, es como si el tiempo se paralizara y uno fuera eterno. Es una experiencia orgánica que me sale de forma natural. Por eso duran tres, cuatro o cinco horas, casi ni me doy cuenta. La comunión con la audiencia es absoluta, y aunque los espectadores no lo noten, miro sus caras, intento leer sus sentimientos. Es algo que no cambiaría por nada del mundo”. God save The Boss.
PASADO “La educación católica me influyó mucho y puso los conceptos de cielo e infierno en mis canciones” PRESENTE “La música es lo único que sé hacer bien, cuando subo al escenario se paraliza el tiempo” FUTURO “Tengo cuerda para rato y mis conciertos seguirán siendo largos mientras el cuerpo aguante”