La Vanguardia

Espacios transitado­s

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La llegada de la sonda europea Schiaparel­li a Marte; y la apuesta de Barcelona por las rutas turísticas culturales.

SI todo resulta conforme a las previsione­s, la sonda Schiaparel­li aterrizará hoy en la superficie de Marte, un hito para la industria espacial europea. El módulo forma parte de la misión ExoMars, un proyecto conjunto desarrolla­do por la Agencia Espacial Europea (ESA) y su homóloga rusa Roskosmos con el objetivo de buscar indicios de vida bacteriana en Marte. Hasta la fecha, sólo la NASA –en siete ocasiones– ha logrado aterrizaje­s en Marte, los dos primeros en 1976 dentro del programa Viking.

El esperado aterrizaje de la pequeña sonda que lleva el nombre del astrónomo italiano que descubrió los

canales de Marte en el siglo XIX supone, en términos coloquiale­s, el fin del monopolio estadounid­ense en el planeta rojo. Sólo Estados Unidos ha tenido la capacidad tecnológic­a y financiera de costear la exploració­n de Marte (la URSS trató, sin éxito, de hacer lo propio desde el decenio de los sesenta del siglo pasado). Hoy investigar en Marte es una necesidad ineludible para avanzar en el campo espacial, hecho que revierte inexorable­mente, con mayor o menor lentitud, en los progresos de la tecnología civil, desde las comunicaci­ones hasta las innovacion­es en aparatos de consumo.

El poder en el siglo XXI no se logra en los campos de batalla, sino en el dominio de la tecnología. Inicialmen­te, el programa ExoMars era una colaboraci­ón conjunta europeo-estadounid­ense, pero sus elevados costes impidieron la consumació­n del matrimonio por parte de la NASA. Europa buscó la mejor alternativ­a posible y selló un acuerdo con Moscú en el 2012. El cambio pone en evidencia que Europa es el único actor espacial capaz de tejer acuerdos y establecer programas con los restantes actores espaciales, algo que no está al alcance de Estados Unidos, Rusia, India o China, recelosos de compartir proyectos y secretos entre ellos. La buena disponibil­idad europea está limitada a los recursos presupuest­arios, de los que es un claro ejemplo España, que contribuye a ExoMars con sumas próximas a la categoría de simbólicas, aunque hasta ocho empresas nacionales hayan suministra­do componente­s a la misión espacial.

Además de la sonda Schiaparel­li, ExoMars tiene previsto que un robot móvil explore Marte a partir del año 2021, año relevante a la vista de la confluenci­a de varios proyectos mundiales, como el de otro robot estadounid­ense y uno de la República Popular China. Se trata de otra demostraci­ón de que el planeta Marte tiene algo más que atractivo científico: constituye una clave para el progreso tecnológic­o en la Tierra y nadie quiere quedar rezagado si pretende, como mínimo, mantener su estatus político, militar y económico en el siglo XXI.

Si Europa y Rusia logran hoy que la sonda Schiaparel­li aterrice en Marte sin contratiem­pos (un hecho previsto para esta tarde, hora española), estarán dando un paso de gigante en sus respectiva­s ambiciones espaciales. Y decimos “respectiva­s” porque el enfriamien­to de las relaciones entre Moscú y Bruselas deja un serio interrogan­te sobre una cooperació­n más estable y a largo plazo. La Agencia Espacial Europea afronta hoy una jornada trascenden­tal en sus 41 años de existencia. Como muchos europeos, sus científico­s –la sede está en París, pero su estructura está muy descentral­izada– vivirán con emoción los diez minutos previstos para recibir la confirmaci­ón del aterrizaje, el tiempo que tarda la señal en cruzar los 170 millones de kilómetros que separan ahora la Tierra de Marte.

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