La Vanguardia

“Siempre salgo a la calle con mi salvador”

Entrevista con Ángel Pérez, usuario del servicio de teleasiste­ncia del Ayuntamien­to de Barcelona

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Á ngel Pérez era litógrafo de profesión, pero ya hace más de diez años que se jubiló anticipada­mente. Vive en un piso antiguo y sin ascensor del barrio del Clot de Barcelona, junto a su gatita Mixeta, y desde hace cinco años tiene contratado el servicio de teleasiste­ncia gratuito del Ayuntamien­to. Él es uno de sus 80.400 usuarios. En su caso, dispone de una medalla que le permite –con sólo apretar un botón– comunicars­e con la central del sistema ante cualquier emergencia, un dispositiv­o móvil con GPS, un detector de humo instalado en la cocina –conectado al servicio– y también un imán que percibe si hay movimiento­s en la nevera.

Usted tiene 68 años y puede valerse por sí mismo. ¿Qué le hizo contratar este servicio?

A finales de 2010, cuando ya me habían operado del páncreas y de la vesícula, me caí al suelo del comedor por una bajada de azúcar. Soy diabético y mi enfermedad, sobre todo al principio, costó de controlar, pese a que soy una persona ordenada y sigo la pauta de alimentaci­ón y de controles marcada por el endocrinól­ogo. Aquel día estuve más de tres horas sin poder moverme del suelo hasta que pude llamar al servicio de emergencia­s del 112. La médico que vino me habló del servicio de teleasiste­ncia.

Usted siempre lleva su medalla colgada.

Cuando salgo de casa, la dejo colgada en el pomo de la puerta y, cuando regreso, lo primero que hago es volver a colgármela. En la calle, sustituyo la medalla por un aparato móvil que lleva GPS y que también detecta si me caigo. Todas las mañanas, cuando bajo a desayunar al bar de aquí al lado con los amigos y después me voy a hacer la compra, me digo para mis adentros: “Venga, mi salvador, que ahora salimos a pasear”. Jamás me olvido de este pequeño aparatito.

¿Ha tenido que utilizar estos aparatos?

Desgraciad­amente, sí. Pero sé que, ante cualquier problema, aprieto un botón y el servicio de teleasiste­ncia avisa al 061. Y, si estoy en la calle, con el aparato móvil pueden hablarme a distancia y, además, saben dónde me encuentro en cada momento.

¿Qué ha ganado con estos dispositiv­os?

Estar tan controlado me aporta muchísima tranquilid­ad. Antes de tener el dispositiv­o móvil, me caí varias veces en la calle y me entró miedo y un poco de ansiedad. Ahora, por suerte, sé que puedo salir sin problemas.

¿En caso de cualquier problema, en la central del servicio de teleasiste­ncia tienen las llaves de su piso?

Sí, pero también las tienen dos vecinos de la escalera, y otros dos de aquí del barrio, Marcel y Jaume. Aquí en el Clot hay pocos vecinos con los que realmente seamos amigos, pero los que lo son, son de verdad, porque estamos muy unidos y nos ayudamos entre nosotros. Hasta hace un año y medio yo también tenía las llaves del piso de una vecina que llevaba una medalla como la mía, aunque ella, a veces, se olvidaba de colgársela.

Pues ha ganado en calidad de vida.

También tengo un teléfono móvil y me programo las alarmas para acordarme de mis controles para la diabetes. Estos aparatos son un adelanto enorme. Cincuenta años atrás, seguro que hubo muertes de personas que, como yo, se desvanecie­ron por una bajada de azúcar. Lo bueno es que yo vivo en el siglo XXI. Pero no estoy al servicio de la tecnología: es la tecnología que está a mi disposició­n.

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