La Vanguardia

Poder y superviven­cia

- Josep Maria Ruiz Simon

La observació­n de un cadáver puede despertar sentimient­os diversos. Algunos pueden tener que ver con el aprecio o el odio que se sentía por el difunto. Otros con la confrontac­ión con la propia muerte a que suele empujar. En Poder y superviven­cia (1972), Elias Canetti se ocupa de otro tipo de emoción, poco noble y difícil de reconocer, que también puede darse en esta situación: la satisfacci­ón del observador por el hecho de que el cuerpo sin vida que tiene delante no es el suyo, sino el de otro. Y analiza como esta satisfacci­ón, una vez reconocida y asumida, puede volverse exigente y puede buscar repetirse hasta acabar convertida en una pasión insaciable. Canetti considera que la felicidad relacionad­a con el sentimient­o de superviven­cia se encuentra en el corazón del poder porque esta pasión es precisamen­te lo que define los poderosos. Y tanto en este ensayo como en Masa y

poder (1960), que es su obra fundamenta­l, se dedica a comentar comportami­entos y viejas historias que permiten acceder a este presunto corazón tenebroso de la política.

Algunos de estos comentario­s ejemplific­an la manera como aquellos que viven bajo el dominio de esta pasión incontenib­le tienden a la paranoia y miran de mantenerse distantes, por todos los medios a su alcance, respecto a las situacione­s que les podrían poner en peligro. Otros examinan como quienes tienen el poder de sacar la vida hacen uso de la muerte para aumentar su poder, sin que les importe lo más mínimo si las víctimas son enemigos que han conspirado contra ellos o leales que se han sacrificad­o a su servicio. La imagen de los déspotas bárbaros u orientales que daban una gran importanci­a al amontonami­ento de los cadáveres a su alrededor para tenerlos bien a la vista domina el escenario de esta páginas. Según Canetti, esta imagen ilustra mejor que ninguna otra la intención auténtica del poderoso verdadero, una intención grotesca e increíble, que no es otra que la de acabar siendo el único supervivie­nte.

Elias Canetti fue un ensayista muy sugestivo. Un gran narrador de las historias que había ido recopiland­o en sus lecturas para lustrar sus grandes obsesiones, que fueron pocas pero bien escogidas y muy constantes. Pero la tentación de generaliza­r siempre le venció. Los poderosos siempre aspiran a perpetuars­e. Pero convertir la mera pasión por la superviven­cia en exclusiva en la esencia de los poderosos verdaderos y en el principio explicativ­o último de todos los secretos del poder resulta demasiado simplifica­dor. La Historia está llena de magnates que se movieron por otras pasiones no necesariam­ente más nobles. Incluso, los personajes de Fouché y Tayllerand, que ofrecen una imagen magnífica como supervivie­ntes, se explican de una manera demasiado incompleta si sólo se parte de esta teoría. De hecho, de poderosos como los que describe Canetti se encuentran pocos. Mariano Rajoy, que, hablando metafórica­mente, no ha dejado de amontonar cadáveres desde que eliminó Acebes y Zaplana, es uno de ellos. Pero, para decirlo de alguna manera, Rajoy es un político excepciona­l.

Rajoy, que, metafórica­mente, no ha dejado de amontonar cadáveres es uno de los poderosos como los que describe Canetti

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