El trumpismo
Hubo sorpresa cuando, en una entrevista en el programa Los Leuco de Argentina dije, justo cuando la noche de infarto empezaba, que no se equivocaran, que Hillary era el pasado y Trump, ganara o perdiera, era el futuro. Después de la victoria ya podemos decir que Trump es el futuro y... un inquietante presente. América ha votado, Europa tiembla, Putin está feliz y las bolsas del mundo elevan el grito de alarma. ¿Qué pasará?, es el coro que recorre el desconcierto general, y las prospectivas tienden al pesimismo.
A la espera de tener más datos y saber si Trump deriva hacia el chillón, abrupto y extremo personaje que se ha paseado por la campaña o se parece más al atemperado de la victoria –“gobernaré para todos” es la primera frase razonable que se le ha oído–, es demasiado pronto para saber qué pasará, pero tenemos fuertes intuiciones sobre qué ha pasado. Y es aquí donde remacho lo que decía en el programa televisivo: ha pasado que ha ganado la antipolítica, es decir, ha ganado el candidato más moderno frente a una candidata antigua y apolillada, forjada en la vieja política, representante de un sistema que emite signos evidentes de corrosión en los fundamentos. Hillary encarna el siglo XX y Trump es un jocker del siglo XXI, y, con las reglas de juego actuales, un multimillonario excesivo, barroco, sobreactuado y tan bocazas que ha hecho de la incorrección política una forma brutal de agresión puede ser percibido como un auténtico antisistema.
O, todavía más, un enemigo del sistema, talmente la inmensa mayoría de los votantes que le han dado su confianza.
Es evidente que hay muchos otros motivos que explican este sonoro resultado y algunos los he ido planteando en las columnas previas: la fatiga de los norteamericanos de los estados centrales, blancos, empobrecidos e indignados con Washington; la decepción, derivada en pasotismo, de los afroamericanos, muy decepcionados con Obama; el comportamiento de muchos latinos que han reaccionado con el mecanismo de “el último que llega, que cierre la puerta al siguiente”; los cubanos, fastidiados por el acuerdo con Cuba; muchos judíos, igualmente decepcionados a causa del acuerdo con Irán y la política obamista en la región, etcétera... Y sumado y remachado, todos ellos horrorizados con una candidata que odian con inquina.
Todo es cierto y todo explica lo que ha pasado, pero fortalecido por la idea central que he esbozado: la antipolítica. Trump es un populista muy parecido a los que recorren Europa y todo Occidente. Recetas simples, boca sucia, dominio de los medios, un desprecio agresivo hacia los políticos tradicionales y una imagen de sheriff del condado que se carga a los malos pistola en mano. Los norteamericanos han votado a un salvador de la patria que promete acabar con un sistema rebosado de miserias y ha sido el sistema el que ha perdido, más que ha ganado el otro. En los tiempos del desconcierto, gustan los fachendas, y en los tiempos de la decepción gustan los
outsiders. Bienvenidos al siglo XXI.
Ha ganado la antipolítica, el candidato más moderno frente a una candidata antigua y apolillada