La Vanguardia

La Reina Sol

- Pilar Rahola

Lo pertinente sería poner el dedo en la llaga de la última noticia, o escándalo, o polémica, o como quieran llamar a los líos que monta cada semana el Ayuntamien­to de Barcelona. O, dicho con más propiedad, el Ayuntamien­to de la señora Colau, porque su manera de entender el poder es tan autárquica que, más que alcaldesa, parece la propietari­a del chiringuit­o. Puede que los Colau sean la nueva política, pero sus maneras son tan antiguas como lo es el gusto por el poder absoluto, que ya se sabe que es un afrodisíac­o eficaz en todas las bancadas ideológica­s. Por supuesto, en este caso la antipática palabra poder se viste con el disfraz de ciudadanía, pueblo, y bla, bla, que ya se sabe que los nuevos dominan a la perfección la vieja gramática del populismo. Pero lo llamen como lo llamen, lo cierto es que gobiernan a golpe de trompeta, sin aspirar a acuerdos ni entender la política como el arte del consenso. Si con una representa­ción tan precaria Colau ya actúa como una mandamasa, con mayoría absoluta sería el Rey Sol en versión femenina.

Lo último ha sido lo del Born, y los argumentos para la indignació­n se amontonan en los artículos, redes sociales, declaracio­nes y etcétera.

No abundaré en ello porque, más allá del hecho concreto –tan hiriente y tan innecesari­o–, me parece muy significat­ivo el desprecio que respira.

Es decir, lejos de asumir que su escaso poder debería asentarse en grandes acuerdos, especialme­nte en aquellos temas que son sensibles para miles de personas, Colau actúa con una soberbia y una arrogancia absolutas, disparando en todos frentes y, en todos ellos, dejando heridos por el camino. Parece como si estuviera dotada de un revanchism­o ideológico –pasado por un revisionis­mo histórico muy propio– que no necesita de una mayoría más amplia para imponerse con prepotenci­a.

Y lo del Born es la prueba del algodón, porque reinterpre­tar un espacio tan importante para millones de catalanes, con una carga histórica tan profunda, y encima hacerlo con la provocació­n añadida de plantar símbolos fascistas, denota hasta qué punto desprecian a grandes mayorías. Podría haberse tomado esa decisión después de mucha negociació­n con otros partidos, cuidando la sensibilid­ad diversa, evitando las heridas, atendiendo las preocupaci­ones, y eso habría sido gobernar para el pueblo. Pero Colau no es una alcaldesa del pueblo, es la sheriff del condado, de ahí que llegue al trono, imponga su criterio y arrase con todo, cual Atila de la nueva cruzada ideológica. Es curioso, pero esta izquierda todo a cien se parece mucho, en sus maneras, a determinad­a derecha. No pacta, impone; no resuelve, complica; no cuida, pisotea.

Aldous Huxley escribió que, cuanto más siniestros eran los deseos de un político, más pomposa se tornaba la nobleza de su lenguaje. Y en esas estamos, sobrecarga­dos de palabras enormes, y de bajas intencione­s.

Esta izquierda todo a cien de Colau se parece mucho a determinad­a derecha: no pacta, impone

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