Los vaivenes del ‘fracking’
FRACKING: con este nombre se conoce la explotación del gas de esquisto, un hidrocarburo no convencional que se encuentra entre rocas, y que se obtiene mediante su fracturación hidráulica. Durante años, cuando el petróleo alcanzaba precios muy altos, cuando además inquietaba mucho su finitud, el fracking se presentó como una alternativa. Los lobbies energéticos que estaban interesados en este tipo de energía glosaron con entusiasmo sus virtudes. En cambio, colectivos ecologistas denunciaron los riesgos que entrañaba para el medio ambiente y la posibilidad de que el violento sistema de extracción acabara contaminando los caudales subacuáticos.
Aquella coyuntura en la que el fracking parecía una solución que convenía adoptar con urgencia ha pasado ya. La caída de los precios del petróleo y del gas ha atenuado su perentoriedad. La industria asociada al fracking conoce un periodo de desaceleración. Son muchos los países europeos que vieron con muy buenos ojos la propuesta y que ahora han dado un paso atrás y ya no consideran el fracking como una vía de progreso ineludible. De hecho, tan sólo el Reino Unido de la premier Theresa May parece seguir adelante en Europa, con cierto entusiasmo, por la senda de esta vía energética. Y acaso lo haga porque, a diferencia de Estados Unidos, donde el desarrollo de los pozos petrolíferos y del fracking ha propiciado ya cierta autonomía energética, Gran Bretaña se sitúa todavía ante un umbral de dependencia. Así las cosas, cualquier recurso energético posible goza de un aprecio que no se da cuando las carencias están mejor cubiertas.
En términos generales, la perspectiva es de reducción de consumo de combustibles fósiles. Este planteamiento no es favorable para el desarrollo del fracking, salvo en lugares, como ya hemos apuntado, donde la dependencia de los recursos foráneos aconseja probar cualquier tipo de explotación local. Las energías renovables, aunque su aportación es todavía insuficiente, parecen marcar el camino de futuro. De hecho, el propio Reino Unido está ampliando la implantación de esta opción, y el año pasado instaló 70 veces más potencia solar que España, país que, como es bien sabido, disfruta de mucho más sol que Inglaterra.
Los gobiernos de los distintos países están, en este terreno, ante un serio dilema. Deben proteger los intereses nacionales dotándose de todos los recursos energéticos a su alcance. Pero, al tiempo, deben actuar con responsabilidad medioambiental y no agravar más los efectos nocivos que, como bien sabemos ya todos, causan los combustibles fósiles.