“He despertado como tras el 11-S”
Mientras los seguidores de Clinton viven una pesadilla, la candidata admite: “Estamos más separados de lo que pensaba”
En estado de shock. Mucho más que una derrota electoral.
“Esta mañana, al despertar, he tenido la misma sensación que el día después del 11-S”, dice Nanette, de 55 años, con relación a los atentados de septiembre del 2001 que cambiaron la historia de Estados Unidos y del mundo.
A ese nivel de zozobra, de amargura, alcanza su consideración en la resaca del 8-N. La jornada que Donald Trump, promotor inmobiliario, luego estrella de
reality show y, por último, exitoso outsider, el adalid del antiestablishment que con su retórica populista y xenófoba, entre hipérboles y mentiras –corroboradas–, se corona con el máximo galardón: la presidencia del país.
Dejará el oropel de la Trump Tower, en la Quinta avenida de su Nueva York natal –uno de los pocos lugares en los que pierde por goleada– para mudarse a la Casa Blanca, en Washington. Su candidatura no era un chiste ni el farol de un embaucador de casinos.
Aquella operación –movimiento la denomina Trump– que arrancó hace 18 meses definiendo a los mexicanos como violadores y criminales se ha transformado en una pesadilla para la mitad del país. Gana el odio, según su verte sión. Los nacionalistas blancos están que se salen.
“Estamos más divididos de lo que pensaba”, reconoce la candidata demócrata en su primera aparición pública, arropada por su marido Bill y su hija Chelsea.
Nanette es una de las decenas de personas que este miércoles acuden al hotel de la Octava avenida de Manhattan donde Hillary Clinton ofrece su discurso de concesión de la victoria a su rival republicano. O palabras del vencido. “Esto es muy doloroso y el dolor se prolongará por mucho tiempo”, prosigue.
“Anoche fuimos a una fiesta y ahora es como estar a la espera de un funeral”, insiste Nanette cuando se dirige al interior de la sala en la que su admirada Clinton tiende su mano al contrincan- que, en toda la campaña, se ha dirigido a ella como “crooked Hillary”, corrupta. Un mensaje que ha calado en la sociedad.
“Espero que Trump –prosigue la aspirante derrotada– sea un presidente de éxito para todos los estadounidenses. Le debemos una mente abierta y una oportunidad para liderar”.
Hay aplausos en el Grand Ballroom, más por cortesía que por otra cosa. “Hillary representaba un paso adelante y Trump es un retroceso”, matiza Nanette.
Pese a las palabras conciliatorias de la ex secretaria de Estado, esta testigo expresa sus temores.
“Tengo miedo por nuestra democracia, por mis hijos, por nuestro futuro, nuestro trabajo”.
No hace tantas horas que, a unas pocas calles, en el palacio de congresos del Javits Center, junto al Hudson, los mismos que ahora velan el cadáver político de Clinton se congregaron para descorchar champán por el anhelado hito de que una mujer alcanzara por fin el poder en EE.UU.
Ahí está Jill Spooner, trabajadora social de 60 años. La mañana del martes votó en Chicago y se subió a un avión para la gran traca de Nueva York. Luce una camiseta ilustrada con Hillary y el lema “Madam president”.
“Una mujer es el cambio real, el enfado no aporta nada y no puedes basar ese cambio en la ira”, subraya. Había realizado el viaje para certificar que “hemos roto
Los trumpistas expresan satisfacción: “La corrupción no entra en la Casa Blanca”
“Esto es muy doloroso y el dolor se prolongará mucho tiempo”, dice Clinton
LA GRAVE SEPARACIÓN Una votante de Hillary habla de “los Estados Desunidos de Trumplandia” LA FIESTA QUE NO FUE Los reunidos para festejar a Clinton marchan derrotados y con lágrimas LA ERA DEL TEMOR “Tengo miedo por nuestra democracia, por nuestro futuro”, afirma una ciudadana AROMAS PUTINISTAS “EE.UU. necesita un líder, no sólo un presidente”, según un votante del magnate
todas las barreras, mucho más que la caída de un techo de cristal”, expresión que equivale a romper el tabú de que una fémina tome las riendas del país. Marcha abatida.
Como Brendan Boatwright, arquitecto de 28 años. Se muestra más que convencido de la victoria. “Tengo demasiada fe en América para creer que haya más gente que vota a Donald Trump”, declara. A su alrededor observa más tarde a no pocos que son incapaces de contener las lágrimas.
“No hemos roto el alto y resistente techo de cristal –remarca Clinton en su discurso–, no es el resultado que queríamos ni por el que trabajamos tan duro. Siento no haber ganado estas elecciones por los valores y la visión que compartimos sobre nuestra nación”.
También se dirige a las jóvenes que la están viendo. “Nunca dudéis de que sois muy valiosas y fuertes, y que os merecéis cada oportunidad y perseguir vuestros sueños”, les suplica.
“Aún intento asimilar lo ocurrido”, confiesa Karen Ubelhart. “Me entristece mi país –reitera–, porque los republicanos lo controlarán todo, desde el Gobierno hasta las cámaras. Usarán el Tribunal Supremo a su antojo y se desharán de los progresos que hemos tenido con Obama. La reforma sanitaria la tirarán por la ventana”.
Le escandaliza el dato de que el 51% de las mujeres blancas apoyaran a Trump, “con todo lo que hace y dice de nosotras”.
La alegría, como la tristeza, va por barrios. En el entorno de la Trump Tower celebran el inesperado éxito –por las encuestas– del dueño del edificio. Nadia Mohamed (se ríe irónica al dar su apellido) de 32 años, es una de las que ha votado al magnate. Aspira a la rebaja de impuestos, la creación de empleos y un endurecimiento de las medidas contra los inmigrantes sin papeles. Y, en especial, expresa satisfacción de que “la corrupción no entre en la Casa Blanca”.
Interviene su compañaro, Eric Ivanov, de 27 años y veterano del ejército. “EE.UU. necesita un líder, no sólo un presidente”, cosa que contiene aromas de putinismo. Ivanov no entra al trapo del lance.
Otra asistente al discurso de la derrota, Sarah Larrabee, aclara que no se ha entendido “la visión de Hillary para mejorar, ser más inclusivos y lograr una economía más viable”.
En el Javits Center, los operarios que desmontan el montaje de la fiesta que no fue, exhiben sin pudor sus chapas de Trump. Gritan “enciérrala” o “Hillary a la cárcel”.
Larrabee retrata la situación con una expresión, “Estados desunidos de Trumplandia”.