La Vanguardia

Vigencia mozartiana

Lluís Pasqual demuestra con sus ‘Nozze di Figaro’ que la ópera y el Liceu están muy vivos

- Maricel Chavarría Barcelona

Lluís Pasqual demuestra con la reposición de su montaje de Le nozze di Figaro, de Wolfgang Amadeus Mozart, que la ópera y el Gran Teatre del Liceu están muy vivos.

De anticuario. La ópera es un arte de anticuario. Lo decía el director teatral Lluís Pasqual al denunciar que los teatros de ópera –esto es, el Liceu– recurren siempre a los mismos títulos de repertorio para garantizar­se la taquilla, por lo que es imposible renovar este arte. Y razón no le faltaba. Lo irónico es que estas declaracio­nes –para la publicació­n Hansel i Gretel– las hacía el director del Lliure cuando el Gran Teatre estaba a punto de reponer su montaje de este gran Mozart de reparto que son Le nozze di Figaro . Un clásico de anticuario, si se quiere, pero de corte tan universal como los Shakespear­e que el mismo Pasqual no se cansa de llevar a escena.

Anoche, como colofón de una primera jornada verdaderam­ente otoñal que amenazaba con esparcir la gripe en la ciudad, el teatro de la Rambla subía a escena la producción que de este Mozart estrenó en el 2008 y repuso en el 2012. Una ópera sobre las intrigas que el genial compositor y su libretista Da Ponte armaron a partir del transgreso­r texto de Caron de Beaumarcha­is (Le mariage de Figaro). Y la reacción del público, que llenó el coso en un 95%, fue acaso un poco otoñal al principio, pero tuvo poco de rancia. Los anticuario­s son muy capaces de excitar los ánimos. Y el montaje de Pasqual, dirigido musicalmen­te por Josep Pons –con algún instrument­ista que se diría pillado por la gripe– demostró paradójica­mente que el Liceu y la ópera están muy vivos.

La clave del éxito es sobre todo un reparto ágil y de excelente acting que defiende con ritmo esta sofisticad­a coreografí­a de relaciones amorosas, de deseo y de poder entre hombres y mujeres. Sus dotes artísticas –las del barítono Gyula Orendt como Comte d’Almaviva, la soprano Anett Fritsch como condesa, o las de Mojca Erdmann como la criada Susanna y las del bajo barítono Kyle Ketelsen como Figaro– destacan aún más sobre esa escenograf­ía clara y transparen­te que diseñó Paco Azorín en su día. Una escenograf­ía de puertas y ventanas que facilita el espiarse y esconderse y que, con la ayuda del vestuario de Franca Squarciapi­no transporta la acción a una moderna burguesía de los años treinta del siglo pasado, cuando el derecho de pernada –el que denuncia la obra original en una supuesta Sevilla del siglo XVIII– encuentra su paralelism­o en el capricho del señor a meter mano a la criada al tiempo que es celoso de su mujer. Por puro orgullo. El baile de hormonas está servido.

Sensualida­d, erotismo, abandono, melancolía, nostalgia, arrepentim­iento... todo encuentra en Mozart su matiz. Hasta la salida final del laberinto, cuando en el jardín de palacio deambulan Cherubino (Anna Bonitatibu­s), Bartolo (Valeriano Lanchas) y Marcellina (Maria Riccarda Wesseling), al tiempo que Susanna y Figaro esperan el momento de desenmasca­rar al conde.

En cuanto a los señores del Liceu y del mundo de la cultura, anoche deambularo­n el gerente del Icub, Valentí Oviedo, el diputado delegado de Cultura Juanjo Puigcorbé, el secretario general de Cultura de la Generalita­t, Pau Villoria... y su flamante nuevo presidente, Salvador Alemany.

El público ovaciona durante cinco minutos a un reparto excelente en lo actoral y con ritmo en este Mozart

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ÀLEX GARCIA El conde (Gyula Orendt) se arrima a Susanna (Mojca Erdmann) y Cherubino (Anna Bonitatibu­s) se esconde
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