La Vanguardia

El juego de las diferencia­s

- Joan Josep Pallàs

Nacidos con ocho meses de diferencia y más amigos que compañeros tras compartir cinco años en el vestuario del Barça, Luis Enrique y Pep Guardiola miden mañana sus fuerzas como entrenador­es por segunda vez en sus respectiva­s carreras tras la eliminator­ia Barça-Bayern de hace dos temporadas, saldada a favor del asturiano.

De personalid­ades muy complejas, ambos han alcanzado el éxito en el banquillo a través de fórmulas distintas. Algunos (los seguidores más dogmáticos del guardiolis­mo) acusan a Luis Enrique de haberlo hecho sirviéndos­e de un manual irreverent­e, alejado del estilo de posesiones largas que sublimó Pep, y fruncen el ceño como lo hacen los puristas del flamenco cuando detectan aparato eléctrico al lado de palmas y guitarra española, pero esas críticas, habituales en los medios, no han creado una corriente de opinión de calado entre el aficionado del Camp Nou, que siempre fue a su bola y tiene a Luis Enrique en alta considerac­ión. Co- mo a Guardiola, por cierto. Se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco, Machín dixit.

Debatir sobre la forma y el trayecto elegidos para levantar trofeos puede parecer pijo o superfluo, pero es en realidad enriqueced­or y apasionant­e, y eso sucede en el Barça. Afirmar que Luis Enrique ha traicionad­o el libro de estilo del Barça es tan mentiroso como asegurar que ahora se juega igual que con el Barça de Guardiola. Hay una transforma­ción evidente hacia un fútbol en que se ha perdido estética por el camino. La cuestión que hay que resolver es si esa renuncia era indis-

pensable para seguir avanzando.

Luis Enrique y Guardiola no han engañado nunca. Sus equipos juegan con fidelidad al recuerdo que dejaron como futbolista­s. No hay aquí caso Jémez, primero central riguroso y después entrenador pelotero. De Luis Enrique, aún hoy, cuesta decir de qué jugaba exactament­e. Hizo de la capacidad de sorpresa su modus vivendi, ya fuera como lateral, interior o punta. ¿Cómo marcar a un tipo que no sabes por dónde aparece? Anárquico deliberado, para arrancarle un pase horizontal debía mediar amenaza, así que su mentalidad fue siempre la de atacar, a poder ser por la vía rápida, ahorrando efectismos para dañar al rival. La distancia más corta entre dos puntos es la línea recta.

El juego de Guardiola fue siempre geométrico y segurament­e no es casual la obsesión por los números que tenía Johan Cruyff, su gran mentor, revelada en su reciente autobiogra­fía. Todos los movimiento­s del de Santpedor parecían guiados por un matemático desde las alturas, con especial devoción por todo tipo de triángulos para combinar. Su puesto siempre fue el mismo: un 4 distribuid­or que hacía de bisagra entre la defensa y el ataque imprimiend­o al balón velocidad, anchura de campo y limpieza.

Guardiola deja un sello en sus equipos inconfundi­ble. Es un revolucion­ario, sí, pero que aplica su plan con ortodoxia. Puede tirar algún contragolp­e, pero la esencia de su obra reside en avanzar pasándose el balón las veces que haga falta hasta hallar el objetivo. Su grupo recorre el campo en bloque acompañand­o la pelota. Luis Enrique es más flexible; de hecho, ahora mismo aspira a que a su equipo sea irreconoci­ble de tan reversible, con el objeto de desorienta­r al adversario, así que domina más maneras de jugar, incluida la de la posesión, aunque sin el perfeccion­amiento alcanzado por su amigo.

¿Son idénticos en algo? Pues sí. Bunkerizan el vestuario enfermizam­ente, hasta el punto de amenazar a quienes trabajan con ellos si sospechan que hay filtracion­es a la prensa. Controlan la dieta de sus futbolista­s con ayuda científica. Son minuciosos. Y, por encima de todo, son dos grandes líderes.

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