¡Viva Mozart!
Le nozze di Figaro
La estrella principal del equipo, Anett Fritsch, que no fue anunciada, fue la más aplaudida
Autor: Wolfgang Amadeus Mozart, sobre libreto de Lorenzo Da Ponte, basado en la obra de Beaumarchais
Intérpretes: Kyle Ketelsen (Figaro); Mojca Erdmann (Susana); Anett Fritsch (Condesa de Almaviva); Gyula Orendt (Conde de Almaviva); Anna Bonitatibus (Cherubino); Maria Riccarda Wesseling (Marcellina); Valeriano Lanchas (Dr. Bartolo); José Manuel Zapata (Basilio); Vicenç Esteve Madrid (Don Curzio); Rocío Martínez (Barbarina); Roberto Accurso (Antonio). Coro (dirección: Conxita Garcia). Orquesta del Gran Teatre del Liceu
Dirección de orquesta:
Josep Pons
Producción: Gran Teatre del Liceu y Welsh National Opera (Cardiff). Dirección escénica: Lluís Pasqual, repuesta por Leo Castaldi. Escenografía: Paco Azorín. Vestuario: Franca Squarciapino. Luces: Albert Faura
Lugar y fecha: Gran Teatre del Liceu (7/XI/2016)
Estamos viviendo un otoño mozartiano ya que, mientras en Sabadell, Ópera en Catalunya está paseando una excelente versión de Don Giovanni con cantantes jóvenes del país, el Liceu nos presenta otra de las obras maestras mozartianas, Le
nozze di Figaro, en la acreditada coproducción entre el Liceu y la ópera de Cardiff dirigida en su momento por Lluís Pasqual. Situada en unos años 1930 imprecisos, la virtud de la producción es su elegancia y buen aspecto, realzados por el vestuario de Franca Squarciapino y las luces de Faura.
El equipo vocal es francamente bueno, pero lo más curioso es que la estrella principal del equipo no fue anunciada en el programa ni por megafonía, y fue la más aplaudida: Anett Fritsch como Condesa de Almaviva, que se llevó sólidas ovaciones en sus principales intervenciones, con una voz muy personal y una buena creación del personaje. Kyle Ketelsen fue un Figaro bastante correcto, con suficiente vivacidad y una voz que funcionó muy bien en todo momento; es un norteamericano que ya había cantado el papel en el estreno liceístico de la producción, en el 2008. Como debutante en el Liceu tuvimos, en cambio, un Conde de Almaviva húngaro, Gyula Orendt, que cumplió bastante bien, y que sobre todo lució las agilidades de su única pero difícil aria del tercer acto. Más justita fue la Susanna de Mojca Erdmann, alemana que debutaba en el Liceu, y que tuvo alguna derivación desafinatoria en algún recitativo, pero se redimió con el aria Deh vieni
non tardar, que cantó con mucho acierto. También debutaba en el Liceu la mezzo italiana Anna Bonitatibus, que llegó con un prestigio justificado, ya que sus intervenciones como Cherubino fueron muy notables: su voz se desliza con elegancia y es muy atractiva. Lástima que la producción no preveía incluir el aria de Marcellina, de la también debutante Maria Riccarda Wesseling, suiza y especialista en Gluck. Pero fue víctima de la costumbre de cortar su aria como también la (mucho más floja) de Basilio, personaje que Manuel Zapata defendió muy bien. En el papel de Dr. Bartolo, Valeriano Lanchas abrió el fuego con su aria casi violenta del primer acto, y en la segunda parte tuvimos el regalo de una refinada Barbarina cantada con elegancia por Rocío Martínez, cuyo largo historial incluye una
Reina de la Noche cantada en Andorra al poco de debutar. Vicenç Esteve Madrid dio carácter al muchas veces gris personaje de Don Curzio, y Roberto Accurso completó el extenso reparto como Antonio, el jardinero. El coro funcionó muy bien y el movimiento escénico del fandango (que Mozart, caso excepcional, “robó” de un ballet de Gluck) contribuyó a animar una representación que el público, que llenaba el teatro, siguió con atención y acabó aplaudiendo con fuerza, celebrando también la calidad orquestal demostrada por Josep Pons, que después de una apertura un poco dubitativa alcanzó un alto nivel.