Se ofrece ministro de Agricultura
Desde hace 83 años ningún catalán ha sido ministro de Agricultura. ¿No es acaso injusto que una tierra de canelones, calçots, pebrots y gambas de la costa no haya tenido a uno de sus hijos en el ministerio desde 1933 y en Ourense, Zamora o Badajoz puedan presumir de prohombres y promujeres al frente de Agricultura?
A la hora de cerrar esta edición, no me consta que Mariano Rajoy tenga ya comprometido el cargo de ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. ¡Qué ilusión si llamase!
–Me dicen que querría ser ministro. ¿Qué sabe usted de agricultura?
–Don Mariano, yo no distingo una berza de una breva pero le prometo que, si me nombra, todo el mundo nos conocería por la Tomatina de Buñol. –¿Y los pimientos de Padrón, qué? –¡Unos pican y otros no! –Y dice usted que es catalán... ¿De la
ceba o sin ceba? –¿Acaso le ponen ceba a la tortilla de patatas en Betanzos, jefe?
Yo, lo admito, sería muy pelota con Mariano y muy fiel a la tortilla de patatas de Betanzos, que no lleva cebolla. También juro que guardaría secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros, aunque tampoco creo que pasase nada si después de amar a una luxemburguesa comentase algo de las deliberaciones.
–Ministro... ¿A cuánto va a subir el espárrago de Murchante en el 2017?
–¡El espárrago de Murchante no se toca! Si supierais en Luxemburgo cómo las gastan en la Ribera...
Dudo que haya muchos aspirantes al cargo. Aquí todo el mundo piensa en lo suyo, en Goldman Sachs y en el palco del Bernabeu y nadie se ha parado a pensar que convendría un ministro de Agricultura catalán que pise la tribuna del CF Reus, viaje por España para poner en valor el ajo y defienda en Bruselas los pimientos morrones de Murcia, la honestidad de la lamprea –¡anda que no es feo el bicho!– y las subvenciones a los productores de avellanas, pipas y almendras garrapiñadas, gente madrugadora y con un pronto que conviene no despertar.
Mi política sería ruralista Can Fanga: no permitiría que los agricultores, ganaderos o pescadores cortasen las autopistas en días de mucho tráfico, costumbre que desmerece la admiración de los de ciudad por los del campo. Esta gente es capaz de arruinarte una carrera ministerial y por eso hay tan pocas personas humanas que aspiren al palacio de Fomento, sede de Agricultura. Todo el mundo, en cambio, se pirra por la Moncloa y su edificio de Semillas, nombre que reivindicaría para mi ministerio, de ubicación inmejorable para salir a tomar un cafelito, escaquearse y ver el Centro Reina Sofía o la salida y llegada de los trenes de Atocha.
Y juro tender puentes con los payeses, achuchar a los corderos de Aranda y exigir a la RAE que suprima la expresión es más puta que las gallinas, cuyos huevos tantas alegrías dan.
Urge un catalán que ponga en valor la Tomatina, mime la lamprea y suprima el ‘es más puta que las gallinas’