El envés de la ciudad inteligente
El empeño de rehacer las ciudades para adaptarlas a la tecnología recibe también serias objeciones críticas
Las ventajas que una smart city promete son inmensas. Sus avances técnicos construyen un futuro en el que aviones no pilotados por humanos trasladarán al hospital a personas heridas en accidentes al momento, el transporte público funcionará con la precisión de un reloj, se evitarán las inundaciones antes de que se produzcan, se limpiarán las calles de un modo eficiente y rápido, y se limitarán las opciones de comisión de delitos gracias a las cámaras situadas en numerosos puntos estratégicos. En la teoría, supondrán una mejora radical en todo lo que significa eficiencia en la vida cotidiana de los habitantes de las ciudades.
PROBLEMAS Y TECNOLOGÍA
Esto sólo se puede conseguir, según la profesora del University College London Sarah Bell, en System city: urban amplification and inefficient engineering, mediante la conversión de las cuestiones urbanas en problemas de que se analizan usando métodos cuantitativos. En esencia, los asuntos sociales se convierten en problemas técnicos, lo cual posibilita que las soluciones provengan del big data y los algoritmos, de métodos de gestión y de innovaciones tecnológicas que proveerán por sí mismos los remedios. Como señala Evgeny Morozov en La locura del solucionismo tecnológico, este tipo de comprensión de la realidad es típica de nuestra época, y consiste en pensar que allí donde hay un problema la tecnología provee la mejor solución. A veces se intentan solucionar inconvenientes que no existen y en otras se resaltan las disfunciones para aplicar nuevas formas técnicas que sólo generan beneficios a quienes las inventan, pero, en la mayoría de las ocasiones, se describen problemas reales que se pretenden remediar con novedosos instrumentos técnicos. La smart city sería parte de este modelo; en concreto, uno que trataría de rehacer la ciudad para adaptarla a la tecnología.
EXTRAER BENEFICIOS
Aquí es donde surgen la mayoría de las críticas. Como señala la urbanista Catherine Tumber en un artículo publicado en The Nation, no estaríamos más que ante un instrumento de racionalización típico del entorno financiero, cuyo propósito es el de obtener nuevos campos de los que extraer beneficios. Eso supondría la sustitución de la gestión pública de la ciudad por la privada: las decisiones serían tomadas en realidad por una serie de mecanismos tecnológicos cuya propiedad sería de las compañías que los inventaron. Es decir, se dejarían las ciudades en manos de las corporaciones.
AMENAZAS A LA PRIVACIDAD
Otra serie de objeciones provienen de las amenazas a la privacidad. Las ciudades inteligentes serían posibles gracias a la instala- ción de numerosos sensores que permitirían recoger un gran número de datos sobre la vida cotidiana, cuyos análisis informatizados permitirían tomar decisiones con gran rapidez y a menudo sin intervención humana. Pero el uso de esas informaciones también podría ser poco apropiado. Como señaló Dan Hill, de Future Cities Catapult, en una conferencia celebrada en Londres, contar con una amplia red de sensores que equivalen a millones de oídos, ojos y narices electrónicos facilita que la ciudad del futuro se convierta en un amplio campo de vigiingeniería lancia perfecta y permanente para aquellos que tienen acceso a los flujos de datos.
¿SOMOS SÓLO DATOS?
Un tercer grupo de críticas provendrían de la efectividad real de las promesas que se formulan. Todo este sistema se justifica por la idea de que todo comportamiento humano es cuantificable. Como asegura Yuval Noah Harari en Homo Deus, el núcleo conceptual de este sistema es la creencia en que el universo consiste en flujos de datos y el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de estos datos. Si entendemos que cualquier comportamiento humano es cuantificable, es fácil encontrar las soluciones a partir de la medición de esos datos. Esos son los instrumentos que utiliza la smart city. Pero, si entendemos que hay partes de la vida humana que no son reducibles a números, entonces los instrumentos utilizados distarán mucho de ser precisos.
INEFICACIA
Un último grupo de objeciones emana de la ineficacia al llevar a la práctica estos sistemas. Como señala el geógrafo urbanista Jordi Borja en “Ciudades inteligentes o cursilería interesada”, los resultados de aplicar estos métodos llevan a veces al lugar opuesto al pretendido. Borja pone el ejemplo del edificio inteligente en el que trabaja, el de su universidad, presentado como modelo de eficiencia, pero que acaba atentando contra el sentido común: “¿Sostenible consumir energía en un clima mediterráneo con 300 días de sol al año debido a que no se permite ninguna apertura, el sol apenas entra y el aire nunca? Incluso para ir de una planta a otra, que es constante, hay que tomar necesariamente el ascensor que te hace esperar y debe subir y bajar varias plantas”. En ocasiones, la pleitesía ante las novedades tecnológicas hace que se alaben sistemas nada útiles, y la
smart city podría ser parte de ese contexto.