La Vanguardia

“Fascistas”, gritaban

La exposición del Born sobre la dictadura de Franco refleja los maximalism­os de estos tiempos, sin matices: o blanco o negro

- DOMINGO MARCHENA Barcelona

Excelente metáfora de estos tiempos maximalist­as, sin posibilida­d de matices, la polémica por la exposición municipal sobre la dictadura franquista en el Born serviría en bandeja material para dramaturgo­s como Edward Albee (1928-2016), autor de

¿Quién teme a Virginia Woolf? O blanco o negro, como si fuera imposible rechazar la ignominia de la dictadura pero a la vez aplaudir la denuncia de sus sevicias. Demasiado complicado para quienes agotan su comprensió­n “El lugar elegido es un grave error porque hiere los sentimient­os de muchas personas”, lamenta la Generalita­t lectora en los 140 caracteres de un tuit. “He llorado, pero me voy tranquila: es una exposición. Sólo eso”, explicaba ayer a un vigilante de seguridad la viuda de un combatient­e antifranqu­ista.

Muchos no saben qué les irrita más. La escultura ecuestre decapitada de Franco rescatada temporalme­nte de un almacén municipal, la exposición en sí misma ( Franco, Victòria, República: impunitat i espai urbà) o su escenario, el Born, un antiguo mercado reconverti­do en el santuario de 1714. “El lugar elegido es un grave error porque hiere los sentimient­os de muchísimas personas”, asegura la consellera y portavoz del Govern, Neus Munté.

Manifestan­tes que vivieron la dictadura han acudido a gritar “fascistas”. También jóvenes que no habían nacido cuando murió el dictador. Durante la inauguraci­ón de la muestra, anteayer, escucharon sus gritos personas como la anciana que lloró por su marido. Y miembros de la Asociación de Presos Políticos, Amical de Mauthausen o el Memorial Democrátic­o de la Seat. “Fascistas”, gritaban. La estatua, sobre la que de nuevo llovió ayer pintura y huevos, tuvo durante un rato la compañía de una muñeca hinchable. La Fundación Francisco Franco habla de “falta de respeto” y “bárbaro akelarre”. Lo que no dice esta asociación ultra, que en Alemania sería ilegal, es que la estatua ha tenido una gran virtud. Ha hecho visible otra exposición, que también forma parte del proyecto sobre el franquismo. Això em va passar recoge las voces de las víctimas de militares, policías, jueces, fiscales y gobernador­es civiles. Aunque se inauguró hace días, ayer recibió más visitantes que nunca, atraídos por el jinete decapitado del exterior y el busto del interior.

“¡Ay, qué miedo”, decían muchos ciudadanos al toparse a la salida de la exposición con la efigie hiperreali­sta de Franco, obra del enemigo número 1 de la Fundación Francisco Franco: el artista Eugenio Merino, el mismo que metió una figura del dictador en una nevera de Coca-cola. Las risitas se acababan cuando esos mismos visitantes iban a otro extremo del Born y viajaban en sentido figurado a los calabozos de “una, grande y libre”. Allí estuvieron, pero no en sentido figurado, María del Pilar Alonso, Francisco Téllez, Maria Vilajeliu, Vicente Cazcarra, Rufí Cerdán, Trinidad Herrero, Joan Sala, José Vidal, Ángel Rozas, Maria Feliu, Ángel Abad, Maria Borràs, Joaquim Boix, Juan Sabater, Xavier Garriga... Eran estudiante­s u obreros, algunos de apenas 17 años. Miembros del PSUC, de CC.OO., del Sindicato Democrátic­o de Estudiante­s. “Fascistas”, gritaban. El relato de las torturas que les infligiero­n es digno de la China imperial. A una de estas mujeres, detenida cuando tenía el período, la desnudaron completame­nte durante tres días y sólo le dieron un mono, sin botones y abierto por delante, cuando la subieron a un despacho para interrogar­la. Cuando pidió que al menos le pusieran las esposas con las manos por delante para taparse, le dieron un bofetón. A otra la obligaron a hacer el pato durante horas: tenía que andar de cuclillas. Si se caía, la pateaban o le apagaban los cigarrillo­s en el cuerpo. La bañera ,el quirófano, el tambor... “Durante años –explica un hombre que sabe qué son esas torturas– no podía presenciar la más mínima escena de violencia, ni en el cine”. “Fascistas”, gritaban. En 1977, dos años después de su muerte, los planes de Franco, que lo había dejado todo “atado y bien atado”, se hundían sin remisión. Los sindicatos y los partidos fueron legalizado­s. También el PCE, que llegó a tener 200.000 afiliados, más que antes de la Guerra Civil. Si su intención fue extirpar el separatism­o, otra de sus bestias negras, fracasó estrepitos­amente. “Los nacionalis­mos son ahora más fuertes en Catalunya y en el País Vasco que en 1936”, afirma su mejor biógrafo, el hispanista Paul Preston. Sin embargo, en el 2016, una exposición sobre su dictadura aún provoca reacciones viscerales e insultos. ¿Quién teme todavía hoy a Francisco Franco?

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TONI ALBIR / EFE La muñeca hinchable que cabalgó durante un rato junto al cuerpo decapitado de Franco, al lado de la puerta principal del Born
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JOSEP LAGO / AFP El busto que cierra la exposición

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