Nuestro Trump
Qué desgracia lo de Trump!”, comentan al unísono los invitados del programa de Mirtha Legrand, en el que participo. En Argentina, como en todo el mundo, lo de Trump provoca una doble reacción: sorpresa e indignación. Y es entonces cuando el coro eleva su pregunta alarmada, que Ramon Rovira recogía en su espléndido artículo de ayer. ¿Cómo es posible, cómo ha pasado, cómo alguien tan histriónico, extremo, provocador, hiriente, bocazas y falto de moral puede aspirar a la Casa Blanca? Después, cuando la mirada vira hacia Hillary, las simpatías no se acumulan: arrogante, prepotente,
establisment…, mala candidata. Pero entre lo malo y lo peor, es difícil encontrar a alguien que opte por Trump, al menos en público, cuando lo políticamente correcto se impone por encima de la propia opinión. En Argentina, y en Europa, seguro que no hay casi nadie que verbalice simpatías por el ínclito The Donald, y menos aceptaría la idea de votarlo. Es lo de la hipocresía sistémica, que tanto nos define.
Sin embargo, ¿Trump es un candidato tan insólito y outsider? Y entonces, ¡tachán!, nos damos de bruces con las propias miserias. ¿Qué tiene de distinto Trump respecto de algunos dirigentes que han llegado a las presidencias respectivas, o que aspiran a ello con posibilidades?
Quizás lo más distintivo es la chulería con la que practica sus provocaciones verbales, convirtiéndose en el talismán de las audiencias televisivas. Puede, puede que algunos de los nuestros sean menos lenguaraces –o incluso plasmáticos– y disimulen ese aire de sheriff del condado que resuelve, revólver en mano, las cuitas de la gente. Pero, perdonen, ¡algunos de los nuestros se parecen tanto! Veamos la comparativa más evidente. Trump se caracteriza por un simplismo ramplón que convierte los grandes conflictos en pequeñeces, resolubles con pócimas todo a cien. No hay trabajo, pues fuera los emigrantes. Ha dicho alguna impertinencia a una mujer, pues le gustan las mujeres. Tiene irregularidades financieras, y quien no…, y así hasta el delirio. O sea que resulta que Trump es un populista bocazas como…, y en el como la lista se hace larga. ¿Es Trump peor que Putin, personaje que no sólo amenaza con el revólver sino que envía los aviones? Y dejemos para otro momento los osos que caza, las mujeres que muestra y etcétera. ¿Es peor que la K que gobernó Argentina con un populismo agresivo que persiguió periodistas, contaminó la judicatura, dividió al país y por el camino lo arruinó? ¿Es peor que Berlusconi y sus abusos, sus fiestas, sus jovencitas y su falta completa de pudor? ¿Es peor que un Rajoy que llega a la presidencia como llega? ¿O que algunos de los populistas, a las dos orillas ideológicas, que nos prometen la Luna?
Quizás esa es la cuestión, que en los momentos de desconcierto, crecen los voceros del miedo. El problema no es Trump, el problema es el trumpismo que se está instalando en la política global.
¿Trump es un candidato tan insólito y ‘outsider’? Y entonces, nos damos de bruces con nuestras miserias