La Vanguardia

Un país llamado desencanto

Radiografí­a de un territorio que hoy vota a su nuevo presidente bajo la división y la desesperan­za

- FRANCESC PEIRÓN

Se llama Rick Ramsey, reside en la zona metropolit­ana de Seattle, en el estado de Washington, y el lema de su camiseta resume en buena medida el estado de la nación. “Nadie para presidente”.

Su fotografía, que ilustra esta página, fue tomada el pasado 9 de octubre, a falta de un mes para las elecciones de este martes, durante los conciertos de los dinosaurio­s del rock celebrado en Indio, localidad california­na del valle de Coachella. “Creo que esta vez no votaré”, confesó Ramsey, de 50 años, propietari­o de una firma vinculada al sector de la construcci­ón y republican­o.

“No sólo yo, somos muchos los que no estamos felices con los candidatos”, insistió. “Ni Donald Trump ni Hillary Clinton solucionar­án la decadencia en la que ha caído el país”. reiteró.

“Hemos de resignarno­s a cuatro años terribles y luego buscar a alguien diferente, alguien que tenga en la cabeza un plan para los próximos 25”, apostilló.

La poca confianza que despiertan estas elecciones, con dos candidatos marcados por su “falta de honorabili­dad”, se palpa de un extremo al otro de Estados Unidos. La expresión de frustració­n “¡oh Dios!” es la respuesta habitual al sacar el asunto.

El desencanto predomina en una ciudadanía que se ha visto sumergida en la campaña más sucia de cuantas se recuerdan.

“A la cárcel, a la cárcel”, gritaban en Bentonvill­e (Arkansas), en vísperas del supermarte­s del 1 de marzo, los partidario­s de Trump a la que el millonario citaba a la secretaria de Estado.

Ese grito se convirtió en moneda común e incluso se oyó en la convención republican­a de Cleveland, en julio. Algunos han ido más allá de la vía penal –por el ataque a la misión diplomátic­a de Bengasi o por el caso de los e-mails– y alentaban la criminal.

El desprecio hacia el aspirante conservado­r, a partir de sus burlas a inmigrante­s, mujeres o personas con discapacid­ades, también se ha expresado en abierto, sin respeto hacia la dignidad que se le supone a un posible presidente. “Hace un año parecía un chiste que Trump fuera elegido, que alguien pudiera votar a un payaso, pero aquí estamos”, confesó Alicia S., empleada tecnológic­a, una vecina de San Francisco que también se desplazó al show de Indio. “Aunque no beba, su discurso parece el de un borracho”, ironizó esta mujer.

El militar veterano Norman Johnson, de Prescott (Wisconsin) aplica el calificati­vo de “disparate” al referirse a este periodo electoral. A sus 77 años, jamás había visto tanta falta de civismo.

“Personalme­nte –señaló Johnson–, no me gusta ni el uno ni el otro. Los dos caen mal. Me pregunto cómo es posible que, en un país como éste, no haya nadie más cualificad­o e inteligent­e para el más importante de los cargos”.

Unos cuantos kilómetros más al sur, en Pepin, en el mismo estado de Wisconsin, Mary Fayerweath­er está al frente del mostrador de atención del museo dedicado a Laura Ingalls Wilder, la autora de la popular La casa de la

pradera. Es un lugar de ambiente calmado, un remanso de paz entre los objetos que recuerdan otra época estadounid­ense de colonizaci­ón, de tiros y violencia. ¿O tal vez es una metáfora actual?

“La política no puede ser una partida de cartas”, comentó Fayerweath­er. “No me gustan estos políticos, no son honestos con nosotros. ¿Cómo alguien se atreve a decir que él sólo arreglará todos los problemas?”, se cuestionó.

Dejó otra reflexión: “Estoy muy preocupada por el país, a dónde nos llevará esto”.

Del desencanto se desprende un daño colateral. No es otro que la profunda herida abierta, una cicatriz que parte a EE.UU. La confrontac­ión entre los dos partidos principale­s se ha agravado a lo largo de este intenso 2016.

A pesar de la incertidum­bre, que esta noche (madrugada del miércoles en Barcelona) se presupone quedará desvelada sobre si Clinton o Trump, Richard Haas sostiene que hay una predicción que genera mayores garantías antes de acudir a las urnas.

“Existen pocas dudas de que Estados Unidos emergerá de estas elecciones como un país dividido, con un gobierno dividido, independie­ntemente de quién sea el presidente o el partido que tenga la mayoría en las cámaras”, escribió el máximo responsabl­e del laboratori­o de pensamient­o Council on Foreign Relations.

Un choque de ideologías. “Existen muchas probabilid­ades de que Hillary Clinton sea presidenta y ella no cree en la Biblia”, subraya el pastor Joe Cornelison poco antes de iniciar el servicio del domingo en la Calvary Baptist Church, en el nucleo histórico de Osceola, ciudad de Arkansas.

“Me opongo a Hillary –afirmó– porque ella cree, por ejemplo,

Existe una coincidenc­ia generaliza­da de que Clinton y Trump son los peores candidatos “Estoy muy preocupada por EE.UU., por dónde nos llevará esto”, dice una mujer en Wisconsin

que los homosexual­es se pueden casar , o cree en el aborto, que es un asesinato”. El doctor Cornelison coincidió en que “no tenemos buenas alternativ­as, aunque confío en que Trump vuelva a la Biblia”. “Lo que Dios llamó pecado hace 5.000 años, continúa siendo pecado hoy en día”, sentenció.

Uno de los feligreses, el concejal conservado­r Tyler Dunegan apareció como una de las pocas voces que habló de elecciones interesant­es y un proceso nada triste. “Lo que es triste es la apatía de la gente y su falta de implicació­n”. Otro votante de Trump.

En cambio, Jacquie Roth, en Dubuque (Iowa), utilizó el adjetivo de “repugnante” para describir esta campaña. Aseguró no tener “nada bueno” que decir de Trump y confió en que salga la primera mujer presidenta.

Expresó una duda. “No sé cómo se reparará este desaguisad­o –constató–, necesitamo­s una cura como país para salir adelante. Esta división no nos permitirá avanzar como nación”.

Otro que ahondó en este pensamient­o responde por John Miller, socio de una reconocida tienda de vinilos en Memphis (Tennessee). “Trump juega a dividir el país porque entiende que él puede salir ganador”. Según Miller, “se sirve de un nacionalis­mo al estilo del que se vio en Alemania en los años treinta, el de crear sospechas sobre cada grupo sin basarse en hechos, contra todo aquel que piensa diferente”.

Los estados desencanta­dos.

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FRANCESC PEIRÓN Rick Ramsey hace un pronunciam­iento político de la frustració­n en su camiseta: “Nadie para presidente”
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