La fiesta de la raza
El próximo 12 de octubre hará 100 años de la primera celebración del día de la Raza como fiesta nacional en Argentina. La festividad se había establecido ocho días antes por un decreto de Hipólito Yrigoyen, del Partido Radical, el primer presidente del país escogido democráticamente y también el primer presidente constitucional derrocado por un golpe de Estado. En su interesantísimo artículo Origins and Historical Significance of Día de la Raza
(2004), el historiador israelí Ilan Rachum contextualiza cuidadosamente este decreto en el marco de la política exterior argentina de los meses siguientes a la declaración de guerra de EE.UU. a Alemania, que significó el comienzo del fin de la Primera Guerra Mundial. El presidente Yrigoyen, que era partidario de mantener la neutralidad, estaba recibiendo fuertes presiones de Nueva York y Londres para que rompiera las relaciones diplomáticas con Berlín y vio en esta conmemoración, sugerida por la Asociación Patriótica Española de Buenos Aires, la oportunidad para estrechar los vínculos con el resto de Estados neutrales del Nuevo Continente y con una potencia decadente y sin dientes pero económicamente atractiva, España, la “madre patria”, que, tras la pérdida de Cuba en 1898, que había significado el fin de toda soberanía territorial en América, quería aprovechar las ventajas de la lengua y el pasado comunes para recuperar parte de la influencia que había perdido en la zona. Todo ello, claro, sobre el trasfondo del resentimiento creciente que, en muchos de aquellos países existía hacia los EE.UU., que, a la sombra de la doctrina Monroe y con el discurso panamericanista siempre a punto, querían imponer su hegemonía política y económica en el “patio trasero”.
No fue hasta un año después que la celebración del aniversario de la llegada de Colón a América se importó al Estado Español como fiesta nacional. Fue en 1918, durante el gobierno de Antonio Maura, que tuvo como ministros Francesc Cambó y a Joan Ventosa i Calvell de la Lliga Regionalista, que se presentó a las Cortes la ley que lo establecía. Cambó, que era un decidido partidario de la proyección de la economía catalana hacia Sudamérica, tenía como jefe de gabinete a Rafael Vehils, el portavoz más destacado, junto a Frederic Rahola, del panhispanismo catalanista. El año anterior a la oficialización, Vehils ya había promovido como presidente de Casa América de Barcelona, que representaba los intereses catalanes en aquella zona, la celebración de la fiesta de la Unión Iberoamericana de España, que la reclamaba. Faltaban un par de años para que Cambó se inventara la Compañía Hispano-Americana de Electricidad (CHADE) para impedir que la principal compañía de electricidad de América Latina fuera decomisada por los aliados tras la Primera Guerra Mundial. Antes de participar en este negocio tan magnífico como escandaloso con el que tanto se enriquecieron, Cambó, Ventosa, Vehils y otros prohombres del catalanismo entonces hegemónico bendijeron la gran Fiesta de la Raza, que el 1918 no se celebró por la epidemia de gripe.
Después de la pérdida de Cuba en 1898, España quería recuperar parte de la influencia que ya no tenía en la zona