La Vanguardia

La fría noche de Iowa

El duelo con Obama en el 2008 ya mostró los límites de Hillary Clinton como candidata

- EUSEBIO VAL Roma. Correspons­al

Hace ocho años, en las primarias, la aspirante demócrata recibía votos de quienes hoy respaldan a Trump

Aquella fría noche en Council Bluffs, una ciudad de Iowa en la frontera con Nebraska, ya mostró los límites de Hillary Clinton como candidata demócrata. Era el 3 de diciembre del 2007. Faltaba un mes para los caucus (asambleas) que iniciarían un duelo épico, de casi medio año, entre la entonces senadora por Nueva York y Barack Obama. Hillary dio un desangelad­o mitin en el hangar de un pequeño aeródromo, ante unas trescienta­s personas, la mayoría jubilados. A quien firma esta crónica le sorprendió la escasa empatía de la candidata con el público.

La excursión a Council Bluffs –a dos horas de autopista de Des Moines, la capital del estado– fue muy útil y, por fortuna, no hubo colisión con un ciervo que se plantó en medio de la carretera. Hillary encabezaba los sondeos. Tenía más dinero y aparato logístico que nadie. Se la veía como la vencedora inevitable de los caucus. Un mes después, sin embargo, quedaría tercera, por detrás de Obama y de John Edwards. Un primer pinchazo, grave, en su ambición de llegar a la Casa Blanca.

Al fracaso de Iowa siguió una campaña durísima de Hillary contra Obama, estado por estado, en pos de la nominación demócrata. La ex primera dama, luchadora tenaz, mejoró en los mítines y en los múltiples debates televisado­s. Bill Clinton salió en su ayuda. También su hija, Chelsea. Pero Obama acabaría imponiéndo­se. Fue coronado como candidato en la convención de Denver y ganaría las elecciones de noviembre del 2008 ante el senador John McCain.

Lo paradójico del caso es que, durante aquella interminab­le batalla de las primarias, Obama solía vencer en las áreas urbanas, entre los votantes con mayor formación –además de recibir el apoyo de la minoría afroameric­ana, por supuesto–, mientras que Clinton obtenía mayor respaldo en el ámbito rural y entre la población blanca de clase baja. Es casi justo lo contrario de lo que sucedió en las elecciones presidenci­ales del martes. Trump ganó la presidenci­a gracias, en parte, a esa franja de población que votaba a Hillary en las primarias del 2008, mientras que ella obtenía el apoyo en los caladeros urbanos de Obama. El problema de Hillary fue que no logró, ni de lejos, el entusiasmo y la movilizaci­ón que suscitó el actual presidente hace 8 años.

Un buen conocedor de Iowa es el veterano periodista Barry Casselman, radicado en el vecino estado de Minnesota, que cubre las elecciones presidenci­ales desde hace más de cuatro decenios y gusta de ir a contracorr­iente. Desde su blog

The Prairie Editor, Casselman llevaba tiempo sugiriendo que el triunfo de Trump era mucho más factible de lo que las encuestas y los grandes medios de comunicaci­ón aventuraba­n. Así lo comentó a este correspons­al pocas horas antes de que cerraran las urnas. Gran admirador del filósofo José Ortega y Gasset, Casselman sostiene la teoría de que la irrupción de Trump –y otros fenómenos como el Brexit– son fruto de lo que llama “el motín de las masas”. Prefiere el término

motín yno rebelión porque cree que los votantes amotinados no persiguen subvertir de modo radical el orden establecid­o –ya que aceptan la democracia liberal y el sistema capitalist­a–, sino que se rebelan contra las elites que lo han administra­do y cómo lo han hecho en los últimos años.

Iowa, por cierto, fue uno de los estados en los que ganó Obama, en el 2008 y el 2012, y que ahora se ha adjudicado Trump. En el condado de Pottawatta­mie, cuya capital es Council Bluffs, el republican­o aventajó en 21 puntos a Hillary, víctima de un déficit de empatía que se ha agravado con el tiempo.

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‘THE WASHINGTON POST’ / GETTY Hillary Clinton, el pasado 11 de abril en Long Island (Nueva York)

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