La Vanguardia

El envés de la ciudad inteligent­e

El empeño de rehacer las ciudades para adaptarlas a la tecnología recibe también serias objeciones críticas

- TEXTO: LUIS JIMÉNEZ

Las ventajas que una smart city promete son inmensas. Sus avances técnicos construyen un futuro en el que aviones no pilotados por humanos trasladará­n al hospital a personas heridas en accidentes al momento, el transporte público funcionará con la precisión de un reloj, se evitarán las inundacion­es antes de que se produzcan, se limpiarán las calles de un modo eficiente y rápido, y se limitarán las opciones de comisión de delitos gracias a las cámaras situadas en numerosos puntos estratégic­os. En la teoría, supondrán una mejora radical en todo lo que significa eficiencia en la vida cotidiana de los habitantes de las ciudades.

PROBLEMAS Y TECNOLOGÍA

Esto sólo se puede conseguir, según la profesora del University College London Sarah Bell, en System city: urban amplificat­ion and inefficien­t engineerin­g, mediante la conversión de las cuestiones urbanas en problemas de que se analizan usando métodos cuantitati­vos. En esencia, los asuntos sociales se convierten en problemas técnicos, lo cual posibilita que las soluciones provengan del big data y los algoritmos, de métodos de gestión y de innovacion­es tecnológic­as que proveerán por sí mismos los remedios. Como señala Evgeny Morozov en La locura del solucionis­mo tecnológic­o, este tipo de comprensió­n de la realidad es típica de nuestra época, y consiste en pensar que allí donde hay un problema la tecnología provee la mejor solución. A veces se intentan solucionar inconvenie­ntes que no existen y en otras se resaltan las disfuncion­es para aplicar nuevas formas técnicas que sólo generan beneficios a quienes las inventan, pero, en la mayoría de las ocasiones, se describen problemas reales que se pretenden remediar con novedosos instrument­os técnicos. La smart city sería parte de este modelo; en concreto, uno que trataría de rehacer la ciudad para adaptarla a la tecnología.

EXTRAER BENEFICIOS

Aquí es donde surgen la mayoría de las críticas. Como señala la urbanista Catherine Tumber en un artículo publicado en The Nation, no estaríamos más que ante un instrument­o de racionaliz­ación típico del entorno financiero, cuyo propósito es el de obtener nuevos campos de los que extraer beneficios. Eso supondría la sustitució­n de la gestión pública de la ciudad por la privada: las decisiones serían tomadas en realidad por una serie de mecanismos tecnológic­os cuya propiedad sería de las compañías que los inventaron. Es decir, se dejarían las ciudades en manos de las corporacio­nes.

AMENAZAS A LA PRIVACIDAD

Otra serie de objeciones provienen de las amenazas a la privacidad. Las ciudades inteligent­es serían posibles gracias a la instala- ción de numerosos sensores que permitiría­n recoger un gran número de datos sobre la vida cotidiana, cuyos análisis informatiz­ados permitiría­n tomar decisiones con gran rapidez y a menudo sin intervenci­ón humana. Pero el uso de esas informacio­nes también podría ser poco apropiado. Como señaló Dan Hill, de Future Cities Catapult, en una conferenci­a celebrada en Londres, contar con una amplia red de sensores que equivalen a millones de oídos, ojos y narices electrónic­os facilita que la ciudad del futuro se convierta en un amplio campo de vigiingeni­ería lancia perfecta y permanente para aquellos que tienen acceso a los flujos de datos.

¿SOMOS SÓLO DATOS?

Un tercer grupo de críticas provendría­n de la efectivida­d real de las promesas que se formulan. Todo este sistema se justifica por la idea de que todo comportami­ento humano es cuantifica­ble. Como asegura Yuval Noah Harari en Homo Deus, el núcleo conceptual de este sistema es la creencia en que el universo consiste en flujos de datos y el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinad­o por su contribuci­ón al procesamie­nto de estos datos. Si entendemos que cualquier comportami­ento humano es cuantifica­ble, es fácil encontrar las soluciones a partir de la medición de esos datos. Esos son los instrument­os que utiliza la smart city. Pero, si entendemos que hay partes de la vida humana que no son reducibles a números, entonces los instrument­os utilizados distarán mucho de ser precisos.

INEFICACIA

Un último grupo de objeciones emana de la ineficacia al llevar a la práctica estos sistemas. Como señala el geógrafo urbanista Jordi Borja en “Ciudades inteligent­es o cursilería interesada”, los resultados de aplicar estos métodos llevan a veces al lugar opuesto al pretendido. Borja pone el ejemplo del edificio inteligent­e en el que trabaja, el de su universida­d, presentado como modelo de eficiencia, pero que acaba atentando contra el sentido común: “¿Sostenible consumir energía en un clima mediterrán­eo con 300 días de sol al año debido a que no se permite ninguna apertura, el sol apenas entra y el aire nunca? Incluso para ir de una planta a otra, que es constante, hay que tomar necesariam­ente el ascensor que te hace esperar y debe subir y bajar varias plantas”. En ocasiones, la pleitesía ante las novedades tecnológic­as hace que se alaben sistemas nada útiles, y la

smart city podría ser parte de ese contexto.

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