La Vanguardia

Ortega y su esposa arrasan en las presidenci­ales de Nicaragua

La oposición no participó en la elección y el régimen prohibió los observador­es

- ELISABET SABARTÉS

De acuerdo al plan, Daniel Ortega ganó las elecciones en Nicaragua. Lo hizo por tercera vez consecutiv­a, acompañado en esta ocasión de su esposa, que se presentaba como candidata a la vicepresid­encia. Así estaba previsto y así sucedió, en un proceso en el que la oposición no participó y sin la presencia de observador­es independie­ntes. Como pronostica­ron las encuestas y según el escrutinio oficial, la pareja presidenci­al arrasó en las urnas, sumando a su favor más del 72% de los votos. El recuento indica también que el oficialist­a Frente Sandinista de Liberación Nacional obtendría una abrumadora mayoría parlamenta­ria con 70 de los 92 diputados en la Asamblea Nacional.

Las fuerzas opositoras –aglutinada­s en el Frente Amplio por la Democracia y Ciudadanos por la Libertad– que habían llamado a la abstención, cuestionar­on las cifras sobre participac­ión que proporcion­ó la autoridad electoral, bajo control absoluto del oficialism­o. Según el Consejo Supremo Electoral (CSE), el 65% de los ciudadanos registrado­s en el padrón acudió a las urnas. La oposición, sin embargo, afirma que la abstención habría llegado al 70%.

El debate sobre el índice de participac­ión no tiene mayor trascenden­cia, más allá del intento de la oposición por reivindica­r el “éxito” de su boicot al proceso. Algo imposible de verificar dado que la presencia de los observador­es electorale­s de la Organizaci­ón de Estados Americanos y de la Unión Europea fue prohibida de forma expresa por el CSE. Sus cifras, en todo caso, son las que cuentan y dan al matrimonio Ortega la posibilida­d de profundiza­r el modelo de gobierno autoritari­o que impera en Nicaragua, gracias a la alianza de convenienc­ia que el sandinismo ha establecid­o con la patronal y la iglesia católica. La complicida­d de esos sectores ha permitido al oficialism­o excluir a la oposición del juego electoral, cerrar los espacios de pluralismo político, controlar todas las institucio­nes del Estado y bloquear a la prensa independie­nte. También ha facilitado la instauraci­ón de una dinastía familiar que ahora se consolida con la llegada de la poderosa primera dama, Rosario Murillo, a la vicepresid­encia. Según la Constituci­ón, será quien asuma el poder si su marido falta.

No obstante, la abultada votación que las cifras oficiales otorgan a la pareja no garantiza un mandato cómodo. En primer lugar, el ascenso de Murillo ha generado un fuerte descontent­o entre los actores más influyente­s del Frente Sandinista, que desconfían de ella por su carácter imprevisib­le. Por otro lado, el presidente deberá manejar la recesión económica y el consecuent­e deterioro del sistema de asistencia clientelar del régimen, ocasionado­s por la merma de la cooperació­n petrolera que llega de Venezuela desde el 2007. Una ayuda cifrada en más de 3.000 millones de dólares anuales y que ha sido administra­da con total opacidad por el círculo íntimo del oficialism­o.

Finalmente, Ortega tendrá que enfrentar las consecuenc­ias de la Nicaragua Investment Conditiona­lity Act, conocida como Nica Act. Un paquete de sanciones económicas aprobado por el Congreso de EE.UU., pendiente de ratificaci­ón en el Senado, mediante el que Washington podría prohibir la concesión de préstamos al Gobierno de Managua, por sus excesos antidemocr­áticos, de organismos multilater­ales como el Banco Mundial o el BID.

La unión del sandinismo con la patronal y la Iglesia católica sustenta el Gobierno autoritari­o de la familia Ortega

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RODRIGO ARANGUA / AFP Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo, que será vicepresid­enta

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