La Vanguardia

Deliciosos disparates

- Jordi Llavina

El poeta Miquel Àngel Llauger acaba de darnos dos libros exquisitos, uno propio y el otro medio suyo. Podría decirse que tanto uno como otro forman parte de la poesía ligera —que, en ocasiones, y aun en su engañosa candidez, revela asuntos tan profundos o hirientes como la más honda lírica que pueda concebirse—. El suyo de pies a cabeza se titula Zooscòpia (Blind Books). Aquel del que se ha apropiado resulta ser El llibre dels disbarats, de Edward Lear (Adesiara).

Existe una antiquísim­a tradición literaria que consiste en hacer hablar a los animales: Esopo, en tiempos clásicos; nuestro Ramon Llull, en el culmen del medievo; La Fontaine, en el siglo XVII. Los bestiarios se tornan en nítidos espejos de la naturaleza humana: más que subrayar nuestras virtudes, acentúan nuestros defectos. Entre los líricos catalanes, Carner y Pere Quart sobresalie­ron en el cultivo y profundiza­ción del género.

Llauger se suma a la nómina de los poetas que construyen zoos particular­es de palabras, y lo hace con un librito lleno hasta los bordes de sustancia. Voy a traducir uno de los más breves, que es, a la vez, el más serio y grave entre los reunidos (y, junto con “Peix”, acaso también el más carneriano de todos). Se trata del dedicado al camaleón: “Contra un dosel de arena, amarilleas, / verdeas ante cortina de helechos. / Yo, contra la tiniebla que me aguarda, / poquito a poco voy ennegrecie­ndo”. Por ahí sacan también la cabeza una gaviota carroñera que nos recuerda los turbios negocios de algunos políticos populares, un ornitorrin­co muy zalamero y una pulga que adapta la célebre sentencia de la llegada del hombre a la Luna. La obra —manejable cual cancionero de misa— cuenta, asimismo, con unos hermosos dibujos de Marion Joanoff.

Edward Lear y Lewis Carroll son considerad­os los dos autores señeros de la llamada literatura del nonsense: “Una mirada atónita, solo posible para el hombre contemporá­neo, a un mundo de reglas incomprens­ibles”. La clásica estrofa de cinco versos del escritor inglés del siglo XIX, el limerick, es vertida al catalán por Llauger de una guisa tan competente como creativa, amén de graciosa. Es por ello que hablaba de un libro medio suyo. El poeta absorbe el espíritu de la forma, y nos lo devuelve convertido en palabras nuestras. Esta es la esencia de toda buena traducción. Y hay que decir que Llauger borda la suya.

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