La Ilustración como antídoto
Todo logro humano tiende a ser cuestionado, al servirnos de él de forma equivocada o malintencionada. Con las ideas ocurre algo parecido, al ser definidas como ideales, como es el caso de la Ilustración, cuyas aportaciones han sido deformadas hasta el extremo de secuestrarlas para justificar cualquier tipo de abuso. Algunos ejemplos de su mal uso: la separación de poderes que postuló Montesquieu sólo es defendida, léase utilizada, por los que la subvierten para favorecer sus intereses; la defensa de las libertades individuales se halla atenazada por las defensas romántica de la libertad de los pueblos, o la tolerancia voltairiana amedrentada por los perjuicios y los miedos que promueven los populismos. Para luchar contra este veneno neutralizador de los ideales de la Ilustración, ideales que hoy deberían definir nuestra sociedad en su vertiente positiva, nada mejor que hacer el ejercicio propuesto por la publicación F, promovida por Foment y que dirige Valentí Puig, consistente en hacer la siguiente pregunta a una serie de intelectuales: ¿Qué queda de la Ilustración? Una pregunta en la que debemos advertir la enorme distancia que hay entre el espíritu moral y estético de la Ilustración y el camino recorrido por nuestra sociedad.
Hace unos días, con motivo de los dos años de la publicación de la revista F, se celebró un interesante diálogo entre Manuel Arias Maldonado y José Enrique Ruiz-Domènec, centrado en arrojar luz a la pregunta propuesta. El debate permitió ver hasta qué punto nuestra cotidianidad está definida por los ideales de la Ilustración y mostrar, en la dirección de la interpretación de Francisco de Goya, cómo el sueño de la razón es capaz de engendrar monstruos. Caben destacar dos aportaciones al debate para defendernos del mal uso de la Ilustración: la primera, propuesta por Arias Maldonado, es la de no dejar de ser vigilantes sobre el uso de sus valores y no caer rendidos ante algunas de sus sugerentes ideas. Propone que nos convirtamos en ilustrados sin optimismo. Es decir, ilustrados pragmáticos. Por su parte, Ruiz-Domènec reivindica la imaginación creadora de la Ilustración encarnada en Diderot, que, con los 35 volúmenes de su Encyclopédie, envió un mensaje nítido a nuestro tiempo: el mayor valor que defender es el de nuestras libertades.