La gobernanza digital
La tecnología promete una democracia electrónica, un mundo de “participación aumentada” donde lo que pensamos cuenta más
Si hay una obsesión que constituye la médula de nuestra sociedad, esa es la de la participación. Sentimos que no participamos suficiente y, al mismo tiempo, deseamos que los demás participen de nosotros. Somos compartidos o, de lo contrario, sentimos que no somos. Nuestra influencia sobre el otro –amigos, familiares y extraños– se ha multiplicado de modo exponencial. La explosión digital y el afianzamiento de las nuevas tecnologías de la información han creado una nueva cultura y una nueva idea del negocio, a través de unas redes sociales que se han convertido en la verdadera segunda vida. Es lógico que, en consecuencia, queramos transformar tal tendencia en utilidad a todos los niveles; cambiar las políticas en una mutación global en la que el eslabón, el ciudadano, vuelva a ser el elemento esencial.
El ciudadano del futuro quiere –ya en el presente– tener una influencia constante en la política, no un simple input cada cuatro años. En palabras de Pablo de Castro, especialista en ciudades inteligentes de EOI: “El móvil es el gran democratizador”. Pero el proceso no está exento de problemas y contradicciones. En ese entorno que fomenta la igualdad, en esa búsqueda de lo horizontal a través de la máquina, surgen dos conceptos que procede deslindar y aclarar: el de
democracia digital y el de gobernanza digital. De hecho, el segundo incluye al primero.
TRANSPARENCIA Y EFICACIA
La gobernanza digital –o gobernabilidad electrónica– habla del uso de las tecnologías de la información por parte del sector público para mejorar un servicio que ya proporcionaba; es decir, para mejorar su esencia, actualizarse ampliando sus posibilidades, agilizándose, humanizándose y estimulando la participa- ción ciudadana en la toma de decisiones. Haciendo, en definitiva, que el gobierno sea más responsable, transparente y eficaz.
La gobernabilidad electrónica abarca la administración electrónica y los servicios electrónicos –una parte de gestión que parece al alcance si somos capaces de superar la doble brecha digital que afecta a los usuarios y a la administración–, pero incluiría, además, el complejo concepto de la democracia electrónica, el intento de llegar a una mayor y más activa participación ciudadana en la toma de decisiones. Las ciudades inteligentes deberán estar compuestas por ciudadanos no sólo inteligentes, sino capaces de expresar sus ideas de manera eficaz, y por gobiernos flexibles, capaces de recogerlas. La tecnología promete un mundo de participación aumentada donde lo que pensamos cuenta más. Pero estas ideas de democracia
digital y gobernanza digital son aún embriones que plantean interrogantes.
LIMITACIONES TÉCNICAS
De Castro se muestra escéptico sobre el camino hacia un parlamento 2.0 –iniciado en países como EE. UU.– y apunta que la participación popular en la elaboración de leyes presenta multitud de escollos técnicos y de transparencia. Sin embargo, “sí parece que empiezan a funcionar consultas más definidas, por ejemplo sobre partidas presupuestarias concretas en municipios”. Ahí, en la ciudad, es donde se libra la gran batalla de este tipo de democracia, no en los grandes plebiscitos. El experto cita el proyecto Santander City Brain como ejemplo de gestión desde la colaboración entre ciudadanos, consistorios y empresas –llamadas a liderar el proceso–. “España –explica– debe rentabilizar su experiencia en smart cities; generar experiencias piloto como la de Santander, con la recogida inteligente de residuos”. Fruto de ese empeño es la Red Española de Ciudades Inteligentes, compuesta por 65 municipios.
LAS MÁQUINAS SON MANIPULABLES
Pero, en el mundo de las ideas democráticas puras, la validez de los nuevos presupuestos es más compleja de analizar. Gianluca D'Antonio, director académico del IE Master of Cybersecurity, apunta la problemática del uso de nuevas tecnologías para incrementar la participación ciudadana en la toma de decisiones: “Es muy difícil garantizar el hecho esencial de que una persona sea un voto. Eso es algo que podemos ver en plataformas como change.org. Son elementos que pueden ser usados para influir y en los que falta una estructura de gobernanza cierta, una seguridad en los recuentos, los mecanismos de trazabilidad del proceso y la autentificación del voto. La máquina, el software, es siempre manipulable”.
¿EL CAMINO A SEGUIR?
Aceptando tales problemas –y también el hecho de que la regulación siempre va por detrás de las realidades sociales–, Ramón Martín de Pozuelo, experto de La Salle (Universidad Ramón Llull), se muestra más optimista, afirmando que el camino de la democracia digital es el que deberíamos seguir y que los elementos para acercarnos progresivamente a ella están “en nuestras manos”. “Empresas como Sfytel son expertas en proveer de los mecanismos necesarios para realizar votaciones on line que puedan ser auditadas con seguridad. Tenemos las herramientas, si bien cambios de este calado siempre necesitan gente y empresas que lo lideren”. Experiencias pioneras en otros países, como Holanda, y en ciudades como Ámsterdam, donde la ciudadanía puede comunicarse por Whatsapp con los miembros del consistorio para transmitirles sus ideas, no quedan muy lejos de nuestra realidad.
La búsqueda de lo horizontal a través de la máquina no está exenta de problemas La elaboración popular de leyes presenta escollos técnicos y de transparencia