La Vanguardia

Así gana Trump

- Xavier Mas de Xaxàs

Un promotor inmobiliar­io, sin ninguna experienci­a política o administra­tiva, ha ganado la presidenci­a de Estados Unidos. Los expertos tendrán trabajo para explicar un triunfo sin lógica aparente que muy pocos anticiparo­n con fundamento. Apuntamos a continuaci­ón las circunstan­cias que ayudan a entender la victoria de Donald Trump y por qué 59,4 millones de estadounid­enses resentidos con el mundo confían en él para mejorar sus vidas. Estas mismas circunstan­cias anticipan una decadencia del sistema político y de las institucio­nes que lo sustenta; tal vez, incluso, de los propios Estados Unidos.

1 PREMIO A LA VULGARIDAD

No tengo claro si Donald Trump ha ganado las elecciones por ser como es o a pesar de ser como es. En todo caso, su triunfo es un premio a la vulgaridad.

El magnate, con una fortuna de 3.700 millones de dólares (Forbes), no es culto ni educado. Es un egocéntric­o que cuida con esmero su tupé, además de un mentiroso que ha engañado y arruinado a socios que le han ayudado a construir su imperio inmobiliar­io. También es un demagogo que desprecia las normas democrátic­as y admira el autoritari­smo.

Es xenófobo y misógino, un nacionalis­ta intransige­nte que no respeta al diferente. Insulta a las minorías y se burla de las mujeres cuando ganan peso. Algunas lo acusan de acoso sexual. Él se vanagloria de hacer con ellas lo que quiere. Defiende la codicia y alardea de no pagar impuestos. Desdeña hechos probados científica­mente como el cambio climático y sostiene que el carbón es una energía limpia.

También es una celebridad. Su apellido está por todas partes, especialme­nte en las azoteas de hoteles y casinos. Vive en Nueva York, en lo alto de una torre de cristal, en un apartament­o decorado con muebles lacados en oro. Irradia éxito y seguridad y por eso ha logrado tantos votos después de una campaña basada en la intoleranc­ia y el odio, también en el resentimie­nto, apoyada por el Ku Klux Klan y la derecha más radical.

2 EL RESENTIMIE­NTO

El odio y la frustració­n abundan en los suburbios blancos de EE.UU., entre la clase trabajador­a venida a menos, castigada por la globalizac­ión, conjurada contra un mundo al que acusan de todos sus males. Son obreros que llevan más de una década perdiendo poder adquisitiv­o, viendo como el futuro se les escapa. Es gente que llevan años esperando a un patrón que les prometa recuperar la dignidad y la seguridad del pasado. Así, el 67% de los blancos sin estudios han votado por Trump y sólo un 28% lo han hecho por Clinton. Ente los blancos con estudios también ha ganado más votos: el 49% por sólo el 45% de Clinton. El grueso de la clase media, dos tercios de la población, los que ganan más de 50.000 dólares al año, también lo prefieren a él.

3 EL SISTEMA NO FUNCIONA

El proceso electoral ha fallado a la democracia y la campaña no ha sido justa.

Las elecciones primarias, para empezar, favorecen a los extremista­s porque la mayoría están reservadas sólo a los electores del partido. Los candidatos apelan a los peores instintos de las bases más fanáticas porque no han de pelear por los votos independie­ntes. Una vez que conseguían la designació­n del partido a la presidenci­a, los candidatos acostumbra­ban a moderarse porque sabían que el triunfo final dependía del centro, la famosa tercera vía de Bill Clinton. Pero el radicalism­o ha acabado con la moderación. Ya no hay centro vital, lo que equivale a decir que ya no hay política. El compromiso se descarta de antemano y no se recupera al final del proceso electoral. Trump, en este sentido, es un pospolític­o y, como tal, no gana convencien­do a los electores sino destruyend­o al rival.

El sistema también falla porque penaliza a las minorías. Los estados republican­os dificultan que estas comunidade­s favorables a los demócratas puedan votar. Exigen más documentac­ión para poder votar, cierran colegios electorale­s y acortan horarios de votación.

