Jugando con la democracia
Una vez asumida la lógica democrática de que el diálogo no implica dejar de disentir, dando como resultado más democracia, en contra de los que postulan que dialogar es un acto que debilita sus creencias, debemos preguntarnos cómo se deben canalizar las luchas personales y colectivas en nuestra sociedad. El camino elegido por Iglesias, desde Podemos, plantea como eje político coordinar su grupo parlamentario con una planificada estrategia de movilizaciones virtuales, redes sociales, movilizaciones reales en la calle y haciendo pedagogía de la crisis a través de los medios de comunicación. El objetivo de fondo es deslegitimar el legítimo Gobierno de España, apropiándose de la crítica a la corrupción o a los nuevos recortes que nos exige la Unión Europea, y situándose como único garante para plantear una reforma territorial que no sólo afecte a Catalunya sino al conjunto de España. Todas estas cuestiones son utilizadas para activar a las multitudes, para señalar la injusticia y, al mismo tiempo, para reclamar en el Parlamento que son los únicos representantes del pueblo.
Estos días, se ha hablado mucho de la contradicción que implica ejercer la representación parlamentaria e instigar, al mismo tiempo, movilizaciones contra lo que se decide en las Cortes. La estrategia de Podemos es hostigar ideológicamente al PSOE, recordándole su paso atrás para hacer posible la investidura de Mariano Rajoy y, de esta forma, minar la gobernabilidad recién ganada. Una estrategia que implica plantear la nueva legislatura sobre la lógica de que la única oposición legítima es la que se hace desde lo radical, desde los gestos de desobediencia institucional, y activando el arte de la protesta donde se propicia la manida estética de la insurgencia.
Una concepción política que busca tensionar la democracia hasta sus límites, para dejar en suspenso la legitimidad de la mayoría, nacida de acuerdos y renuncias, factores básicos de la democracia. La visión pospolítica de Podemos tiende no sólo a apropiarse del espacio público, del liderazgo de la oposición parlamentaria, sino también de los sentimientos de rabia y frustración de muchos ciudadanos. Nos plantea una legislatura de exaltación de los problemas, sin prestar demasiado interés por afrontar sus soluciones.