La Vanguardia

Dylan, yo y yo

- Joana Bonet

Puede que este sea el Nobel de Literatura con quien más hemos convivido. Sus palabras no nos han acompañado durante uno o tres libros, en realidad no podemos contarlas. Desde aquellas tardes de sábado en que freíamos en el tocata Cambio de

guardia, o las fiestas en pisos desnudos donde siempre acababan sonando Just like a woman o Like a Rolling Stone ,yentonces movíamos la cabeza, algo idos, cerrando los ojos justo cuando decía “a complete unknown”. Qué duda cabe de que Bob invitaba a la lírica. No puede haber tontuna detrás de las más de trescienta­s canciones que forman el libro The lyrics 1962-2012, publicado en el 2014, una edición limitada –299 dólares el ejemplar– que incluye, además de los textos, imágenes de los cuadernos manuscrito­s donde escribió y corrigió una y otra vez sus versos. Son mil páginas, seis kilos de peso. Nos decían que era un coñazo, pero qué gran compañía ha sido Dylan, una compañía cultivada. Con él, siempre podías aprender nuevas maneras de verte: “Yo, y yo. En la creación, donde en la naturaleza de uno no existe honor y perdón”, dice uno de sus temas. También ha sido un fiel compañero de viaje, sobre todo en los trayectos largos. La voz plañidera del profeta en el asfalto sintonizab­a tanto con la lluvia empañando los cristales como con los campos brillantes de sol. Cuando llegábamos a un sombrío cuarto de hotel nos poníamos Hurricane, o descubríam­os canciones sexis, Tell me that it

isn’t true, por ejemplo. En su lírica, letras y música, se han dado la mano la alta cultura y la vida en minúsculas, de Ezra Pound y T.S. Eliot, al chili pepper o las cenicienta­s en el pasaje de la desolación.

El artista que se hizo llamar igual que el poeta Dylan Thomas como declaració­n de principios ha ganado el Nobel, y el mundo se ha posicionad­o a favor o en contra. Dylan es sin duda enigmático: expuesto sin cesar sobre los escenarios, aunque luego se esconda en su guarida, sin transpirar. Ha mantenido su vida en una caja acorazada. La suya es una firma global que apenas concede entrevista­s. Y aún no ha dicho ni mu sobre el Nobel. ¿Soberbia? ¿Recogimien­to? Dylan también hizo cosas exhibicion­istas y banales, o directamen­te lamentable­s: actuar con las Victoria’s Secret o permitir que el Gobierno chino elaborase el set list de su concierto en Pekín hace cinco años. Pero no hay duda de que nos ha marcado más que los Jelinek, Le Clézio, o Soyinka, incluso que V.S. Naipaul. Ha puesto banda sonora a nuestro tiempo con los destellos que alcanza a regalarnos la poesía. Sin embargo, lo más curioso del caso, y dado nuestro inglés de andar por casa y “a relaxing cup of café con leche”, es probable que en España, y con suerte, hayamos entendido una tercera parte de sus letras rodantes, conmovedor­as y elaboradas. Ahora esperamos con ansia un volumen que no pese seis kilos, debidament­e traducido. ¿O la literatura no es esto?

Ha puesto banda sonora a nuestro tiempo con los destellos que alcanza a regalarnos la poesía

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