El buzón (económico) del presidente
La elección de Donald Trump crea una extraordinaria incertidumbre sobre el curso futuro de la política económica de Estados Unidos. A los mercados no les gustan las incógnitas extremas y existen razones válidas para temer que las propuestas de Trump sobre el comercio y nuestras alianzas económi– cas podrían desbaratar grave– mente la economía global. Mien– tras escribo, los futuros de Dow han caído más del 2%, en tanto que el peso mexicano ha caído alrededor del 9%.
Otras personas han escrito en profundidad sobre las políticas del nuevo presidente en las áreas del comercio y la inmigración, que han sido temas básicos de esta campaña. Estas líneas dirigen sus miradas a otros factores de la agenda económica.
El presidente electo Trump parece dispuesto a perseguir una reforma espectacular, incluso radical, de la economía estadounidense. Sus consejeros han señalado que, a la hora de su toma de posesión del cargo, hará uso de sus facultades ejecutivas en un amplio número de áreas que incluyen el comercio, la inmigración y la normativa financiera. Más allá, no obstante, necesitará el apoyo del Congreso. Aunque vaya a gozar de la ventaja de una mayoría en ambas cámaras, sus políticas económicas se sitúan en muchos aspectos fuera de la tradicional ortodoxia republicana y parecen indicar que necesitará el apoyo de ambos partidos en cuestiones específicas. Es probable que sus planes de un recorte fiscal agresivo y sus proyectos enunciados durante su campaña en áreas tales como las infraestructuras, la derogación y sustitución del Obamacare y la reforma energética no alcancen los 60 votos necesarios en el Senado para salir adelante. La cuestión crucial será entonces si intenta construir coaliciones transversales a nivel de los partidos en un momento en que son escasas las áreas de consenso.
A corto plazo, un mercado inquieto y un pato cojo.
Antes incluso de que el presidente electo Trump tome posesión de su cargo, su elección guiará el rumbo de la agenda económica. El actual y el futuro presidente, y tal vez de forma más importante la Reserva Federal habrán de tranquilizar a los mercados y apuntar hacia una confianza en la capacidad de recuperación de la economía estadounidense. El presidente electo Trump necesitará asimismo volver sobre sus pasos con respecto a las indicaciones durante la campaña en el sentido de que renegociaría la deuda o intervendría con respecto a la independencia de la Reserva Federal. Aportar tal garantía no será tarea fácil.
En cuanto a la política fiscal, la sesión del Congreso que comienza el 14 de noviembre necesitará, como mínimo, aprobar paquetes de partidas antes de que el proyecto actual de financiación expire el 9 de diciembre. Tal factor, junto con la ley de dotación de la defensa nacional (NDAA, en sus siglas en inglés) y un proyecto que incluiría recursos para paliar las consecuencias de la crisis de contaminación del agua en Flint (Michigan) y del huracán Matthew parecen ser las únicas piezas de una necesaria aprobación legislativa “sí o sí” en la sesión. Aunque algunos puntos de la agenda económica del presidente electo podrían abordarse como elementos adicionales de tales proyectos, el panorama más probable es que las decisiones difíciles se dejen para el próximo Congreso. Por consiguiente, parece cada vez más probable que, en lo concerniente a la agenda económica, el pato cojo de hecho será cojo.
A largo plazo, enfrentamiento y parálisis.
Una vez en su cargo, Trump tiene la facultad ejecutiva de abandonar los acuerdos comerciales, volver a poner en marcha el oleoducto Keystone y oponer temas comerciales frente a China, promesas todas ellas hechas por el candidato Trump a lo largo de su campaña.
Aprobar elementos esenciales de su programa más allá de esas medidas iniciales, sin embargo, exigiría la cooperación del Congreso. Dista de estar claro lo que ello signifique para la política fiscal. Durante el último año, con la economía en crecimiento constante y una Reserva Federal al parecer comprometida con una lenta y continuada normalización de los tipos de interés, se apreció un escaso grado de urgencia en el frente fiscal.
Es probable que, aunque pudiéramos comprobar ahora una suavización de la presión fiscal, sobre todo en el contexto del presupuesto del año fiscal 2018, que sufrirá presiones para secuestrar los topes fiscales, para la mayoría parece probablemente que el Congreso seguirá exigiendo que las nuevas iniciativas de gasto sean cubiertas por nuevos ingresos o recortes del gasto en otras áreas.
