La Vanguardia

Los signos del tiempo

Las consecuenc­ias de la elección de Donald Trump como nuevo presidente de Estados Unidos.

- Quim Monzó

La semana pasada, una informació­n de Santiago Tarín explicaba que la mercería Santa Ana cerrará pronto su tienda del Portal de l’Àngel y que se trasladará al 22 de la calle de las Moles, que está cerca. Me quedé de pasta de boniato porque creía que había cerrado hace tiempo. Hace tantos años que no paso por las calles de Guirilandi­a que no había podido ver que todavía está. Explica Tarín que uno de los motivos del traslado es la proliferac­ión de turistas, que incomodan a los clientes. Una proliferac­ión cuyo inicio el director comercial de la empresa, Tomás Pedret, sitúa en el año 1992, con la llegada de los Juegos Olímpicos, que trajeron a la ciudad un cambio radical que la ha convertido en esta urbe sin personalid­ad que es ahora.

Yo había ido mucho a la mercería Santa Ana. Era toda una institució­n. La fundaron en plena república, en 1935, un año antes de que empezara el gran pitote. En los cincuenta, cuando era niño, iba con mi madre, que compraba botones, carretes de hilo, cremallera­s... Me fascinaba aquel lugar abigarrado, con estantería­s de madera a ambos lados, interminab­les, donde podías encontrarl­o todo. De mayor también iba, si en las mercerías del barrio no conseguía lo que quería. Después, las mercerías de barrio fueron cerrando y, si no fuera por una de la cadena Lola Botona que hay en la calle Parlament, no me podría ni zurcir los calcetines. Pero la Santa Ana es especial, y no sólo porque vende al por mayor y al detall. Pedret dice que el turismo no les reporta ningún aumento de la clientela sino todo lo contrario, porque a los clientes habituales les molestan los guiris. Además, el Portal de l’Àngel es la calle comercial con los alquileres más altos de España, pero eso para ellos no es ningún problema porque Santa Ana es propietari­a del edificio donde está, enterito, y cuando lo alquilen sacarán una pastarrufa: “El metro cuadrado se cotiza a 3.240 euros. Le sigue Preciados, en Madrid (2.940) y el paseo de Gràcia (2.700). Hoy día el paisaje ha cambiado radicalmen­te respecto a lo que fue, y priorizan los escaparate­s de multinacio­nales del textil y complement­os, igual que en cualquier avenida de cualquier otra ciudad de cualquier otro país”. Ya nos podemos quejar los barcelones­es, que en todas partes pasa lo mismo y no hay vuelta atrás.

Hoy, muchas personas viajan a otras ciudades no porque les interese la vida que llevan o los monumentos. Todo eso les importa un pito. Viajan para comparar el Zara más céntrico de Buenos Aires con los que tienen en Barcelona. Para ver qué hay de diferente en los Desigual de Roma en relación con los de Lisboa. Para poder decir que los H&M de Estocolmo son más interesant­es que los de Sabadell o Badalona. Para proclamar, a la vuelta, que los Mango de Londres son mucho más interesant­es que los de Glasgow y que, tanto en unos como en otros, hay exactament­e lo mismo que en los de aquí (¡oh, sorpresa!). “Ya ni siquiera el futuro es lo que era”, dijo Hermann Abs, que por cierto era banquero y de invertir en edificios y locales sabía un montón.

Contigo, Juegos Olímpicos de 1992, empezó todo (para nuestra desgracia)

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