La Vanguardia

El casting antifranqu­ista

- Joaquín Luna

El lunes por la tarde tenía planillo –un plan en construcci­ón– y con la excusa de la estatua de Franco, la memoria histórica y la regeneraci­ón de la democracia abandoné la redacción a media tarde en dirección al Born, el barrio donde los barcelones­es –ignoro qué barrios eligen las barcelones­as– llevamos con fines ulteriores a las despistada­s que visitan Barcelona. En una palabra: indignante. Por si había bofetadas frente a la estatua decapitada, nos sentamos en la terraza del cercano Pitin, “vermut, café, vins i copes desde 1957”. Y, en modo barcelonés vintage, fabulé: Pitin era un bar canalla de Pitito, llamado Eduardo Gamir, bohemio gauche divine, con ocurrencia­s célebres, al que no he tenido el gusto de conocer aunque ahora viva en mi barrio.

La historia es falsa –el bar Pitin no tiene nada que ver con Pitito–, pero la finalidad –seducir a una señora– justifica el autoengaño. –Un café y un cortado, por favor. –¡No tenemos café! –Yo he tomado café aquí y bueno. Falsea uno la historia reciente y viene el camarero y te deja en mal lugar. –Bueno..., sólo por las mañanas. ¿No es acaso sorprenden­te que un local que se identifica como café no sirva cafés a las siete de la tarde? Evité comentar que con Franco, mal que me pese, los cafés servían café a todas horas, aunque si tenías inquietude­s, te caía una leche, o muchas, pero sin café: sobraba mala leche, sobraba tanta mala leche...

Tampoco dije que en los grandes cafés de París sablean, pero nunca dejan de servirte un café.

Nos fuimos de la terraza y con la ofuscación ni siquiera aprecié si la estatua tenía restos de huevos ecológicos o de gallinas torturadas. Tampoco reparé en si alguna bandera decoraba la obra. Yo creo que le faltan huevos –a diferencia del caballo de Espartero en Logroño– y le sientan bien las banderas porque el caballo insinúa galope de victoria y a las banderas les sientan bien este tipo de estatuas.

No oí en ese ratito ningún grito de cólera popular. Si las cámaras de todas las television­es permanecen días, más de un ciudadano se acercará a insultar a la estatua sin cabeza para, de paso, salir indignado en televisión. Bien mirado, el asunto podría dar pie a un concurso en TV3 para elegir al “catalán más antifranqu­ista” del siglo XXI, a base de pruebas sencillas: fer

de caganer al pie de la estatua, pasar un fin de semana en el Valle de los Caídos con la amante o descubrir el discurso más obsequioso con el Caudillo en sus visitas triunfales a Catalunya.

Tomamos un café cerca y al volver frente al Born, la estatua decapitada seguía allí, bobalicona y a disposició­n de lo que cada uno disponga: ligar, indignarse, reflexiona­r, grafitearl­a, mearse o cruzar unos puños con el prójimo. Me temo que también ayudará a comprender por qué Franco nos gobernó 40 años, Catalunya incluida.

La estatua podría dar pie a un concurso para elegir al “catalán más antifranqu­ista” del siglo XXI

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