La lógica que subyace a un gran acuerdo que vincularía una amplia reforma fiscal a los esfuerzos de situar los derechos sobre una base más a largo plazo sigue sobre la mesa, pero la campaña electoral que ha concluido ha observados escasos apoyos de ambos bandos para recortar programas de derechos (más allá de los llamamientos de los republicanos a reemplazar el Obamacare).
La repatriación es un filón para costear. Pero ¿costear qué?
A falta de un amplio acuerdo, parece haber interés en ambos partidos en un acuerdo que permitiera una repatriación del ingreso exterior por parte de empresas estadounidenses (Donald Trump pareció apoyar tal acuerdo durante la campaña). Según diversos informes, hay 2,5 billones de dólares de beneficios colocados fuera de las fronteras por parte de empresas estadounidenses y un acuerdo para traer de nuevo este dinero podría reportar hasta 200.000 millones de dólares en ingresos. Buena parte de los primeros beneficios se han utilizado ya, y por tanto el proyecto de repatriación (que asimismo trasladó la fiscalidad a un sistema territorial híbrido) es crucial no sólo como cuestión de política fiscal sino también por todo aquello que puede posibilitar.
Pero entonces, si la repatriación figura en la agenda, ¿qué sufragaría? El presidente electo Trump ha articulado una amplia gama de cuestiones económicas que desearía impulsar. En cabeza de lista figuraría un esfuerzo para reparar nuestras infraestructuras envejecidas, cuestión sobre la que podrían estar de acuerdo ambos partidos.
Recortes fiscales a gran escala asimismo figurarán en la agenda, pero un análisis no partidista indica que el plan de Trump conduciría a unas subidas del déficit a gran escala (a menos que el Congreso adopte unos elevados tipos de interés que no son realistas). Espero, y confío, que el Congreso impida u obstaculice este plan. Incluso en relación con una serie de recortes que también reforme los impuestos a las empresas, un acuerdo sobre repatriación sería probablemente necesario como parte del paquete de medidas para compensar las pérdidas de ingresos. Y, por supuesto, contaría con un fuerte apoyo republicano en el Congreso para reformar el Obamacare, que asimismo exigiría compensaciones.
Si dirigimos la vista al exterior, la agenda económica incluye una serie de desafíos internacionales. El Brexit, las crecientes presiones sobre la zona euro y lo que debería hacerse ante los crecientes desequilibrios comerciales con China y otros mercados emergentes parecen ser desafíos planteados a la nueva Administración. Las políticas contrarias a China por la manipulación monetaria (en un momento en que China gasta reservas para oponerse a la depreciación, lo contrario de lo que la ley intenta evitar) provocarán indudablemente represalias y perjudicarán el crecimiento y el comercio.
Las políticas financieras figuran asimismo en la agenda. Un acuerdo que eleve el tope de la deuda será asimismo necesario el año que viene. De forma separada, los nombramientos para la Administración en política financiera serán supervisados estrechamente. Donald Trump ha abogado por
Las políticas contrarias a China provocarán represalias y perjudicarán el comercio y el crecimiento
una reforma del marco normativo adoptado tras la última recesión, pero aparte de un desagrado ante la legislación Dodd-Frank, no está claro si existe un consenso sobre cómo actuar.
La Reserva Federal será también una cuestión que considerar, con un importante número de asientos abiertos en la junta de gobernadores (o probablemente abiertos) el próximo año. Además, se espera que la nueva Administración actúe para nombrar una vicepresidencia y sustituir a Janet Yellen en el 2018, en un momento de desafíos planteados a la Reserva Federal tanto desde la izquierda como desde la derecha. Por último, en el área de la vivienda, es improbable que veamos cambios en las empresas patrocinadas por el gobierno (GSEs en inglés) y en el marco de apoyo de la propiedad inmobiliaria.
La perspectiva de la economía puede depender de si el nuevo presidente resiste la tentación de abusar de sus facultades ejecutivas para forzar rápidos y polémicos cambios de la economía estadounidense y en cambio mira hacia el Congreso para construir unas sólidas relaciones de gobierno y una coalición encaminada a la reforma. Sea cual fuere el panorama, las líneas de la política económica estadounidense aparecen en territorio desconocido. Los resultados tendrán sin duda consecuencias para la economía durante un cierto tiempo en el futuro.