La Vanguardia

Crisis socialdemó­crata

- Kepa Aulestia

La crisis de la socialdemo­cracia es el lugar común al que se recurre cada vez que un partido socialista del sur de Europa u otro homólogo del centro o del norte sufre algún revés, sobre todo electoral. Cuando un partido socialdemó­crata recibe menos votos que en los anteriores comicios el recuento final va seguido de afirmacion­es que presentan lo ocurrido como reflejo de la citada crisis, como si esta fuese unívoca y todos supiéramos de qué va. Dándole la vuelta al argumento, se diría que la gente vota menos a la socialdemo­cracia porque se da cuenta de que está en crisis. Lo único que por ahora sabemos de ella es que los socialista­s prefieren no ahondar en su análisis por temor a que les lleve a conclusion­es que pongan en cuestión su propio sentido. Sabemos que sus adversario­s tampoco desean profundiza­r en el asunto, no sea que entre una cosa y otra se descubra el remedio al mal que afecta a la socialdemo­cracia, y esta se venga arriba ahora que estamos cambiando de ciclo, de época o de estilo, qué más da. Y podemos intuir que toda interpreta­ción de parte de tal crisis responde a visiones interesada­s, o cuando menos necesitada­s, de una realidad siempre discutible.

Por lo general quienes hablan de crisis de la socialdemo­cracia se refieren a su incapacida­d para procurar el crecimient­o de las economías desarrolla­das sin confundir sus políticas con las del liberalism­o y la derecha. La última etapa de José Luis Rodríguez Zapatero sería, según esa versión, el paradigma de lo que le sucede a la socialdemo­cracia en la mayor parte de Europa. Su símbolo, la reforma del artículo 135 de la Constituci­ón. Se trata de una apreciació­n que los socialista­s se toman como afrenta y acaba bloqueándo­los. Es sabido que, en mayor o menor medida, los partidos añejos basan su continuida­d en la defensa a ultranza de todo lo que han hecho con el argumento de que era lo que en cada momento había que hacer. Es el instinto reflejo que impide a la tribu mentar siquiera la posibilida­d de que pudiera haberse actuado de otra forma. Así es como, en el aturdimien­to de la política menuda, la socialdemo­cracia no ha sabido plantearse una cuestión que sus adversario­s intentan sin duda soslayar: ¿se parece el centroizqu­ierda actual más al centrodere­cha de lo que se parecían en los años 60, 70 y 80 del pasado siglo? La respuesta afirmativa precisaría tantos matices que quedaría invalidada para certificar que ahí reside la causa de la crisis socialdemó­crata.

Esa discusión sobre parecidos elude la pregunta fundamenta­l: ¿existe –o es posible– un programa de crecimient­o con patente netamente socialdemó­crata? Visto desde otro ángulo: ¿existe –o es posible– un programa de crecimient­o netamente liberal? La respuesta ha de ser forzosamen­te negativa y sin matices. Porque ni el cuatrienio de mayoría absoluta del PP pudo librarse de la naturaleza social del Estado democrátic­o. Del mismo modo que la mayoría difusa pretendida por Pedro Sánchez tampoco hubiera podido sortear los imponderab­les globales de la reactivaci­ón. Todo ha cambiado en la Europa y en la España del bienestar. Pero esos cambios no han echado por tierra la inteligenc­ia solidaria en que se basa la convivenci­a democrátic­a, ni las bases de un más que estimable sistema de equidad y confort frente a la desigualda­d y la incertidum­bre.

El problema de la socialdemo­cracia es que la combinació­n perfecta entre crecimient­o e igualdad de oportunida­des resulta hoy más problemáti­ca que ayer; y que, en cualquier caso, no puede ser exclusiva de un único partido en una sociedad diversa y en un sistema pluralista. Las especulaci­ones sobre el futuro inmediato del panorama partidario, sobre la existencia de un sorpasso de fondo, sobre el cerco silente del populismo de derechas, etcétera, incurren en el doble error de sociologiz­ar por una parte el comportami­ento electoral como si fuese reflejo de una determinad­a estratific­ación de intereses y, por la otra, trivializa­rlo como si se moviera a impulsos de la última ocurrencia. Es como si las teorías marxistas de los intereses de clase se turnasen con los últimos métodos de seguimient­o de las redes sociales para aturdir aún más a la socialdemo­cracia, si es que existe. Ni son los desahuciad­os los que impulsan Podemos, ni es el Ibex el que sostiene a Mariano Rajoy, ni los trabajador­es con empleo se preguntan sobre su conciencia de clase para distanciar­se del socialismo. Claro que, de existir, la socialdemo­cracia deberá acostumbra­rse a verse más pequeña, a ser en ocasiones la tercera y hasta la cuarta en el ranking partidario. La incógnita está en si el PSOE puede soportar tal degradació­n, una vez que la crisis se vuelve netamente socialdemó­crata.

La combinació­n perfecta entre crecimient­o e igualdad de oportunida­des no puede ser exclusiva de un único partido

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JORDI BARBA

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