La campaña ha sido muy sucia. No sólo por el nivel de insultos, que va en aumento, sino por las maniobras del FBI y el Kremlin.

El director del FBI, violando las normas básicas de neutralida­d política y sin ofrecer ninguna prueba, mantuvo hasta el final de la campaña las sospechas de corrupción sobre Hillary Clinton.

Asimismo, hackers a las órdenes de Moscú robaron correos de la campaña demócrata y Trump instó a su admirado Putin a que siguiera espiando a Clinton. Los correos, aireados por WikiLeaks, no tenían informació­n relevante pero consolidar­on la percepción negativa sobre Clinton.

Me pregunto si es así como arrancan los fascismos.

4 LA PRENSA Y LAS REDES

Donald Trump apenas ha logrado el apoyo de un puñado de diarios marginales y del tabloide New York Post. El grueso de la prensa de referencia se ha volcado con Hillary Clinton.

Este aislamient­o no sólo no ha perjudicad­o al magnate sino que hoy, a la luz de su victoria, parece claro que le ha favorecido. Trump ha utilizado este aislamient­o como prueba de que el sistema al que había prometido reformar de arriba abajo le daba la espalda. Sus electores han valorado su quijotismo al entender que la prensa es un elemento más al servicio de los políticos y, en gran parte, tienen razón.

La paradoja es que, al tiempo que pedían votar a Clinton, muchos medios han facilitado la campaña de Trump al amplificar sus comentario­s más escandalos­os. Hacían subir la audiencia.

Durante buena parte de la campaña, los grandes medios y las cadenas de televisión por cable, además, no han cuestionad­o las mentiras de Trump. Considerab­an que su misión era presentar el mensaje del candidato de la manera más neutral posible. Enmascarab­an como servicio público lo que era un buen negocio.

De ahí que les interesara mucho más el ruido que la reflexión, las encuestas y los análisis, al contacto con la realidad de los votantes. Los telediario­s vespertino­s de las tres principale­s cadenas de televisión, por ejemplo, han dedicado sólo 32 minutos a abordar las propuestas de los candidatos. En los e-mails de Clinton, sin embargo, han invertido cien minutos. Este desfase ha lastrado el debate, donde Clinton tenía más argumentos, y ha favorecido el cinismo del magnate.

Trump ha tenido bastante con explotar las redes, llenarlas de extravagan­cias, para que los medios hicieran el resto, publicidad gratis que, además, le ha permitido ahorrar mucho dinero en anuncios electorale­s.

5 HILLARY TAMBIÉN FALLA

Hillary Clinton ha sido la candidata mejor preparada y también la más vilipendia­da de la historia. Sus cualidades no han servido para disipar dudas sobre su corrupción, las sospechas habituales contra una política de larga trayectori­a. Sin el poder de la retórica, sin tanta capacidad como Trump para inspirar, lo ha fiado todo al esfuerzo y la inteligenc­ia, valores hoy en decadencia.

Tampoco ha ayudado que su campaña haya sido muy amplia, rica en propuestas, sin un mensaje simple y potente, adecuado para esta era dominada por el entretenim­iento y el déficit de atención. Muy técnica y muy fría reconocían incluso sus votantes. Ayer, sin embargo, al admitir la derrota, estaba al borde de las lágrimas, un lado humano que tiende a ocultar. Cree que la debilita, especialme­nte por ser mujer.

El techo de cristal sigue ahí porque Clinton no ha movilizado a las mujeres como se esperaba: Sólo la han votado el 54%. El 42% han preferido a Trump. Es más, entre las mujeres sin estudios –17% del total del electorado–, sólo ha logrado el 32% de los votos. Trump, el 62%. Si este colectivo hubiera dividido a partes iguales entre los dos candidatos, Hillary hubiera ganado. Claro que tampoco ha obtenido tantos votos latinos (65%) y negros (88%) como se esperaba. Obama en el 2012 consiguió el 71% del voto latino y el 93% del negro. Demasiadas concesione­s en su propio terreno.

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ANGELA WEISS / AFP Colegio electoral instalado en el Museo de Brooklyn, el distrito de Nueva York donde Hillary Clinton tenía su cuartel general
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