Expectación en Oriente Medio ante un Trump a menudo ambiguo
La ofensiva militar de Mosul, la catastrófica guerra de Siria, con la batalla en curso de Alepo y la que está a punto de empezar en Raqqa, serán las piedras de toque de la acción del presidente Donald Trump en Oriente Medio.
En Damasco, la televisión estatal ha difundido el discurso del nuevo presidente, y el director del diario
Al Watan calificó su elección de “una buena sorpresa”. Mientras los dirigentes baasistas esperan un cambio de actitud de Estados Unidos, los grupos de la oposición desean una intervención estadounidense “sin vacilaciones”.
Fue escandaloso el fracaso de la política de Obama en Oriente Medio. Si la administración republicana de los Bush, padre e hijo, sentenció a Sadam Husein, descuartizando Irak, la demócrata de Obama provocó el mayor caos imaginable en el norte de África (Libia) y en el levante (Siria), como Trump denunció en su campaña electoral.
El presidente Obama había iniciado su mandato, que tantas ilusiones suscitó con la intención de una apertura al islam, con la voluntad de revitalizar la ya muerta y enterrada negociación de paz entre palestinos e israelíes, reforzar a Irak, consolidar el gobierno de Afganistán antes de su evacuación, democratizar Oriente Medio… Su mediático discurso en la universidad de El Cairo ha quedado por completo olvidado.
Trump ha insistido en su deseo de acabar con el Estado Islámico, pero es ahora imprevisible –habida cuenta de sus declaraciones a menudo ambiguas– saber qué hará en Oriente Medio. Durante estas semanas algunos diarios árabes expresaron su opinión afirmando la frase “Ni Clinton ni Trump”. Su buena predisposición con el presidente ruso, Vladímir Putin, podría facilitar alguna suerte de compromiso respecto a Siria.
El rey Salman de Arabia Saudí, la dictadura protegida de EE.UU., le ha deseado éxito “en su misión de asegurar la estabilidad de Oriente Medio y del mundo”. Y el presidente iraní, Hasan Rohani, ha afirmado que el nuevo jefe de Estado no puede poner en entredicho el laborioso acuerdo firmado el año pasado con Irán y corroborado por la ONU.
La cuestión palestino-israelí es un coto diplomático cerrado de EE.UU. La declaración del candidato Trump de que abogaba por el traslado de la embajada de su país de Tel Aviv a Jerusalén ha sido muy bien acogida porque significa el reconocimiento de la ciudad tres veces santa como capital de Israel. El primer ministro Beniamin Netanyahu, que mantuvo relaciones abruptas con el presidente Obama, le ha tratado de “verdadero amigo de Israel”. En Ramallah el presidente palestino Mahmud Abas le ha ofrecido “trabajar conjuntamente para el establecimiento de un estado palestino junto al israelí”. Pero un ministro israelí, Neftalí Bennett, declaró que la elección de Trump significaba el final de esta idea.
LA REACCIÓN ISRAELÍ Fin de la idea de dos estados y traslado de la embajada de EE.UU. de Tel Aviv a Jerusalén