La Vanguardia

Estrellas y estrellado­s

- Albert Gimeno

Barcelona se convertirá esta noche, una vez más, en el epicentro del tsunami futbolísti­co mundial. Hay un partido grande, Barça-City, entre la tradición futbolísti­ca y un recién llegado a la élite del fútbol pero con ganas de instalarse durante mucho tiempo. Ter Stegen contra Bravo, Messi contra Agüero, Iniesta contra Silva, Suárez contra Sterling, Neymar contra De Bruyne, y, por supuesto, Luis Enrique contra Guardiola. Es además una jornada grande porque viene marcada por una enorme carga eléctrica en la siempre bulliciosa tormenta del planeta fútbol. Piqué se despachó ayer a gusto contra quienes le aplican un día sí y otro también un tercio de varas en su moral desde la madriguera antibarcel­onista. Piqué ha tenido muchas cosas que mejorar. No ha sido siempre un modelo que seguir. Pero en la polémica de la selección española su actitud ha sido impecable y quienes no han estado a la altura han sido todos aquellos que han empujado para que el central tomara la decisión de resoplar y anunciar su adiós de la roja. Afirma Piqué que no le echa la prensa de Madrid ni la marioneta de Florentino pero es indudable que quienes han golpeado constantem­ente en la moral del jugador han ido llenando el vaso de la paciencia. No seré yo quien anime a un jugador azulgrana a abandonar la selección española. No soy dudoso. Pero entiendo el hartazgo del central. Si ante cualquier gesto, con motivos o sin ellos, se arma un San Quintín, ¿para qué va a seguir defendiend­o los colores de un grupo que es incapaz de aceptar la diversidad? En realidad estaría bien que Piqué volviera a la roja para infligirle­s a algunos un cólico doloroso y merecido. Mientras tanto, el defensa barcelonis­ta

Barcelona exhibe talento, morbo, carga eléctrica y olvidos injustific­ables como el de Samaranch

tiene hoy un reto mayúsculo: evitar que los aguijones del City impacten en el área del Barça y demostrar que pese al empaque del City el talento del Barcelona es todavía mayor.

El tercer aspecto por el que Barcelona esta también está semana en el candelero del deporte mundial es una onomástica: los 30 años de la nominación de la ciudad como sede de los Juegos Olímpicos de 1992. Lástima que ante este hecho la capital catalana deba bajar la mirada de manera vergonzant­e ante la falta de grandeza por homenajear a quien puso los mimbres y activó su influencia para lograr la Barcelona moderna: Juan Antonio Samaranch. Desde la alcaldía no hay laureles para el hombre clave de la transforma­ción ciudadana. Sin Juegos no hubiera habido escaparate mundial, ni negocio, ni inversione­s, ni turismo. En lugar de honrarle se ningunea su memoria. No hay que escupir jamás a los platos que te han dado de comer ni, por supuesto, a los que sin pensar lo mismo que la mayoría han hecho cosas grandes para esa mayoría.

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